Resulta difícil apartar la vista del choque de trenes que se cierne en estos momentos sobre Reino Unido. La imagen que viene a la mente es la de una serpiente que se muerde la cola
El 'premier' británico, Boris Johnson, saliendo del 10 de Downing Street. (Reuters)
Resulta difícil apartar la vista del choque de trenes que se cierne en estos momentos sobre el Reino Unido. Es cierto, tenemos un interés legítimo y vital en el resultado porque el modo en que se ejecute el Brexit tendrá un significativo impacto en nuestras vidas de europeos. Y sí, la atmósfera está cargada de 'schadenfreude'. Y sí, es difícil pensar en un acto mayor de falta de visión y egolatría que la convocatoria del referéndum del Brexit por David Cameron. Pero, por encima de todo, sucumbimos a la fascinación mórbida de ver cómo un país se devora a sí mismo. La imagen que viene a la mente es la serpiente que se muerde la cola. Un uróboro moderno.
Es difícil encontrar una mejor representación de las vicisitudes del Brexit. El uróboro es símbolo de alquimistas. ¿Y qué ha sido el Brexit sino la exaltación de un pensamiento opuesto a la realidad, chapuceramente mágico; alquimista? Cameron se lanzó a conjurar el desafío rupturista de Nigel Farage montando un referéndum al que no le dio trascendencia más allá del retablo político, del teatro. A ello le siguieron los caóticos esfuerzos de Theresa May para lograr, contra viento y marea, una mayoría parlamentaria. Con el resultado de su fatídico, fallido, acuerdo de retirada. Y ahora hemos de soportar las bufonadas de Boris Johnson. Por arte de birlibirloque, una salida sin acuerdo no sería mala solución. El Brexit es hoy campo de juego de charlatanes.
Pero el uróboro también simboliza la totalidad independiente. Nada existe fuera de él. El Brexit ha consumido todo en el Reino Unido. Ha dejado de lado la formulación de políticas serias, lejos de todo debate, discusión, principio democrático y racionalidad. A modo de agujero negro, su fuerza gravitatoria ha distorsionado el espacio-tiempo y creado una nueva realidad.
El problema es, por supuesto, que el Brexit no está al otro lado del espejo. Que no vendrá el conejo del reloj. Que las consecuencias serán tangibles y a escala mundial. La salida sin acuerdo repercutirá en precios, provocará escasez, pesadillas logísticas. Y el descuido de enteras áreas públicas fundamentales durante los últimos años tendrá un impacto negativo en nuestras vidas. Mientras el Reino Unido se mira el ombligo, el mundo sigue girando.
Finalmente, esta situación tiene una moraleja que nos es aplicable. Lo que se está manifestando en Westminster no es sino una versión extremosa y sofisticada —por un sistema político considerado modélico hasta ahora— de procesos que vemos surgir por doquier. Atrapados en ensimismamientos diversos, ignoramos las realidades objetivas que nos rodean. Los desafíos reales que nos confrontan. El mundo cambiante en que vivimos. Debemos tomar distancia de este hipnotizador y espectacular drama que se desarrolla ante nuestros ojos; y deberíamos reflexionar, sí, reflexionar, ejercitar nuestra racionalidad sobre el profundo significado de lo que está pasando.
ANA PALACIO Vía EL CONFIDENCIAL
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