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jueves, 16 de enero de 2020

El nuevo desorden mundial: por qué el sistema se dirige hacia el caos


La arquitectura diseñada tras la II Guerra Mundial está en crisis: la ONU tiene una estructura obsoleta, la OTAN es un foco de disensiones entre aliados, la Organización Mundial del Comercio está bloqueada por Donald Trump y el Brexit y el populismo han dañado el proyecto europeo. ¿Cómo será el equilibrio de poder del mañana?








El presidente de los Estados Unidos estaba enfermo y moriría un par de meses después. El primer ministro británico vivía a punto de ganar una guerra... y perder unas elecciones. Mientras, el dictador soviético subyugaba a un pueblo que protagonizó el mayor sacrificio bélico de la Historia. En el encuentro celebrado en febrero de 1945 en Yalta, Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill e Iósif Stalin configuraron a orillas del Mar Negro un nuevo orden mundial que nacería cuando la Alemania nazi y Japón fueran derrotadas.

Setenta y cinco años después de la reunión en Yalta que supuso el germen de la ONU, los partidos independentistas y Podemos no dejan de criticar la Transición española y juzgar con una severidad cuestionable lo construido por el denominado «Régimen del 78». Sin embargo, parecen ignorar que en realidad lo que ha caducado es una arquitectura aún más compleja, sofisticada y que va más allá que cualquier interés nacional: el Régimen del 45.

«El orden mundial establecido tras la II Guerra Mundial puede estar agonizando por fuerzas externas e internas», afirma Robert Kagan, analista de talla mundial del Brookings Institute, think tank especializado en gobernanza y política exterior. Estas fuerzas destructoras que cita Kagan las conforman tanto la corriente populista que ha asaltado muchos gobiernos y reniega del multilateralismo como la presión de nuevas potencias que, en el siglo XXI, discuten el liderazgo de EEUU.

El nuevo orden está basado de cierta manera en el desorden. El mundo avanza con un timón roto sin que nadie sepa interpretar su rumbo. Está el desafío chino a la hegemonía estadounidense, el renacimiento de la agresiva política exterior de Rusia, una Europa que ya no es el paraíso soñado, un Oriente Próximo que parece no tener remedio y una Latinoamérica víctima de un trastorno bipolar ideológico.

Todas aquellas instituciones corales que deberían aportar coherencia a la política internacional se están resquebrajando por la burocracia y el desdén de los gobiernos que las integran. A pesar que aún dotan a los países de legitimidad en sus acciones, estos gustan más del libre albedrío que del consenso con sus vecinos. Por ello, para muchos expertos es necesario dotar a los organismos de cambios estructurales y organizativos.

 Sólo el mes pasado se celebraron la reunión más tumultuosa de la historia de la OTAN; la decepcionante Cumbre del Clima de Madrid, auspiciada bajo el paraguas de la ONU, y se produjo una crisis sin precedentes en la Organización Mundial del Comercio por el veto de Trump a su tribunal de arbitraje.
Resulta que en la era de la globalización, las instituciones globales están en coma. Puede haber llegado el momento de reescribir la carta planetaria.
El mes pasado hubo peleas en la reunión de la OTAN, el resultado de la Cumbre del Clima de Madrid fue pobre y Trump bloquó la OMC
«Este proceso se inició hace varios años mediante una voladura controlada dirigida desde Washington», dice Felipe Sahagún, profesor de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid, que explica que desde 1945 el orden internacional se ha sustentado en dos pilares: el militar y el económico, que se han transformado a ritmos desacompasados. «La gran sacudida en el segundo la provoca la adopción de las reglas capitalistas de Rusia y, con sus particularidades, China».

Esto no significa que las principales organizaciones del mundo vayan a desaparecer mañana, pero sí un aviso a navegantes: sobrevivir exige cambiar.

«Hoy los países se meten en varias organizaciones porque quieren jugar a distintas barajas», apunta Félix Arteaga, investigador principal del Real Instituto Elcano. Estas han crecido en Asia (ANSA-China, Unión Económica Euroasiática) y en África (Unión Africana, Comunidad de Desarrollo de África Austral). Mientras, las herederas de la posguerra del 45 no han digerido el nuevo equilibrio de poder ni asumen los cambios estructurales y organizativos que exige el siglo XXI.

En primer lugar, entremos en la institución más importante, al menos de puertas para afuera. Para ello tenemos al mejor guía. Inocencio Arias fue embajador de España ante la ONU durante una de las divisiones más duras que ha sufrido la institución: la guerra de Irak: «La ONU es un buen ejemplo de esta inoperancia. Frecuentemente está desaparecida no por incapaz, sino porque depende de la voluntad de los cinco miembros permanentes, para los que sus intereses nacionales pasan muy por delante de los de la comunidad internacional».
La ONU está desaparecida porque depende de la voluntad de los Cinco Grandes, que son egoístas
Inocencio Arias, ex embajador de España ante la ONU
En el Consejo de Seguridad de la ONU, los miembros permanentes con derecho a veto siguen siendo los vencedores de la Segunda Guerra Mundial (EEUU, Reino Unido, Francia y Rusia) más China, que lo logró en 1971. No tiene silla la primera potencia europea: Alemania. Ni Brasil, Indonesia, Japón o Nigeria, todos gigantes regionales. Tampoco India, rival de China en Asia, que aglutina uno de cada siete habitantes del planeta.

Para Inocencio Arias, más que en la representación, el problema radica en que los países más poderosos del Consejo de Seguridad son «tan egoístas e incumplidores como el primero». En ese órgano de paz los mayores vendedores y compradores de armas del mundo son «los cinco países permanentes».

Los que mandan no quieren ceder poder. Los que eran influyentes en 1945 y ya lo son menos no quieren reconocer oficialmente que su tiempo pasó, que la cultura estratégica es  muy diferente a la de la posguerra.

Europa tiene una sobrerrepresentación artificial entre los más poderosos en el Consejo encargado de salvaguardar la paz, mientras que Asia sólo ocupa una silla.

Algo falla en 2020.

Si la paz es así, imaginen la guerra.

Hoy una guerra puede alargarse de forma indefinida y es muy difícil que un gobierno asuma semejante coste. Se acabaron los conflictos resueltos con una batalla decisiva. No se deciden con tanques y portaaviones, sino con ataques teledirigidos de drones y virus informáticos. La nueva guerra y la prosperidad han hecho desaparecer la aceptación social de lo bélico en tan sólo un par de generaciones.

Esta mala prensa de lo militar ha hecho que se haya acuñado el concepto de seguridad. Por ello dominar el ciberespacio, la lucha antiterrorista y la innovación tecnológica civil importan mucho más que lucir misiles o uniformes de gala en el desfile de las Fuerzas Armadas.

Esta evolución ha dañado hasta a la alianza militar más poderosa de la historia, que todavía busca su razón de ser tras la caída del enemigo comunista. Primero Barack Obama, más finamente, y luego Donald Trump, en tono más macarra, han mostrado su malestar por la falta de gasto militar de los socios de este club, tan dependiente del poder americano. Pero más allá de eso, la principal crisis de la OTAN está en su falta de anuencia.

Tanto que acciones de socios como Turquía, que bombardeó a los kurdos, o Estados Unidos, que anunció la retirada de las tropas de Siria, provocó una reacción airada del presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, en una entrevista concedida al semanario The Economist hace unas semanas: «Estamos a punto de vivir la muerte cerebral de la OTAN».

Según Félix Arteaga, la OTAN incluso podía haberse desactivado si en 2014 Rusia no se hubiera anexionado Crimea o intervenido en Ucrania. Porque nada une más, aunque sea en familias mal avenidas, que «un enemigo común». Aunque se desconoce cuánto va a durar la cohesión.
Macron ha dicho que la OTAN roza "la muerte cerebral
Más allá del ámbito de la Defensa, el aliento de la crisis existencial de las organizaciones ha llegado a una que a principios del siglo era la favorita y la que a priori se le auguraba un futuro más esplendoroso. La ampliación y el euro parecían que iban a convertir la Unión Europea en la alternativa a EEUU y China en la lucha de egos que es la diplomacia internacional. Ser europeo era cool. Sin embargo, en 2020 ese optimismo ha caducado.

Al este de Bruselas, tras la deseada ampliación, varios países con pasado comunista tienen gobiernos ultranacionalistas que fomentan el euroescepticismo. Al oeste, la cosa es aún peor. El tercer país con más peso económico y con el ejército más potente de Europa ha dado un portazo tan desordenado como preocupante. El Brexit ha destrozado un axioma que tenían los europeos: muchos quieren entrar y nadie quiere salir. Pues hete aquí que el Reino Unido se va.

Con menos fuerza que la UE, hay también organizaciones regionales caídas en desgracia que se han convertido en una sopa de letras con más futuro como preguntas del Trivial que como polos de influencia. Hablamos de la Liga Árabe, fundada en 1945, que más allá de su solidaridad con Palestina se ha mostrado nula en la guerra de Siria o en Yemen. O qué decir de la OEA (Organización de Estados Americanos), que sigue en crisis por la constante pelea entre países proWashington y el eje bolivariano.

La resurrección del estado-nación es un hecho en muchos aspectos, a pesar del impulso de la globalización. El Estado no sólo se impone a las organizaciones internacionales sino también a las grandes empresas. «El Estado va a seguir siendo clave», asegura el coronel Pedro Baños, profesor muchos años de Estrategia en la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas y autor de varios bestsellers sobre geopolítica. «A pesar de lo que siempre se ha creído, la política se impone a la economía. En Rusia se dijo que los oligarcas dominaban el país, pero Putin ha vencido a todos los millonarios que se han enfrentado a él. Por su parte, Amazon y Google trabajan para el Pentágono y el gobierno chino inyecta, aunque lo niegue, dinero, en empresas como Huawei. Los resortes de un estado son todavía muy poderosos».
El diplomático y analista estadounidense Richard N. Haas aboga por resetear el sistema del 45 y crear el orden mundial 2.0
Queda por saber cómo será el futuro de las relaciones internacionales si se vive una crisis de régimen. El influyente diplomático y analista estadounidense Richard N. Haas es defensor directamente del reseteo del equilibrio heredado de la Segunda Guerra Mundial. Para ello considera imprescindible mantener el respeto por las soberanías nacionales pero añadiendo lo que él denomina la obligación soberana. Un concepto que conforma el orden mundial 2.0, en el que los estados soberanos no solamente tienen derechos sino también obligaciones hacia los demás.

Este nuevo escenario internacional planteado por Haas, a día de hoy utópico, necesitaría de un nuevo conjunto de normas en las que se prohibiera el apoyo al terrorismo, se cooperara frente al cambio climático y los peligros del ciberespacio y se afrontarán conjuntamente estrategias de salud global.
Todo con el objetivo de poner un poco de orden en el desorden. Que no es poco.


                                                                        JORGE BENÍTEZ   Vía EL MUNDO

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