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jueves, 9 de enero de 2020
La derecha, entre "el espanto" y "el apocalipsis"
Los más eficaces discursos de
demolición de Sánchez no los hicieron ni Casado, ni Abascal ni
Arrimadas. Los pronunciaron, por ERC, Rufián y Bassa, y por Bildu,
Mertxe Aizpurua y Oskar Matute
El líder del PP, Pablo Casado, en su escaño durante la sesión de investidura. (EFE)
La investidura de Pedro Sánchez
hubiese sido un completo desastre político para el PSOE si las derechas
no se hubiesen dejado envolver, y propiciado, en la estrategia
socialista y de Unidas Podemos para que el protagonismo mediático del
trámite parlamentario se lo granjease la hipérbole discursiva
de los portavoces del PP, Vox y Cs; sus sobreactuaciones en la tribuna
de oradores y en la bancada del hemiciclo, y ese lenguaje manido que
incorpora conceptos que en su muy reciente historia les han
proporcionado no pocos disgustos (“ilegitimidad”, “golpismo”, “felonía”,
“traición”) y que permite a sus adversarios sostener con verosimilitud
que esas tres fuerzas políticas representan la “coalición del apocalipsis”.
Los
jefes de filas de los tres grupos parlamentarios de la derecha
permitieron con su griterío que la portavoz socialista justificase en su
propio comportamiento la argamasa para aunar la heterogénea,
extravagante y, a la postre, improbable coalición que ha llevado a Sánchez a la Moncloa. Las tres derechas, en versión de Adriana Lastra,
ampliamente comprada a un precio de saldo, serían el “espanto” que aúpa
a Sánchez gracias a fuerzas heterogéneas que lo hacen por temor a
ellas, a la derecha que Gabriel Rufián denomina “el monstruo”, otra enormidad de las que acostumbra a utilizar este suburbial orador republicano.
El choque dialéctico fue brutal pero estéril.
La investidura nos ha dejado noticia de un ruido infernal, pero no de
la naturaleza política de una designación parlamentaria ante la que las
formaciones de la derecha solo tenían que subrayar las invencibles contradicciones en las que incurría el candidato y el escepticismo general que provocan los tres programas
(con Unidas Podemos, con ERC y con el PNV) que el futuro Gobierno
pretende implementar. Los más eficaces discursos de demolición de
Sánchez no los hicieron ni Casado, ni Abascal ni Arrimadas. Los
pronunciaron, por ERC, Rufián y Bassa, y por EH Bildu, Mertxe Aizpurua y Oskar Matute.
Esas cuatro piezas oratorias no llegaron nítidamente porque, con una torpeza increíble, fueron interrumpidas y abucheadas por la bancada de la derecha cuando, en realidad, estaban sentenciando a Sánchez a una legislatura lastimosa.
Es la primera vez en la historia de la democracia española que el
presidente del Gobierno depende de los separatismos radicales de
Esquerra Republicana de Catalunya y de Euskalerria Bildu; es la primera
vez que una investidura prospera solo por dos votos;
igualmente, la primera que el Gobierno lo es de coalición entre dos
partidos que tienen vocación de enfrentamiento y no de colaboración; es
la primera vez, en definitiva, que se va a formar un Gobierno que
incorpora en su propia esencia el germen de su destrucción.
La única terapia que salvaría esta mayoría de circunstancias, cogida
con alfileres, precaria, es un elemento aglutinante, un “espanto”
externo que la dote de sentido, que le ofrezca, además de razonabilidad, inevitabilidad.
O ellos, o el “apocalipsis”. Y ahí estuvieron las tres derechas para
cumplir ese papel y lo ejecutaron mucho mejor de lo que pudieron
imaginar los estrategas socialistas y morados que tendieron la trampa,
calculando que en ella caerían —acertaron— los que terminaron por
hacerlo.
Para que la derecha sea percibida como una alternativa,
tendrían que concurrir tres circunstancias: 1) atenerse a la advertencia
de Napoleón según la cual “si el enemigo se equivoca, no lo
distraigas”; 2) subrayar serenamente las contradicciones y errores del
Gobierno evitando la jerga tremendista, y 3) manejar con sentido
estratégico los muchos poderes políticos de que la derecha dispone,
administrando su capacidad de bloqueo, recabando protagonismo e interlocución.
Esta legislatura podría ser la del deterioro de la izquierda
de un PSOE al que Sánchez ha llevado a una aventura tan incierta como
adelantan los discursos de sus 'socios' republicanos y bildutarras y
como sugieren las ambiciones descontroladas de Pablo Iglesias. Y la de
la reconstrucción de la derecha si el PP logra imponer su hegemonía
indiscutible en ese espectro ideológico, si todo el poder territorial del que goza se emplea con sentido estratégico
(Madrid, Andalucía, Galicia, Murcia, Castilla y León) y si su capacidad
de bloqueo y desbloqueo (todas las decisiones que requieran 3/5 del
Congreso y cualquier tipo de reforma constitucional) se pone a
disposición de los intereses de España y del fortalecimiento
institucional del sistema constitucional.
En definitiva, si dan la
vuelta al relato (por mucho que ya se deteste la expresión) y se
desprenden del rol que les han asignado Sánchez y sus colaborares: el
del “espanto”, y el del “apocalipsis”. Y eso se logra, paso a paso, demostrando que nunca un Gobierno apoyado por ERC y Bildu puede ser “progresista”,
sino de regresión, divisivo, identitario —en el sentido más
decimonónico del término— y, en fin, insolidario. Se agradecería, en
definitiva, que la(s) derechas(s) abandonen esa pulsión calderoniana en
la expresión y agónica en la descripción y pasen del lamento y el
'quevedismo' de adjetivos a la política útil. Porque, en definitiva, es
la ganadora.
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