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miércoles, 6 de enero de 2016

EL DILEMA DE FELIPE VI

El Rey podrá optar por seguir el guion que le está sirviendo el conglomerado político y mediático heredado de su padre o bien, ante la falta de acuerdo de los grupos parlamentarios, buscar la afirmación de su papel y autoridad.

Acostumbrados a las prácticas de décadas, se observa una cierta minusvaloración del papel del Rey ante la formación de Gobierno después de las recientes elecciones, sin caer en la cuenta de que, por vez primera, el Jefe del Estado, que goza de capacidad no limitada para proponer candidato a la presidencia del Gobierno, conforme al artículo 99 de la Constitución, tiene ante sí un escenario parlamentario inédito, compuesto por diferentes minorías de las que, en principio, ninguna de ellas está en condiciones de armar una mayoría en las Cortes. A ello hay que añadir Cataluña al borde del caos político. Por eso las consultas del Monarca son relevantes no sólo para él, que tiene que decidir, sino para el pueblo español que debe conocer los elementos de juicio sobre los que, en su caso, se basará la decisión que adopte el Rey. Y para que ello sea posible deben cambiar los usos de la etapa de Juan Carlos I en la que las consultas eran un mero trámite de cuyo contenido no se daba cuenta a la opinión pública.
Hay que practicar la democracia parlamentaria
No está de más recordar que en los sistemas parlamentarios el Jefe del Estado realiza consultas entre los líderes políticos y/o parlamentarios como paso previo para encargar la formación de gobierno. En España esta tarea le corresponde al Rey y las consultas se limitan a los grupos parlamentarios que componen el Congreso de los Diputados. Aquellas se inician una vez constituidas las Cortes, siendo su presidente el encargado de comunicar al Rey tal circunstancia. Por tanto, será a partir del día 13 de enero cuando se inicie el proceso constitucional para la formación de Gobierno sin que exista plazo para la designación de candidato, lo que supone, en las circunstancias actuales, que Felipe VI puede tomarse el tiempo que desee, una vez consultados los grupos parlamentarios, para decidir, teniendo en cuenta lo que cada uno de los consultados le manifieste.
Los tiempos de vida y dulzura del turno han terminado y da la casualidad que el estreno de la nueva etapa le ha tocado a Felipe VI
Será su primera actuación importante en un escenario complicado y fluido, dominado por las viejas inercias y los potentes intereses de los partidos dinásticos que intentan transmitir la idea de que el Rey actuará mecánicamente y encargará formar gobierno primero al PP y después, si falla el primero, al PSOE. De hecho, ambos partidos ya se han manifestado en esa dirección, dando por sentado que el primer candidato será el Señor Rajoy. Ese es el guion dominante, que no necesariamente tiene que ser compartido por el Jefe del Estado cuando nadie tiene la mayoría parlamentaria, porque, guste o no, los tiempos de vida y dulzura del turno han terminado y da la casualidad que el estreno de la nueva etapa le ha tocado a Felipe VI quien, por razones obvias, tiene escasa auctoritas y una potestas limitada, lo que induce a pensar que intentará insuflar vigor a la primera y ejercerá con prudencia la segunda, cuidándose de no cometer errores que le comprometan ante la nación. De ahí que el contenido de las consultas deba ser conocido por la opinión pública a través de lo que declare cada consultado después de entrevistarse con el Jefe del Estado. Esa es la forma habitual en las democracias parlamentarias, aunque en España no se ha practicado hasta ahora.
El dilema de Felipe VI entre el peso de la herencia y la crisis española
Durante años hemos venido oyendo la cantinela cortesana de que las conversaciones con el Monarca no se comentan, como si ese señor fuera un dios del Olimpo. Desde luego ahora no deberá ser así en aras de la transparencia y de la justificación de lo que el Rey pueda decidir. Porque,si de la primera ronda de consultas resultase que nadie está en condiciones de formar Gobierno, Felipe VI no está obligado a nombrar candidato alguno y, de acuerdo con sus facultades de arbitraje, podría iniciar una segunda ronda de consultas, argumentando su decisión en la ausencia de garantías para que un candidato obtenga la confianza del Congreso de los Diputados. También puede exhortar a los grupos parlamentarios para lograr acuerdos, ya que, en definitiva, son estos grupos los que deben decidir la formación de Gobierno.
Es innegable que la situación es complicada, cosa que es lógica por mor de la quiebra del modelo político y económico, cuyos principales responsables se niegan a reconocer. Y ante esa realidad, el Jefe del Estado tiene pocas opciones, cada una con sus riesgos, pero deberá elegir, porque ¿cómo se puede pensar que el primer magistrado de la nación debe mantenerse dentro de un fanal en un país inquieto, deseoso de cambiar el estado de cosas, que con los votos ha enviado su mensaje plural al Parlamento? Es verdad que el origen hereditario y no electivo del Rey le resta capacidad a su margen de actuación con unas Cortes fragmentadas y los partidos dinásticos desacreditados, pero constitucionalmente es lo que hay mientras el sistema no cambie.
El desarrollo y la transparencia de las consultas, así como el lugar en el que estas se celebren, la Zarzuela o el Palacio Real, nos irán desvelando las intenciones del Monarca
En vista de lo cual, el Rey podrá optar por seguir el guion que le está sirviendo el conglomerado político y mediático heredado de su padre o bien, ante la falta de acuerdo de los grupos parlamentarios, buscar la afirmación de su papel y autoridad, estimulando la constitución de un gobierno provisional de gestión con una agenda constituyente, para evitar la parálisis y la repetición de las elecciones generales, explicando sus razones a la nación. Puede que sea pedir peras al olmo dado el bajo nivel imperante en el decrépito establishment español; de todas formas, el desarrollo y la transparencia de las consultas, así como el lugar en el que estas se celebren, la Zarzuela o el Palacio Real, nos irán desvelando las intenciones del Monarca.
Más valdrá que acierte y no tenga que lamentarse como el protagonista
de El reino dividido de Miklos Banffy cuando presenciaba la ruina de su país: “poco a poco la realidad había sido sustituida por ilusiones, autoengaños y fanfarronería. Todos eran culpables, todas las capas dirigentes de la sociedad húngara (…) Una generación que había sido capaz de olvidar la realidad de la vida del país y se había dedicado, como un niño, a perseguir espejismos. En suma, una generación que había ignorado todo cuanto sustentaba a la nación: la fuerza, la autocrítica y la unión”.
                                                MANUEL MUELA   Vía VOZ POPULI

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