Felipe VI fue el responsable de hablar en nombre de todos los demás invitados con motivo del Quinto Foro Internacional del Holocausto, haciendo gala de su título honorífico en la ciudad israelí
Felipe VI. (EFE)
En la cena de bienvenida al mayor evento diplomático en la historia de Israel con motivo del Quinto Foro Internacional del Holocausto, Felipe VI fue el único mandatario extranjero en tomar la palabra. Al son de las 'Cuatro estaciones' de Vivaldi, casi 50 líderes mundiales, incluidos primeros ministros, presidentes, reyes y autoridades religiosas, hicieron su entrada en la residencia del presidente israelí, donde el campechano Reuvén Rivlin les deseó a cada uno que disfrutasen de la velada en el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz.
El monarca español habló al comienzo de la cena oficial de la ignorancia como origen del maltrato que los seres humanos se dispensan los unos a los otros, citando al filósofo judío cordobés Maimónides. También señaló que la barbarie, la intolerancia y la falta de empatía que permitieron el Holocausto son “enfermedades civilizatorias” que hay que prevenir desde el punto de vista individual y colectivo.
"No hay lugar para la indiferencia ante el racismo, la xenofobia, el odio y el antisemitismo", dijo.
Se refería al pasado nazi que asoló Europa e intentó exterminar a los judíos en su totalidad, acabando con la vida de seis millones de ellos, y a otras personas, en particular, por su ideología, raza, inclinación sexual o capacidad mental, pero las palabras del Rey también se hacían extensivas al presente.
Rey de España y de Jerusalén
No fue casualidad que Felipe VI fuera el responsable de hablar en nombre de todos los demás invitados. La organización israelí quiso reconocer con esta deferencia el papel especial que tiene España en su relación con Israel. Probablemente, el país anfitrión también tenía en mente que Felipe VI, además de rey de España, es rey de Jerusalén según la Constitución española y ocho siglos de historia en ese sentido.
En la práctica, el título no se materializa en nada en particular y, sin embargo, desde el punto de vista simbólico es relevante, además de, tal vez, una excentricidad. “Es simbólico que en España puedas ser marqués, conde o duque de un territorio que no te pertenece, es más simbólico aún cuando se trata de un territorio en otro país”, indica el politólogo Juan Antonio Lisbona, especialista en la historia de los judíos en la España contemporánea y las relaciones de España con Israel.
El título, según Lisbona, “es honorífico y sugerente, y a Rivlin le encanta mencionarlo, mientras que a los españoles no les gusta tanto destacarlo. Me parece que lo usa más la parte israelí para hacerle una gentileza a España que al contrario”. Hace pocos días, ambos países celebraron 34 años de relaciones diplomáticas, un vínculo que ha sufrido sus vaivenes, despechos y secretismos.
La historia reciente: cuando se creó Israel en 1948, España buscó un acercamiento a la nueva nación, pero fue rechazada frontalmente por Israel por el papel jugado por España durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en los años cincuenta, cuando se produjo un cambio en la política interna israelí, fue Israel quien procuró acercase y España quien rechazó la amistad en unos años en que la dictadura de Franco consolidaba su “tradicional alianza con los países árabes”. Solo en 1986, ya en democracia, se establecieron las plenas relaciones diplomáticas. Pero en secreto, en un hotel de La Haya.
Una historia que se remonta al siglo XII
La historia más lejana, mucho más lejana: el reino cristiano de Jerusalén, como tal, existió a lo largo de dos siglos, de 1099 a 1291. Se había fundado con la Primera Cruzada del papa Urbano II y el título de monarca de Jerusalén fue recayendo en los descendientes del conquistador francés Godofredo de Bouillón. En el año 1277, María de Antioquia, nieta de Isabel I, reina de Jerusalén, decidió vender el título con la bendición papal a Carlos de Anjou, rey de Nápoles. De ese modo, el título llegó a España en 1504, con el nombramiento de Fernando el Católico como rey de Nápoles, por empeño personal de este de ostentar el título de rey de Jerusalén. Desde entonces, la corona española es también la de Jerusalén, aunque esta ciudad dejó de ser reino cristiano en 1291.
El hecho de que un rey en una monarquía parlamentaria como la española sea también rey de un reino que ya no existe tiene su explicación histórica: “España ha tenido un papel especial desde el medioevo con Jerusalén, Tierra Santa y su papel de custodio de los Santos Lugares”, explicó Martina Weisz, doctora en filosofía e investigadora del centro Vidal Sasson para la investigación del antisemitismo de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
“Es más, san Isidoro de Sevilla trató de establecer una alianza entre los reyes de la España visigoda y el linaje de los reyes bíblicos, David, Salomón y Saúl, y esta tradición continuó y fue fortalecida por el rey Felipe II, quien al construir el monasterio del Escorial lo hizo siguiendo los parámetros del Templo de Jerusalén. En la basílica del Escorial, donde se entierran los reyes españoles, no solo aparecen esculturas de los personajes bíblicos sino también David y Salomón, porque Felipe II se identificaba con Salomón, el rey que mandó construir el templo”, señala Weisz.
La investigadora indica que esto tiene que ver con la España imperial, “la que se consideraba el verdadero pueblo elegido, citando al profesor Yoseph Kaplan. Y era importante establecer una conexión directa entre los reyes bíblicos y los españoles para mantener esa legitimidad”, agrega.
Sin embargo, la experta puntualiza que todo esto es historia: “La España de hoy no es la del imperio, hoy en día ningún rey de España se identifica ni reclama ser el legítimo heredero de los monarcas bíblicos ni el control efectivo sobre el territorio de Jerusalén, por lo menos no explícitamente”. Sin embargo, España sigue teniendo posesiones en Tierra Santa, según Lisbona: “Cada vez menos, porque las ha ido vendiendo, por ejemplo, en el año 1981 cedió algunas por un acuerdo con El Vaticano, pero conserva otras como Obra Pía, en Ein Karem, a las afueras de Jerusalén, en Acre, en Yafo, Tel Aviv…”. Israel, tierra disputada donde las haya, no solo tiene fronteras en discusión, sino también un rey parlamentario en otro país e incluso edificios que no le pertenecen.
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