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miércoles, 4 de septiembre de 2019

¿Qué fue de la regeneración?

La ventana de oportunidad para reformas profundas contra la corrupción se cierra poco a poco a la sombra del neobipartidismo


El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en el Congreso de los Diputados.

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en el Congreso de los Diputados.  (GTRES)

Esperanza Aguirre controlaba la caja b del PP madrileño. Esa es, al menos, la opinión del juez instructor del caso Púnica. Que, como la mayoría de las causas recientes o presentes sobre corrupción en España, versa sobre la financiación ilegal de los partidos políticos. Es por tanto sorprendente la paulatina desaparición de este tema del debate, tanto en su momento electoral como en la negociación de nuevos Gobiernos. Más aún cuando Ciudadanos y Podemos son partidos que nacieron al calor de una pérdida masiva de confianza de los votantes en la capacidad de las viejas formaciones para evitar la podredumbre institucional.
Sin embargo, morados (primero) y naranjas (más tarde) se han ido dejando las líneas rojas sobre corrupción por el camino. Es cierto que Cs pudo mantener durante más tiempo las exigencias porque disponía de mayor poder de negociación. Mientras permaneció en el centro, con opciones de pactos a ambos lados del espectro, pudo abanderar la regeneración. Pero al convertirse en la versión de Podemos para la derecha (esto es, un nuevo socio minoritario de un viejo partido mayoritario) ha acabado por priorizar las cuestiones ideológicas sobre los cambios institucionales.

Pero, incluso compitiendo dentro de un bloque, ¿por qué no usar lo que más te diferencia del adversario para marcar tu propio territorio? La ausencia de arrojo estratégico es llamativa, y solo puede explicarse precisamente por el miedo a innovar políticamente. En sus purgas internas, tanto Rivera como Iglesias se han deshecho de quienes ponían el acento en la ruptura de los ejes tradicionales de competición, quedándose en cambio con estrategias más conservadoras para conseguir votos en las fuentes ideológicas habituales.

Es así como la ventana de oportunidad para reformas profundas contra la corrupción que se abrió entre 2011 y 2015 se cierra poco a poco ahora a la sombra del neobipartidismo. Pero la creciente marejada de voto útil hacia los viejos partidos debería poner en guardia a los nuevos. Quizás para sobrevivir necesitan recuperar algo de aquel impulso de cambio que les dio su primera oportunidad electoral hace ya media década. La financiación de sus adversarios, principal punto débil organizativo del bipartidismo original durante una crisis de representación cuyo recuerdo vuelve con cada nueva causa judicial abierta, no parece un mal ángulo para retomar el ataque.


                                                                                      JORGE GALINDO   Vía EL PAÍS

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