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martes, 10 de septiembre de 2019

LA FE EN EL CAMBIO CLIMÁTICO


Opinión 

Vicente Alejandro Guillamón

 
Con motivo de las reciente lluvias torrenciales que afectaron a varios puntos de España (Arganda del Rey, Madrid; Vinaroz, Castellón; Campillos, Málaga, etc.), provocando inundaciones en varias calles de estas poblaciones, no faltó algún desmemoriado o indocumentado que atribuyó el desmadre atmosférico al socorrido cambio climático o calentamiento del planeta. Nunca había visto llover de tal modo, dijo alguno de los afectados en cuanto le pusieron un micrófono delante.

Pero si las lluvias torrenciales acaecidas estos días atrás en numerosos lugares de España fueron debidas al cambio climático y otras milongas parecidas, podríamos decir que eso del cambio viene de atrás, de muy atrás, porque en los meses de noviembre y diciembre de 1485 hubo un desparrame lluvioso en toda la Península Ibérica originando grandes inundaciones en numerosas poblaciones, pero de un modo especial en la cuenca baja del río Guadalquivir sobre todo en Sevilla y su comarca, con derrumbe de muchas casas y edificios, destrucción de dehesas, huertas y viñas de las márgenes de los ríos y barrancos, así como las presas de los molinos y los puentes, y perecieron muchas vacas y yeguas y otros muchos animales menores, además de venados, ciervos y “puercos monteses”, y también un gran número de personas que se vieron sorprendidas por la inmensa riada. (Copiado de la Crónica de los señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y de Aragón, escrita por su cronista Hernando del Pulgar, pág. 268 de la edición facsímil, impresa en la imprenta de Benito Monfort de Valencia en el año MDCCLXXX [1780]).

A mayor abundamiento y para información de alarmistas profesionales o ignorantes vocacionales, quiero recordar algunas grandes inundaciones sufridas por ciertas comarcas del litoral mediterráneo español durante la segunda mitad del siglo pasado cuando todavía no se había inventado el cuento del cambio climático, que tiene fuera de sí a grandes sectores de la población, entre otros a muchos eclesiásticos, algunos de alto copete, y a no pocas congregaciones religiosas, especialmente femeninas.

Las cito por orden cronológico. En primer término hallamos la gran riada de Valencia el 14 de octubre de 1957 a causa de la desbordante crecida el río Turia, que causó 81 muertos y cuantiosos daños materiales. Como el río pasaba por el centro de la ciudad, como quien dice, dio lugar a la decisión oficial de acometer la gigantesca obra de desviar el cauce por fuera de la ciudad, cuyas obras se sufragaron durante los años siguientes, muchos años, con el famoso gravamen del sellito de un real que se añadía el franqueo ordinario de la correspondencia postal que partía de la capital valenciana.
El día 26, también de octubre de 1962, la confluencia de los ríos Besós y Llobregat –el primero afluente del segundo–, en las proximidades de Barcelona, registró una gran riada que arrasó la comarca del Vallés Occidental, causando cientos de víctimas y enormes destrozos materiales.

El 19 asimismo del mes de octubre pero de 1973, la rambla Nogalte, a su paso por Puerto Lumbreras (Murcia), provocó una súbita inundación que afectó incluso, aguas abajo, a la ciudad de Lorca, entre otras poblaciones de esa comarca. Como delegado de la agencia Efe de noticias, cuya delegación abarcaba las regiones de Valencia y Murcia, junto con mis compañeros de redacción (Rafael Brines, segundo de a bordo y el malogrado Antonio Aupí, muy joven pero fenomenal redactor, junto con los dos auxiliares), cargamos con el mayor peso de la información de semejante tragedia que distribuyó nuestra agencia a todos los medios de España y se rebotó a través del canal internacional al mundo entero.

En aquella ocasión se dio la fatal coincidencia de que se estaba celebrando el mercado semanal de Puerto Lumbreras en el mismo cauce de la rambla, donde se instalaban los tenderetes de los vendedores de los más diversos productos, tal era su anchura, siempre seca y transitable. Pero si tenía semejantes anchura, por alguna razón de la naturaleza tenía que ser. Y esa razón se manifestó de manera súbita aquel trágico 19 de octubre. De repente, una inmensa ola de agua y barro avanzó terriblemente impetuosa, rambla abajo, arrastrando todo lo que hallaba a su paso. Causó 89 muertos solo en Puerto Lumbreras, diez en Lorca y algunos más en otras poblaciones ribereñas.

Pocos días después, el entonces Príncipe de España, don Juan Carlos, y su esposa doña Sofía, visitaron la zona damnificada en uno de sus primeros actos públicos tras ser nombrado por las Cortes de aquel tiempo heredero de la Jefatura del Estado a título de Rey, en cuanto muriese el general Franco. Todo muy regulado y previsto, como así ocurrió por sus pasos contados, pero del cambio climático no se decía ni mu, y no porque estuviese prohibido, sino porque aún no había sujetos debidamente instruidos para asustar y manipular al personal con sus previsiones catastrofistas, imposibles de verificar. Desde luego que conmigo que no cuenten, porque soy perro viejo. Yo digo que a otros canes con esos huesos, porque ya tengo demasiados años para tragar tanta melonada.


                                      VICENTE ALEJANDRO GUILLAMÓN  Vía RELIGIÓN en LIBERTAD

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