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lunes, 20 de enero de 2020

Qué encontramos a faltar en nuestra Iglesia

Iglesia católica

Nos gustaría obtener de la palabra de doctrina y sacerdotal en la vida cotidiana de la Fe una mayor y mejor atención a las consecuencias colectivas de esta, esto es, a su dimensión política. Cuando esta palabra aparece, el espanto surge.
Hay razones para ello, hoy por hoy es un término divisivo generador de conflicto, desprestigiado. ¡Cómo no vamos a evitar que esta forma de entender la política se apodere de la Iglesia! Pero suceden dos cosas: la primera, que de hecho ya está dentro, es que aquellas personas que sienten la vibración política acostumbran, con toda la buena intención del mundo, a supeditar su fe a la visión del partido político. Y esta es la segunda cuestión: cuando tememos a la política es porque la confundimos y la hemos reducido a la pugna entre partidos; y esta solo es una parte importante, pero ni mucho menos toda la política. Porque esta, recordémoslo, es la tarea común. La de un pueblo, también la del pueblo de Dios, para lograr el bien común, que es uno de los fines primordiales de la doctrina social de la Iglesia.
La doctrina social de la Iglesia o es política o no es nada.  somos pueblo seguidores de Jesucristo y hemos de actuar como tal pueblo y que la doctrina social de la Iglesia exige un sujeto colectivo, que no significa necesariamente unos partidos, para hacerse realidad; y que no puede fiarse solo a la acción espontánea de las individualidades, que ha llevado a la Iglesia a la marginalidad en nuestro país y en buena parte de Europa.
Nos encontraríamos más acompañados si la Iglesia presentara la dimensión integral de Jesucristo de manera habitual, en lugar de limitarse a presentar una y otra vez lo que considera su cara más amable. Esta obviamente es la más importante: “venid a mí los que estáis fatigados”, dice Jesús, pues en Él encontramos refugio. Pero también añade que “mi yugo es suave y mi carga es ligera”. Esto nos ayuda, pero su seguimiento implica obediencia, implica una Cruz, al menos la de la vida, que no nos aplasta, pero que pesa. Jesús en ocasiones se manifiesta con una cierta dureza y esto también hay que explicarlo y contextualizarlo bien, porque, de lo contrario, se corre el riesgo de presentar a Jesús pasado por la censura del mundo desde el preciso momento histórico.
Nos sentiríamos más confortados si no se tendiera a predicar el amor que surge del sermón de la montaña de una manera que cada vez se confunde más con la emotividad del mundo. Más cuando la palabra Amor en nuestra sociedad ha perdido parte de su gran riqueza en sus diversos significados y ha quedado reducida a la satisfacción del deseo. De esta manera, es difícil que el amor persista sin sus grandes compañeros: el deber y el compromiso fuerte, que finalmente desaparecen.
Entendámonos bien, no se trata de presentar el amor desde la perspectiva del deber. Nos referimos a presentar el amor cristiano basado en la donación a Caritas más que en la concupiscencia, el afán de poseer. Aunque sin negarlo enteramente, el amor hace manifestar las condiciones necesarias que envuelven “lo que debo hacer”. es un vínculo que une por encima de las contrariedades y que resulta imprescindible.
Creemos que nos ayudaría mucho más para nuestra vida espiritual si se nos explicara de una manera suficiente nuestra necesidad de salvación y por tanto de la gracia. Porque aquella es en definitiva la causa de la encarnación de Jesús: presentar la salvación como una posibilidad y no como una certeza que relativiza todo deber y todo compromiso. Una posibilidad, eso sí, que es un derecho y un deber ASUMIR por parte de cada uno, como bien explica Romano Guardini. Se trata de atreverse a creer que cada uno es un elegido y actuar en consecuencia, porque la elección no es un título escrito sino un afecto eficaz de Dios en favor de los seres humanos.
Pensamos que, si todo esto se hiciera más presente, la verdad tendría más fuerza y la transmisión de la fe resultaría favorecida.
El sermón de la montaña es una enseñanza básica del cristianismo, no constituye una ley rígida, sino que implica una exigencia viva y una fuerza eficiente. Es el tensor que hace avanzar nuestras vidas hacia el horizonte de sentido cristiano. y, para que esto no se traduzca en un subjetivismo e individualismo fuera de medida, es necesario presentar bien todas las dimensiones que encierra la vida cristiana.

                                                              EDITORIAL de FORUM LIBERTAS

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