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jueves, 30 de enero de 2020

LA LLAVE DE CARACAS

El dinero deja pistas. Siempre. La pista más negra de la política española se pierde en Venezuela

 

 

Vivimos la descomposición de un régimen. No es valoración; es dato. Una región desafía a la nación y nada pasa. Mientras, en el Estado, gentes turbias se enriquecen. Muere un mundo, muere un sistema político. Todo se pudre.
Todo se pudre. No hay un gobierno. Hay dos. Ni siquiera ha jugado nadie a ocultarlo. Desde su formación, Sánchez e Iglesias explicitaron que cada uno de los dos hemisferios del ejecutivo quedaría, en exclusiva, bajo el poder de uno de los dos partidos; lo cual vale decir bajo la decisión personal de cada uno de sus dos líderes. Los ministerios de Podemos renunciaban a hacer pública disconformidad alguna con las actuaciones de los ministerios cuyo lote había correspondido al PSOE. Y a la inversa. Se podrá eludir el peso de la realidad a golpe de eufemismos y de televisores. Pero la realidad es testaruda y acaba siempre por imponerse a las palabras en las actuaciones políticas: no hay un gobierno, hay dos. Con dos presidentes al frente. Uno mayoritario: Sánchez. Otro que, en su minoría, es absolutamente necesario para la supervivencia parlamentaria del primero: Iglesias. En política no es lo esencial quién tiene la mayoría, sino quien dispone de los medios para privarle de ella. Basta un gesto del delirante grupo que dirige Iglesias, para que el PSOE cierre su siglo y pico de existencia, naufragando en la nada. Y no precisamente del modo más elegante.
¿Hay un interés común entre esos dos gobiernos que se disputan el futuro monopolio del Estado y que están llamados a asesinarse entre sí cuando llegue el momento propicio? Lo hay. En política, no hay afectos. Hay matrimonio de interés: sólo el sólido el pilar del dinero estabiliza.
Pero, ¿hay un interés común entre Sánchez e Iglesias? Sí: Venezuela. Y, si la violación de leyes europeas que el viaje de Delcy Rodríguez consumaba, al sobrevolar el espacio aéreo español y aterrizar en Madrid, fue tolerado; y, si la atención de un vicepresidente le fue concedida; y, si pudo luego atravesar el aeropuerto y volar con destino a Doha…, sólo a ese interés común hay que atribuirlo. Un patrón impone condiciones a sus empleados: agradables o incómodas. El que paga manda. ¿Qué derecho de propiedad podía exhibir la señora Rodríguez ante sus interlocutores españoles? ¿Nóminas? ¿Libros de cuentas?
Las de Podemos son las más sencillas. En Venezuela, un grupo de avispados penenes españoles fue transubstanciado en partido político. Eran los tiempos en los que, Chaves -luego sería Maduro- clamaba hacer pagar a España el escaso respeto hacia su dictadura. Los penenes fueron lanzados al asalto. Nadie sabe, hasta hoy, cómo pudo financiarse eso. Nadie, salvo quienes lo hicieron. Delcy Rodríguez, seguro que no lo ignora.
Pero las nóminas y libros de cuentas venezolanos no son, para el PSOE, de menor envergadura. Alguno quizá recuerde cómo, en tiempos de Bono, los Estados Unidos hubieron de intervenir para que el ministro español no vendiese tecnología militar norteamericana al narcoejército de Venezuela. Y muchos, muchísimos, seguro que recuerdan el ir y venir de ese curioso personaje al cual Delcy Rodríguez bautizó como «mi príncipe». ¿Qué ha estado haciendo Zapatero en Venezuela durante estos años? ¿Política o negocios? ¿En beneficio de quién? ¿De personas, de empresas, de partidos...?
El dinero deja pistas. Siempre. La pista más negra de la política española se pierde en Venezuela. Puede que Delcy Rodríguez trajera ciertas carpetas. Bajo llave. Desde Caracas. En su avión. Todo se pudre.

                                                                    GABRIEL ALBIAC   Vía ABC

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