Una de las ventajas indiscutibles de las Repúblicas presidencialistas frente a las Monarquías parlamentarias es que resuelven con mayor facilidad lo que podemos llamar “empates” políticos, que se dan cuando el electorado está muy dividido, mediante la elección directa del Presidente. En España se pretende imitar burdamente ese modelo al reclamar la presidencia para la lista más votada, olvidando que no elegimos un Presidente sino un Parlamento y que, como pasa ahora, el Parlamento puede ser incapaz de encontrar una fórmula de Gobierno suficientemente sólida, un problema que nunca se había planteado con anterioridad, pero que ahora aparece en su forma más acuciante. No deja de ser una ironía que la situación española se asimile tanto a la existente en Cataluña en la que un prodigioso empate a 1515, en el seno oscuro de una extraña coalición de intereses, ha hecho imposible la investidura del mendicante Mas.
La supuesta derrota del bipartidismo
El bipartidismo ha experimentado un notable varapalo si por tal se entiende el peso conjunto de los dos primeros partidos, pero si miramos a la sociedad española en su conjunto, las diversas izquierdas, y la derecha, algo menos arracimada pero tampoco homogénea, se reparten el electorado al cincuenta por ciento, casi de manera exacta. Haber conseguido esto sólo cuatro años después de la debacle de Zapatero es un mérito indiscutible de Rajoy, en particular de su desprecio por la política, de su confusión del gobierno con el arte de salir del paso, para ir a parar a Guatepeor, lógicamente.
La sociedad española ha producido un Parlamento difícil de articular en un Gobierno estable, ni por la derecha ni por la izquierda
La sociedad española ha producido un Parlamento difícil de articular en un Gobierno estable, ni por la derecha ni por la izquierda, porque los políticos no han sabido ofrecer una propuesta mayoritaria y el electorado ha fabricado un Parlamento que representa muy bien sus ensoñaciones pero que seguramente no sabrá cómo articular unas decisiones razonables y duraderas para la legislatura. Los españoles estaban descontentos, hartos, desconcertados y divididos, y las ofertas presentadas por los partidos han producido una aritmética que, aparentemente, deja muy escaso espacio para encontrar una fórmula viable y satisfactoria.
Los inconvenientes de la solución heroica
Cuando una nación está en crisis y sufre amenazas graves, puede ser lógica la solución de un pacto de las fuerzas mayoritarias, habitualmente opuestas. Esta supuesta solución está siendo sugerida para nuestra situación, pero al hacerlo se olvida que la crisis española es, sobre todo, una crisis de los dos grandes partidos y que es difícil suponer que el agravamiento de las causas del mal suponga la facilitación de los remedios.
Más allá de que la solución de un Gobierno de coalición tripartito, PP, PSOE y Ciudadanos, cosa que ha propuesto Rajoy, no satisfaga las expectativas políticas del PSOE, que la ha rechazado de manera frontal y unánime, existe un problema de principio que no debiera ser echado en saco roto. El malestar del electorado se ha atribuido, básicamente, a la corrupción, extendida en los dos grandes partidos, pero más actual e hiriente ahora mismo en el PP, y a la sospecha de que ambas fuerzas han mirado más por sus propios intereses que por los intereses generales de los españoles, a que hay más patriotismo de partido que verdadero patriotismo. No es un secreto que las dos grandes fuerzas políticas han pactado el control de la Justicia, el reparto de todo tipo de poderes, y el irresponsable y demagógico incremento del gasto público, fomentando el clientelismo, la corrupción y su interés electoral. Sería muy ingenuo suponer que, una vez juntos, no apretasen las tuercas del control en esa dirección, lo que produciría un nivel de deslegitimación política del sistema difícil de soportar.
Un gobierno de coalición, incluso si se diese con el error de meter por medio a Ciudadanos, no serviría para otra cosa que para agravar los males del presente
Un gobierno a la defensiva y contra la opinión general
Un gobierno de coalición, incluso si se diese con el error de meter por medio a Ciudadanos, no serviría para otra cosa que para agravar los males del presente, tanto desde el punto de vista económico, más gasto irresponsable, como desde el punto de vista político, menos libertad y mayores cortapisas por todas partes. Y se colocaría frente al impulso de una corriente de opinión que reclama más responsabilidad política, más ejemplaridad, más justicia y más libertad, porque pondría a los causantes del malestar en una coalición contra el resto de los españoles. No se debe perder de vista el hecho asombroso de que la pésima gestión política del gobierno no ha triturado sólo al PP, sino que ha servido para seguir deteriorando la expectativas del PSOE hasta convertirlo, especialmente en las grandes ciudades, en un pálido reflejo de lo que fue. En estas condiciones, se impone una nueva consulta electoral, puesto que un Gobierno a la lusa tampoco parece viable.
Nuevas elecciones, nuevos programas, nuevos candidatos
Aparentemente quienes llevan las de ganar con una convocatoria dentro de pocos meses, son Podemos y el PP, y quienes tienen los pronósticos en contra son Ciudadanos y el PSOE. Aparentemente. Nunca se ha dado un caso similar y los ciudadanos van a examinar con lupa lo que hagan los partido en este interregno, e interpretarán el miedo a una nueva consulta como hay que interpretarlo, como un ferviente deseo de hacer lo que convenga a los dirigentes políticos, en lugar de dejar que sean los ciudadanos quienes decidan directamente cómo se resuelve el callejón sin salida en el que nos hemos metido.
El PP, que tras ser un gran partido del centro derecha y con inspiración liberal está en trance de reducirse a la insignificancia en su fórmula actual, no debería cometer el error de insistir en la presentación de Rajoy como candidato, porque se arriesga a sufrir un varapalo adicional, aunque sólo sea por el ejemplo insoportable de poner las leyes, los estatutos y la política en su conjunto al servicio de los intereses personales del presidente en funciones, que haría bien en dimitir como presidente del PP y convocar un Congreso abierto para escoger un nuevo candidato y un nuevo programa que sea creíble y atractivo. Suponer que más de los mismo tendrá más votos, por el miedo y por la resignación, es una apuesta que no debieran hacer en nombre del interés general.
Ciudadanos corre el peligro de desaparecer en este turbión si no se atreve a ser un partido de verdad
El PSOE debería dejar de pensar en sí mismo y redefinir su papel en una sociedad que ya no se parece nada ni a la de la guerra civil ni a la de la transición, claro es que para hacerlo necesitaría que el PP se centrase en su espacio y no pretendiese ser más “social” que nadie, pero el problema que tiene no es un problema de personas ni de pactos, sino esencial, muy de fondo, y la senda del zapaterismo ya se sabe a lo que conduce.
Ciudadanos corre el peligro de desaparecer en este turbión si no se atreve a ser un partido de verdad, si sigue dependiendo en exclusiva de un líder que no ha aguantado bien el momento de la prueba máxima, y se conforma con quedarse en un esquema que depende de que otros lo hagan mal, aunque desgraciadamente se trata de una hipótesis no del todo improbable.
Si la segunda convocatoria se diese, Podemos tendría que dejar de ser el partido de las mil caras y es probable que, al mirarse en el espejo de la confrontación, su aspecto se avejentase, que se le viesen más los afeites de vieja dama roja, pero claro, con Rajoy como alternativa hasta las gallinas pueden parecer halcones.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ POPULI
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