El autor subraya que los pactos firmados para la investidura abren la
oportunidad de un nuevo periodo constituyente a los aventureros sin
escrúpulos, a los profetas sin tino, a los emboscados, a los
irresponsables
/LPO
Introito: no estoy en
contra de ver el diálogo como una de las formas de hacer política; me
opongo a que un Gobierno de España (cualquiera que sea su composición)
dependa de partidos como ERC, con algunos dirigentes en prisión y otros
inhabilitados, o de acuerdos que cuestionan los principios más
esenciales de nuestro sistema constitucional.
Al acuerdo de los socialistas con Esquerra le antecedió el suscrito con los nacionalistas vascos. Con malicia jesuítica, pero sin su proverbial profesionalidad, el punto cuarto otorga a los territorios ¿identidades? Hoy es muy arriesgado hablar de identidades culturales homogéneas en sociedades avanzadas (los nacionalistas en el documento al mencionar las identidades territoriales hablan de naciones basadas en una identidad cultural). En la actualidad, solo poseen esas identidades homogéneas las sociedades primitivas, las que está sometidas a la dictaduras nacionalistas, en regímenes iliberales, o las que sencillamente están muy enfermas de nostalgia. En esto el PNV se diferencia poco o nada de otros nacionalismos reaccionarios que farisaicamente combaten. Soslayando el pueril subterfugio, el contenido del diálogo es absurdamente asimétrico. Es sorprendente ver cómo se pacta el ordenamiento jurídico político nacional con un partido de ámbito autonómico y seis diputados. Pero concediendo esa exagerada e inmoral licencia para que se sientan más felices los nacionalistas -solo más felices, porque un enfermo de nostalgia nunca lo será plenamente- estamos sustrayendo, una vez más, la capacidad de decidir a los ciudadanos españoles sobre su propio futuro. El pacto de los socialistas con los nacionalistas obliga a que los españoles renunciemos a nuestra condición de ciudadanos, tal pretensión parece coherente con la visión que tienen los nacionalistas del resto de los españoles, lo inaudito es que los socialistas lo acepten mansamente.
En realidad, si la cuestión se redujera a cómo se engañan entre ellos, siendo su única y simple pretensión conseguir sacar adelante la investidura en Madrid y formar nuevo gobierno en Cataluña, no estaríamos en el epílogo del periodo político en el que los españoles hemos sabido conjugar mejor la libertad individual, la justicia social y la prosperidad. Pero aun cuando los escondidos objetivos fueran los gobiernos de Madrid y Barcelona no podríamos estar tranquilos, el coste político habría sido dramáticamente desproporcionado: desconsolidación del Estado, vaciamiento del principio de igualdad entre españoles, aparición de taifas o cantones. Pero sigue siendo tan exagerado el precio pagado que no lo explican los errores de cálculo, las necesidades inmediatas de los partidos políticos; tampoco lo hace la vanidad de los protagonistas. Siendo importantes estos factores no son suficiente explicación. Dejemos las apariencias más notables, trascendamos de las epidérmicas justificaciones y nos encontraremos con la única razón que puede explicar todo lo que está sucediendo, y ésta no es otra que el inicio, bien que subrepticio, de un nuevo periodo constituyente.
Los pactos firmados para la investidura abren la oportunidad a los aventureros sin escrúpulos, a los profetas sin tino, a los emboscados, a los irresponsables. Iniciamos un tiempo en el que será frecuente y tentadora la tendencia a salir a la calle para hacer política en defensa de determinadas esencias patrias o de quimeras inaprensibles. Es el momento en el que las ideas perderán ante el ímpetu del grito, de la consigna, del alineamiento en el que encontrar seguridad en tiempos arremolinados. Al comportarse irresponsablemente, los máximos dirigentes han perdido la legitimidad para pedir responsabilidad a los contrarios. Si han aceptado la posición nuclear de los independentistas no habrá motivos para que éstos no pidan más. Habrá un nuevo gobierno, pero también habrán conseguido embarrar políticamente y moralmente el espacio público español, probablemente de manera irreversible.
En estas azarosas circunstancias es más necesario que nunca evitar las tentaciones que llaman a la polarización y al trincherismo político. Es hora por lo tanto de reivindicar una centro- izquierda nacional, sin complejos ante los nacionalistas y sin patriotismos sectarios de siglas o subyugado por grupos de intereses. Hoy la izquierda moderada, reformista, ilustrada es más necesaria que nunca. Un proyecto que no base su protagonismo político en una relación ancilar con los nacionalismos periféricos o los neo-comunistas se hace imprescindible tras la huida del PSOE de su territorio político clásico. Cuando el pacto con los nacionalistas ha desdibujado, desteñido o tal vez destruido los principios de igualdad, libertad individual y cosmopolitismo que han caracterizado a la izquierda útil es preciso, que sin las limitaciones decimonónicas de los partidos de masas clásicos, recobremos esa imprescindible fuerza motora en el seno de la sociedad civil, a la espera de lo que sucederá con el PSOE después de esta aventura política, que les ha obligado a prescindir de las características más acusadas del proyecto nacido con más dudas que esperanzas en 1974 en la periferia de París. En fin, una posición central en la política española que no sucumba a la embestida cultural de la extrema-izquierda y de los nacionalismos, enemigos de la concordia y de la unidad que se basa en la pluralidad y que ellos suelen confundir con homogeneidad.
No son pocas las oportunidades perdidas por la incapacidad de oponernos al cerrado y asfixiante patriotismo de las siglas. Yo no he pedido deserciones en los grupos parlamentarios o en las ejecutivas del PSOE, aunque los precedentes no podrían prestar más justificaciones para ello: todos los que rompieron la disciplina de voto en el periodo de la gestora de Javier Fernández fueron magníficamente recompensados políticamente con posterioridad. He pedido algo distinto, más difícil y mucho más conveniente. He pedido en artículos y en entrevistas que los contrarios a este cambio radical de rumbo muestren su disconformidad, sin parapetarse en el discutido tancredismo de Casado o en la supuesta insuficiencia de Arrimadas, y lo hagan con todas las consecuencias que impone una realidad mucho más grave de lo que la propaganda originada en las cercanías del poder reconoce. Su responsabilidad no la pueden ocultar tras las equivocaciones de los demás. Si no existen voces de responsables políticos socialistas en contra de este cambio de rumbo no habrá solución para el socialismo democrático enmarcado en el PSOE... todos serán igualmente responsables.
Parece legítimo que los presidentes autonómicos se pongan alerta ante las amenazas que la quiebra del principio de igualdad supone para sus gobernados; pero como dirigentes socialdemócratas tienen la responsabilidad de defender la unidad de España y la soberanía del pueblo español. No pueden conformarse con defender la igualdad de los extremeños, de los aragoneses o de los castellanomanchegos... ¡deben defender la igualdad de los españoles! Deben reivindicar un proyecto nacional, moderado, reformista, heredero del PSOE del 74; en caso contrario, otros lo harán por ellos y estarán invalidados en una España recuperada, que antes o después conseguiremos.
Personajes como Prieto lamentaron en el exilio su comportamiento durante la guerra, otros como Besteiro, oscurecido por la poderosa propaganda comunista, perdieron su salud y su libertad, manteniendo la dignidad de español y socialista durante una contienda civil dramática, sangrienta y enloquecida. De aquella guerra civil salimos escarmentados del comportamiento de los comunistas y de la irresponsabilidad egoísta de los nacionalistas. ¡Que conveniente sería que no perdiéramos la memoria o, mejor dicho, que recordáramos la historia más reciente!
NICOLÁS REDONDO TERREROS Vía EL MUNDO
- Nicolás Redondo Terreros es miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
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