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viernes, 15 de enero de 2016

LA POLÍTICA ESPAÑOLA EN FASE DE CRISÁLIDA

La situación parlamentaria, tras las recientes elecciones, se encuentra en un período de crisálida, que es una fase procesual que la naturaleza sabe resolver con facilidad, pero que, por lo inhabitual que resulta en política, suscita interrogantes que no son fáciles de responder. Para empezar, se trata de un momento en el que abundan las representaciones paradójicas, y en el que se va abriendo paso una lenta toma de conciencia de que las cosas ya no resultan ser lo que parecían. Frente a la suposición de que el PP ha ganado las elecciones (¿?) se va abriendo paso la idea de que Rajoy no dispone de las fuerzas necesarias para gobernar, y ante la sospecha de que se avecine un gran cambio, se abre paso la evidencia de que la sede de la soberanía ha sido asaltada por lo imprevisible, una sarta de ocurrencias que van desde la epifanía de una tierna maternidad a un sorprendente desfile de figuras del perroflautismo, aunque las aporías aritméticas persistan haciendo obvio que, pese a tanto barroquismo lumpen, sigue vigente la vieja sabiduría torera que el Guerra le robó a Talleyrand, “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”.
Los déspotas ilustrados asumen que la plebe no será capaz de lograr por sí misma la alquitarada solución que ellos preconizan
¿Un gobierno fuerte?
Los electores parecen haberse resistido a la demanda de un gobierno fuerte que repiten a toda hora los que se supone tienen el Estado en la cabeza, siempre los mismos y siempre con idéntica receta, acudir presurosos en auxilio del que manda, sólo que esa recomendación es de difícil cumplimiento cuando resulta que nadie puede mandar, pero se insiste en no pedir una segunda decisión al pueblo al que retóricamente se sigue suponiendo soberano. Los déspotas ilustrados asumen que la plebe no será capaz de lograr por sí misma la alquitarada solución que ellos preconizan, olvidando que esa solución es, precisamente, la que ha obtenido un rechazo razonablemente rotundo, tanto, digamos, por el flanco liberal como por la costado de los demandantes de milagrosos portentos sociales. Una nación hastiada de la forma patrimonial, corrupta y populista de entender la política no se va a curar de sus dolencias potenciando el poder y las triquiñuelas de los que han dirigido el chiringuito haciendo oídos sordos a la censura de los prudentes y a los lamentos, reproches e iras de los desesperados.
Rajoy en 144 caracteres
En medio de un desconcierto que no se acabará en apenas unas semanas, el buen sentido se hace preguntas que debieran tener respuesta fácil, pero que pueden parecer impertinentes. Una elemental, rebosante de lógica: ¿para qué quiere Rajoy un gobierno fuerte si no hizo nada con la mayoría absoluta que tenía? Es una de esas preguntas que desnuda al Rey, porque pone de manifiesto la preeminencia del interés personal sobre cualquier otra consideración, por intrigantes que puedan resultar las razones de Rajoy, que pierde dinero en Moncloa según propia confesión, para permanecer en un puesto en el que ha cosechado tanta ingratitud. Claro es que siete millones de españoles si han pensado que Rajoy ha hecho lo que debía y que tendría que seguir haciéndolo, pero, en el estado de crisálida, esa enorme cantidad de votos se convierte en un espejismo, porque el juego consiste en ser Cesar o en ser nada, y para eso no alcanzan.
Rajoy tiene ante sí un gran problema, un dilema dramático: ¿me seguirán mis fieles hasta el abismo y se precipitarán en él para salvar mi capitanía?
La larga sombra de Bárcenas
Bárcenas ha contribuido a que la situación no tenga salida dando suelta a partes interesantes de un rico arsenal testimonial. Al hacerlo ha mostrado que no confía en que Rajoy pueda seguir en el machito, pues de lo contrario hubiera sido más prudente seguir apostado por lo que Rajoy hubiere podido hacer para aliviar sus sufrimientos (los de Bárcenas, digo). Aunque, en medio del vendaval mediático por la presentación de la crisálida en sociedad, las revelaciones barcénicas han recibido un tratamiento anestésico, hay piezas suficientes como para asegurar que la reina del ajedrez puede estar bajo jaque mate en unas pocas jugadas, y cabe que eso se tema el aludido. Tiene ante sí un gran problema, un dilema dramático: ¿me seguirán mis fieles hasta el abismo y se precipitarán en él para salvar mi capitanía? ¿no será más práctico dejar paso a otros, aunque bueno me hagan? Por absurdo que pueda parecer, la respuesta no está ni siquiera en el viento, todavía, pero, en estas circunstancias epigenéticas, no hay mal que cien días dure.
“O rinnovarsi o perire”
Cuatro versos de Machado (Proverbios y Cantares, XXXIV)
“O rinnovarsi o perire''...
No me suena bien.
Navigare é necessario...
Mejor: ¡vivir para ver!
Pueden estar rondando las memorias de diputados y líderes del PP, con un dilema parecido al de Rajoy y que depende en parte de él, porque puede resultar muy duro poner en la calle a quien te ha puesto en las listas, y es muy tentador esperar a ver qué pasa, que es lo que recomendaba el poeta sevillano, pero ese consejo puede ser inteligente para un sabio de provincias, pero es letal para una tripulación a la que, además, se le está llenando el barco de piratas que presumen de que tomarán el mando a la primera de cambio. Los comunicados oficiales nos informan de que la determinación de los peperos a morir con las botas de Rajoy puestas es absoluta, pero puede que tras la aparente devotio ibérica, aparezca pronto un poderoso impulso de supervivencia, por no hablar de que puedan despertarse las conciencias a la idea de que el cumplimiento del deber no siempre tiene que ser cómodo. Días como el del pasado miércoles pueden hacer mucho en la toma de conciencia de que, debiéndole mucho a Rajoy, todavía le deben más a los españoles, y que puede ser mejor hazaña y mejor negocio hacer que al presidente en funciones le crezcan pronto los adornos y las virtudes de los expresidentes, ha pasado con casi todos.
Se puede ser de Podemos, pero es absurdo encargarles de que nos representen, porque sólo saben hacer de ellos mismos
La alegre muchachada
El miércoles parecía día de visita en el Congreso, las chaquetas sobre los escaños, tal vez para evitar perderlas, el aliño callejero, las camisas fuera. Me parece que la imagen da para convencerse de que se puede ser de Podemos, pero es absurdo encargarles de que nos representen, porque sólo saben hacer de ellos mismos. Si hubiere una convocatoria inmediata, Podemos podría perder muchos de los votos recibidos en representación, no los propios, pues propios son los votos de ese anarquismo inseparable de nuestras más recias tradiciones, esa especie de liberalismo socialista y cañí, popular y sin lecturas, que piensa que se puede fabricar el maná sin escaseces ni sinsabores, que los nombres cambian las cosas, que la realidad es un sistema de gestos. Por el contrario perderán muy pronto los robados, los de quienes votaron a Podemos para castigar a otros muy diversos, del PSOE, de IU o del PP, o quienes pudieron pensar que estaban ante unos tipos decentes, ilustrados y eficaces, y verán pronto que no van a ser capaces ni de gobernarse a sí mismos, que se agolparán y se pisotearán a  las puertas de un cielo muy terrenal en el que no caben todos. Tal vez me equivoque, suele suceder, pero el liderazgo de Iglesias es un resto insepulto del zapaterismo apoyado en los mismos particularismos egoístas que le dieron la mayoría a ZP en el 2008, y que ya no van al PSOE, como dejarán de ir con el Iglesias que aspira a plaza fija en Palacio. Tampoco ayudarán mucho las revelaciones que muestran qué clase de intereses reales han hecho posible esta eclosión podemita, los ayatolas, la inteligencia chavista, con perdón, y el afán de Rajoy y su cuadrilla por desestabilizar todavía más a un PSOE que ha pasado demasiado deprisa de la inmadurez a la demencia senil.
Frente al oportunismo disfrazado de responsabilidad, cabe reclamar la responsabilidad desnuda, el valor de recuperar la política
Ríos que no desembocan
Son muchos los intereses del miedo, los que quieren cobrar comisión por propiciar una salida chapucera que, supuestamente, sepultaría la llamada vieja política, que no es otra cosa que esa política insuficiente y mal hecha, con afeites de una política de Estado, y que, ahora mismo, dejará una democracia todavía más maltrecha. Frente al oportunismo disfrazado de responsabilidad, cabe reclamar la responsabilidad desnuda, el valor de recuperar la política y de llamar a las urnas para que los españoles decidan entre dos formas distintas de resolver sus problemas, pero ello exige necesariamente una fuerte conmoción del PP, un nuevo líder y la vuelta al programa abandonado en 2011, al espíritu de partido sepultado en Valencia, a esperar que no para siempre. Ya se ha visto a lo que conduce hacer del PP un partido en que están fuera de juego todos los que realmente creen en algo, y en que solo cuentan Rajoy y los que siempre están dispuestos a ser clones de lo que haga falta, esos que ahora piden un gobierno fuerte que les permitiese seguir en su nadería por un poco más. Es mucho lo que se podría ganar a cambio, claro es que con riesgos, pero de nada sirve a España mantener una ficción de partido al que se ha llevado a la jibarización y, como es lógico, a la derrota, y puede merecer la pena arriesgarse por un partido que sepa y pueda defender con vigor la libertad, la dignidad y la esperanza en que los españoles sabremos superar este sarampión provocado por la insana práctica de sacrificar la política en aras de la mediocridad burocrática, al servicio de unos cuantos funcionarios que no creen ser servidores civiles de la administración, sino dueños del Estado.

                                                         J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ POPULI

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