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martes, 28 de enero de 2020

PALABRAS QUE DESHACEN ESPAÑA

El autor explica que el concepto de 'nación' ha despertado pasiones a lo largo de los siglos. Pero le parece que el presidente Pedro Sánchez debe explicar bien qué entiende hoy por una España 'plurinacional'


 

SEAN MACKAOUI



La frase más memorable del año, pronunciada por una de las diputadas cuyos votos hicieron posible la investidura de Pedro Sánchez y el nuevo Gobierno de coalición -Montse Bassa, de ERC-, ha sido la sorprendente declaración: "Me importa un comino la gobernabilidad de España". El sentimiento, apestando a odio a la democracia, no es tan extraordinario como podríamos pensar. Su equivalente se puede encontrar en los discursos pronunciados por políticos españoles mucho antes de la época contemporánea. Hace exactamente dos siglos, en 1820, el Estado español, enfrentado al golpismo y al conflicto civil, obligó a su Rey y a sus Cortes a llegar a un acuerdo político basado en la aceptación de la Constitución. Ello debería haber ayudado a la forja de un pueblo unido, pero no fue así. Uno de los padres de aquella Carta Magna, el diputado Agustín Argüelles, exclamó en su momento: "¡Españoles, ya tenéis patria!". Pero, en realidad, no se creó patria, no surgió un Gobierno estable y la Constitución fue ignorada. Hoy, 200 años después, la situación parece ser casi exactamente la misma.
El actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, argumenta que ha logrado una coalición de ideologías que producirá un Ejecutivo que representa a las distintas "identidades nacionales" de España. ¿Identidades nacionales, en plural? Algo parece estar muy mal aquí. Sobre todo, es un problema de un mal uso de las palabras. ¿España tiene más de una identidad? ¿Podemos imaginar a un primer ministro de Alemania, Francia o Italia proclamando que su país disfruta de múltiples "identidades nacionales"? ¿Cambiaría el Gobierno de Francia el himno nacional para referirse no a la patrie sino a les patries? La idea es impensable. Sin embargo, en España, el jefe de Gobierno ahora proclama que el país es plurinacional, él depende abiertamente del apoyo de los partidos separatistas y ha designado a un ministro claramente pro independentista para su Gabinete. Sánchez ha explicado esta extraña situación al afirmar que necesitamos "saber conocer y respetar la diversidad de identidades que tiene nuestra nación".
Desafortunadamente, la palabra nación es la fuente de toda la confusión. Según una encuesta reciente publicada aquí en EL MUNDO, la mayoría de los votantes socialistas "niegan que Cataluña sea nación y España, plurinacional". Con todo, Sánchez ha preferido legitimar las referencias de Cataluña y País Vasco respecto a su estatus, dando su aval a las "identidades nacionales". ¿Eso significa que España no tiene identidad y que solo sus autonomías constituyentes tienen identidad?
El hecho es que son pocos los conceptos políticos que han despertado más pasiones que el de nación. La palabra siempre ha tenido significados diferentes e imprecisos. "En la Monarquía de España -escribió en 1640 Baltasar Gracián-, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir". A finales del siglo XVII, el escritor exiliado Isaac Cardoso, quien vivió en Italia, dijo: "En una nación como España hay muchas naciones que están tan entremezcladas que ya no puede reconocerse a la nación original". Gracián y Cardoso estaban hablando de un país de hace 400 años, pero, ¿sigue siendo España igual que en aquella lejana época? Podemos estar seguros de que el jefe del Gobierno actual no ha leído a Gracián o Cardoso, por lo que sería interesante descubrir dónde encontró la idea de que España, más que nación, es todavía solo una combinación de naciones.
Un especialista en el tema, el historiador británico Hugh Seton-Watson (fallecido en 1984), escribió tras muchos años de estudio de las pequeñas naciones de Europa: "No se puede idear una definición científica de nación; sin embargo, este fenómeno ha existido y aún existe". Dijo además: "Una nación existe cuando una cantidad considerable de personas de una comunidad consideran que forman una nación, o cuando se comportan como si hubieran formado una. No es necesario que toda la población se sienta de esa manera, o se comporte de esa forma, y no es posible establecer dogmáticamente el porcentaje mínimo de la población que debe verse afectada de esta manera". Sin embargo, Seton-Watson también nos advirtió de que si es sólo una pequeña parte de los ciudadanos la que reclama el título de nación para su comunidad, aquella nación puede no ser más que una ficción.
Efectivamente, podemos compartir la opinión de otro especialista, el destacado catedrático ruso Valery A. Tishkov, quien concluyó en el año 2010: "Nación es una metáfora potente que dos formas de agrupaciones políticas -el sistema de gobierno (el Estado) y la entidad étnica (el pueblo)- se esfuerzan por poseer en exclusiva. Es una palabra fantasma que, por un accidente histórico, ha ascendido al nivel de metacategoría". Y es este fantasma, esta ficción, lo que el presidente Pedro Sánchez está tratando de emplear para persuadir a los españoles de que tienen múltiples identidades y que no pertenecen a una sola identidad española.
Es, por supuesto, un juego de palabras. Durante la campaña para las elecciones generales del pasado 10 de noviembre, las palabras se distorsionaron sistemáticamente de su significado normal para servir a intereses políticos específicos y despertar pasiones. En este contexto, las palabras nación y plurinacional han sido algunas de las principales víctimas. Si cada identidad en España es una nación, podemos preguntarnos, ¿qué es exactamente España? En la historia de este país hubo que dedicar siglos de esfuerzo para lograr lo que se acabó consiguiendo. Con buen criterio, algunos teóricos políticos sugieren que habría que eliminar del discurso la palabra nación al no haber acuerdo sobre lo que supone.
En los útimos meses, se han distorsionado muchas otras palabras con la intención de provocar conflictos políticos. La palabra derecha prácticamente ha perdido todo significado al aplicarla sin distinción, independientemente de su ideología, y cuando derecha no parece suficiente se emplean nuevos términos como ultraderecha, otra palabra de ficción sin sentido. De la misma manera, ahora es común usar con ligereza fascista, empleado principalmente por personas que son demasiado jóvenes para haber tenido alguna idea de, o contacto con, el fascismo. Afortunadamente, nadie parece haber empleado el término ultraizquierda, una palabra que en cualquier caso no podría tener ningún significado ideológico.
Uno de los vicepresidentes del nuevo Gobierno, Pablo Iglesias, ha destacado en su uso del nuevo lenguaje ficticio. Llegó a afirmar que quienes no están de acuerdo con él ni siquiera son españoles: "Antes que españoles son ustedes reaccionarios", soltó en el debate de investidura de Sánchez. También les espetó a sus rivales políticos que eran "enemigos de la democracia" y "traidores a la patria". ¿Una patria? ¿O muchas patrias? ¿Muchas patrias, en las cuales muchas de las identidades consisten en traidores y reaccionarios? Todos estos términos sin sentido, de insulto y abuso, revelan que las ideas políticas serias parecen haber desaparecido de la arena de la vida pública. España entra en otra década de su historia en la que algunos políticos destrozarán el país con su lenguaje ficticio, un lenguaje más adecuado para las alturas intelectuales de Twitter y el principal exponente de esta red, el presidente Donald Trump.

                                                                HENRY KAMEN*  Vía EL MUNDO
*Henry Kamen es historiador británico; su próximo libro, La Invención de España, se publicará este año con Espasa.

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