No han tardado cinco años en caer en lo que denunciaban.
Durante el último lustro me he afeitado infinidad de mañanas con la voz de Rivera como telón en las radios.
Siempre impartiendo
energéticas lecciones sobre la regeneración de la vida pública y
poniendo a parir con displicencia a los rancios «partidos
tradicionales».
El argumento, como todos
los suyos, tiraba a sencillote y tal vez por ello resultaba atractivo:
las formaciones de la «vieja política» habían acumulado vicios que
exigían limpiar con lejía la cocina pública e instaurar hábitos más
éticos.
Esa música sonaba muy
bien, con el PP enfangado por entonces en una sucesión de cenagosos
casos de corrupción y con el PSOE también con su losa habitual. Con la
Nueva Política el interés de los ciudadanos pasaría a primer plano
frente a las conveniencias electoralistas de los partidos.
La corrupción sería
erradicada, al llegar a la vida pública la especie angélica de los
políticos naranjas. Se acabaría también con chanchullos endémicos como
el transfugismo y los intercambios de sillas. La dicotomía
derecha-izquierda, una antigualla, dejaría de existir y se impondría un
nebuloso centrismo-liberal capaz de pactar con todos y con ninguno. Por
supuesto, llegaría la austeridad a la vida pública y se liquidaría la
verbena de chiringuitos superfluos y cargos innecesarios.
Por
primera vez en la historia del homo sapiens surgiría un grupo de seres
humanos sin mácula, blindados frente a las fuertes tentaciones del
poder, los carguitos y la soberbia. Y seguro que así es, aunque han
sucedido algunas cosas curiosas que probablemente el buen Albert sabrá
explicar.
En las primarias
naranjas de Castilla y León hubo un escandaloso intento de pucherazo,
sobre el que se ha corrido un piadoso velo. En los dos últimos comicios,
CS ha rellenado sus listas fichando tránsfugas. En Melilla ha
transigido con una maniobra berlanguiana por la que su candidato ha
okupado la presencia siendo el quinto en votos y con un solo escaño, el
suyo (la primera medida del representante del partido regenerador ha
sido subirse el sueldo a 7.000 euros al mes).
En Madrid, la primera
decisión de los racionalizadores de la vida pública ha consistido en
aumentar innecesariamente el número de consejerías, solo para que quepa
toda la peña que hay que colocar. Además, en lugar de intentar crear un
gobierno estable, fuerte y bien coordinado, que ofrezca una alternativa
liberal de éxito frente al sanchismo, los primeros pasos del
vicepresidente naranja Aguado han consistido en marcar con forzados
actos de marketing que estamos ante dos gobiernos en uno (fórmula que
siempre ha acabado como el rosario de la aurora).
Pero lo más
espectacular del glorioso balance de la Nueva Política es que por
primera vez en la historia de nuestra democracia llevamos casi tres años
desgobernados, con una actividad legislativa paupérrima y sin
presupuestos. A veces me da por pensar que en realidad la macedonia de
siglas no ha traído nada bueno. Pero el señor Aguado nos corrige: «Yo
estoy muy cómodo con el multipartidismo». Ciertamente. Y el pájaro de
Melilla, también.
LUIS VENTOSO Vía ABC
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