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lunes, 16 de septiembre de 2019

JUEGOS DE NIÑOS

La política -antaño adusto ajedrez de sabios- se ha trocado en un lelo pilla-pilla de patio de parvulario

Gabriel Albiac 

Gabriel Albiac

  <Nadie entre aquí que no sepa geometría», dice la tradición que habría hecho inscribir Platón a la entrada de su Academia. «Nadie entre aquí que haya salido de la infancia», parecen proclamar hoy los partidos políticos en el tímpano de sus irrisorios templos. «Está prohibida aquí la edad adulta. Todo es juego».

Es ésta una historia de reyes desnudos. Que proclaman la grandeza de sus respectivas galas. Que proclaman, también, la manifiesta locura de todo aquel que se atreviera a cuestionarlas. Decir lo más sencillo ha dado en ser, en este mundo escénico que dicta certezas imaginarias a las que todos deben someterse, un acto heroico. Pero, a diferencia del cuento de Andersen, no hay niño aquí para gritar la desnudez de los emperadores. En nuestro estúpido presente, lo infantil impera. Y la desnudez mental de los gestores políticos configura el canon que es impuesto despóticamente a todos. La política -antaño adusto ajedrez de sabios- se ha trocado en un lelo pilla-pilla de patio de parvulario. Y nadie dice nada, porque decir lo evidente que todos niegan es aceptar la condena al ostracismo.
Basta con que una voz adulta enuncie esa evidencia, sin embargo, para que el estupor nos sacuda: ¿cómo se nos ha podido hacer caer tan bajo? Basta con que un adulto imprevisto -Feijóo ayer en ABC- formule la pregunta elemental -¿por qué desnudos?- para que el universal ridículo en el cual vive la política española nos abofetee con su reproche. «Si en España no tuviésemos una serie de políticos adolescentes, a los que hemos dado un Ferrari de 47 millones de pasajeros y están a punto de estrellarlo, si tuviéramos hombres de Estado, estoy seguro de que podría haber un gobierno de coalición»; de esa gran coalición que, por encima de anecdóticas diferencias de partido, se suelda en cualquier sociedad adulta ante los riesgos mayores.


Porque, ¿hablamos verdaderamente de riesgos mayores? Sí, hablamos, con toda precisión, de eso. Repetir elecciones, cuando todo permite saber que apenas habrá diferencias decisivas en el nuevo parlamento, es por sí mismo estúpido. Añádase a ello el dato -que todos conocen, al cabo de cuatro años de transitoriedad ejecutiva y bloqueo parlamentario- de que la ley electoral vigente fuerza a ese eterno retorno. Y que sólo modificarla permitirá entrar en un campo de juego nuevo. Añádase que España está -Torra la reafirmó hace nada- al borde de su desguace, bajo la forma de un nuevo golpe insurreccional en Cataluña. Añádase el riesgo de la recesión que acecha… No hace falta seguir. Ninguno de esos riesgos mortales puede ser afrontado por una fracción (eso significa «partido») de la sociedad confrontada a otras. Sólo una gran coalición, que aúne a todas las fuerzas constitucionalistas, puede plantear con éxito ese delicadísimo cambio de reglas.
Es eso o el infantilismo. Lean a William G. Golding aquellos a quienes el infantilismo político tiente: antiutopía del Señor de las moscas. Lo infantil, en los juegos de poder, siembra la muerte.

                                                                                  GABRIEL ALBIAC  Vía ABC

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