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viernes, 6 de septiembre de 2019

¿QUÉ FUE DE LA NUEVA POLÍTICA?





No han tardado cinco años en caer en lo que denunciaban.
























Durante el último lustro me he afeitado infinidad de mañanas con la voz de Rivera como telón en las radios. 

Siempre impartiendo energéticas lecciones sobre la regeneración de la vida pública y poniendo a parir con displicencia a los rancios «partidos tradicionales». 

El argumento, como todos los suyos, tiraba a sencillote y tal vez por ello resultaba atractivo: las formaciones de la «vieja política» habían acumulado vicios que exigían limpiar con lejía la cocina pública e instaurar hábitos más éticos. 

Esa música sonaba muy bien, con el PP enfangado por entonces en una sucesión de cenagosos casos de corrupción y con el PSOE también con su losa habitual. Con la Nueva Política el interés de los ciudadanos pasaría a primer plano frente a las conveniencias electoralistas de los partidos. 

La corrupción sería erradicada, al llegar a la vida pública la especie angélica de los políticos naranjas. Se acabaría también con chanchullos endémicos como el transfugismo y los intercambios de sillas. La dicotomía derecha-izquierda, una antigualla, dejaría de existir y se impondría un nebuloso centrismo-liberal capaz de pactar con todos y con ninguno. Por supuesto, llegaría la austeridad a la vida pública y se liquidaría la verbena de chiringuitos superfluos y cargos innecesarios.

Por primera vez en la historia del homo sapiens surgiría un grupo de seres humanos sin mácula, blindados frente a las fuertes tentaciones del poder, los carguitos y la soberbia. Y seguro que así es, aunque han sucedido algunas cosas curiosas que probablemente el buen Albert sabrá explicar. 

En las primarias naranjas de Castilla y León hubo un escandaloso intento de pucherazo, sobre el que se ha corrido un piadoso velo. En los dos últimos comicios, CS ha rellenado sus listas fichando tránsfugas. En Melilla ha transigido con una maniobra berlanguiana por la que su candidato ha okupado la presencia siendo el quinto en votos y con un solo escaño, el suyo (la primera medida del representante del partido regenerador ha sido subirse el sueldo a 7.000 euros al mes). 

En Madrid, la primera decisión de los racionalizadores de la vida pública ha consistido en aumentar innecesariamente el número de consejerías, solo para que quepa toda la peña que hay que colocar. Además, en lugar de intentar crear un gobierno estable, fuerte y bien coordinado, que ofrezca una alternativa liberal de éxito frente al sanchismo, los primeros pasos del vicepresidente naranja Aguado han consistido en marcar con forzados actos de marketing que estamos ante dos gobiernos en uno (fórmula que siempre ha acabado como el rosario de la aurora).

Pero lo más espectacular del glorioso balance de la Nueva Política es que por primera vez en la historia de nuestra democracia llevamos casi tres años desgobernados, con una actividad legislativa paupérrima y sin presupuestos. A veces me da por pensar que en realidad la macedonia de siglas no ha traído nada bueno. Pero el señor Aguado nos corrige: «Yo estoy muy cómodo con el multipartidismo». Ciertamente. Y el pájaro de Melilla, también.


                                                                     LUIS VENTOSO   Vía ABC

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