Pedro Sánchez y Oriol Junqueras, en las votaciones para constituir la mesa del Congreso en mayo de 2019.
EFE
“Si no hay mesa no hay legislatura”. “Me importa un comino la gobernabilidad de España”. Las verdaderas intenciones de Esquerra Republicana de Cataluña en dos simples frases. Entre el chantaje y el desprecio. “Ni nos vencieron ni nos vencerán”. Lapidaria afirmación de Oskar Matute,
Bildu, destinada a reforzar el relato de los herederos de ETA frente a
las víctimas. ¿Pedro Sánchez? Silencio. “Que pretenda usted alcanzar la
investidura con la ayuda del fascismo que nos asesinó en el País Vasco
produce una náusea infinita”. Palabras desde lo más profundo del alma de
José María Múgica, hijo del “Poto” Múgica, abogado y dirigente socialista asesinado por ETA. María Jáuregui, hija de Juan Mari Jáuregui, gobernador civil de Guipúzcoa entre 1994 y 1996, asesinado por ETA: “Mi aita también
estaría feliz porque 1) ETA no existe; 2) Vamos a tener un gobierno de
izquierdas”. ETA no existe, María, pero manda. Ese es el gran cambio que
se confirmó el pasado 7 de enero.
Y eso es lo peor de todo: la sensación que queda de
derrota, de que se han salido con la suya. Secesionistas y violentos.
Una sensación que se ha agarrado a las tripas de muchos españoles y no
será fácil de diluir. Y no tanto por la altanería del nacionalismo más
radical, sino más bien a causa de la actitud de sumisión del presidente del Gobierno durante
el debate de investidura. Hay amigos que, desde la izquierda, me
recomiendan paciencia, que esto no ha hecho más que empezar, como dando a
entender, en línea con lo sugerido por Pablo Casado, que una vez logrado el objetivo Pedro Sánchez
no tendrá el menor reparo en rectificar, en engañar a sus socios de
conveniencia. Se resisten a asumir que esto nada tiene que ver con la
paciencia, sino con el descrédito de la política, con el desastre que
supone aceptar la inmoralidad como herramienta de uso corriente para
alcanzar el poder.
¿Cómo recuperamos un nivel deseable de concordia si dejamos en manos de la derecha, con toda intencionalidad, la defensa de las instituciones y del jefe del Estado?
Sánchez es un personaje de difícil catalogación. Desde
luego, lo que deberían hacer mis buenos amigos de izquierdas es
desclasificarle de una vez como político progresista. Es audaz, osado, oportunista, si se quiere pragmático, pero no es progresista.
No puede serlo quien acepta gobernar con el nacionalismo disgregador,
quien utiliza con cinismo el pasado del PSOE para defenderse de las
críticas a un plan que certifica la defunción del PSOE. El 7 de enero de
2020 se confirmó el nacimiento, engendrado en mayo de 2017, de otra
cosa bien distinta al PSOE que hemos conocido, para lo malo y para lo
bueno: el de un aparato de poder, estrictamente cesarista, en el que el debate brilla por su ausencia
y en el que no es fácil encontrar a un militante de cierto rango que no
viva del partido o del presupuesto, que viene a ser lo mismo.
Limitar la crítica; atar corto a los jueces
Yo
puedo estar de acuerdo con quienes, desde una incuestionable
coherencia, mantienen, como Pepe Nevado, que “si bajamos el volumen de
la pasión, estamos ante el primer paso serio que se da en los últimos
siete años para tratar de encontrar una salida a la crisis catalana que
lleva a España de cabeza”. Puedo estar de acuerdo, pero ¿cómo se hace
eso sin una amplia mayoría parlamentaria? ¿Cómo se alcanza tan anhelado
propósito, para que sea duradero, sin contar cuando menos con el Partido Popular? ¿Cómo bajamos el volumen de la pasión, querido amigo, si en lugar de buscar puntos de conexión con la oposición -como se hacía antes, ¿recuerdas?- se la somete a la estrategia del totum revolutum de la ultraderecha,
despreciando sus argumentos mientras se atienden los de quienes no
tienen el menor reparo en reconocer, y vanagloriarse, de que les importa
una mierda la gobernabilidad de España? ¿Cómo recuperamos un nivel
deseable de concordia si dejamos en manos de la derecha, con toda
intención, la defensa de las instituciones y del jefe del Estado?
El primer objetivo del nuevo Gobierno no va a ser destensar el ambiente sino, con la ayuda de su aparato de propaganda, mantener viva la llama de una intransigente y arcaica oposición
Bien está que Íñigo Errejón
solicite al nuevo Gobierno que elimine “las condiciones de la política
del odio”, pero ¿no deberían empezar los señores Sánchez e Iglesias por
dejar de alimentar con su política al partido de Santiago Abascal?
¿No sería altamente recomendable, para escapar del ambiente
'guerracivilista', que el presidente del Gobierno diera instrucciones
inmediatas para que no se tachara de ultraderechista a cualquiera que
ose criticar sus pactos con el secesionismo? No.
Pierdan toda esperanza.
Sánchez e Iglesias no quieren una derecha sensata;
necesitan una derecha bronca (y Casado, de momento, pone bastante de su
parte) para alimentar el nuevo relato: el que señala al Gobierno
progresista (sic) como mal menor. Saben que el PP tiene que vigilar su
flanco derecho, y que entre unos y otros han dejado a Inés Arrimadas
un amplio espacio en el que trabajar para recuperar crédito y apoyo
popular (a poco que deje de hacer ciertas chiquilladas y asuma que hacer
política en Madrid nada tiene que ver con la que se hace en Barcelona).
No,
el primer objetivo del nuevo Gobierno no va a ser destensar el ambiente
sino, con la inestimable ayuda de su aparato de propaganda, mantener viva la llama de una intransigente y arcaica oposición.
Y, ciertamente, van a necesitar mucha leña para mantener ese fuego,
porque lo que se les viene encima es de aúpa: Cataluña, crisis, probable
aumento del paro, financiación autonómica, subida de impuestos,
potencial incremento de la tensión con el Poder Judicial… Todo lo
enumerado -o lo que sugieren las medidas anunciadas- en el pacto de
Gobierno. Demasiados frentes para tan débil Ejecutivo.
Primer objetivo: sacar adelante como sea los Presupuestos para
garantizarse al menos tres años en Moncloa. Segundo: limitar la crítica.
Las fake news son un buen pretexto. Tercero: atar
corto al Poder Judicial. El uso alternativo del Derecho. Enrico
Berlinguer revivido; el marxismo gramsciano recuperado; la voluntad del
pueblo como principal eje interpretativo de las leyes. Aténse los
machos.
Postscriptum: ¿acabar con las fake news?
Yo le digo cómo, señor presidente: aprobando una norma que despolitice
los medios públicos, nacionales y autonómicos; apoyando a las
asociaciones y colegios profesionales; y no tratando a los periodistas
como en Uganda.
AGUSTÍN VALLADOLID Vía VOZ PÓPULI
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