¿Un pacto político en
España? Nadie discute que sea posible, pero sí se duda qué pacto: un
pacto de sumisión y rendición, o un pacto de Estado bien trabado. Todo
depende del nombre elegido.
En 2011 los españoles dieron al Partido Popular una amplia mayoría absoluta, una de las mayores que ha habido en todas las legislaturas democráticas. Mariano Rajoy
tenía en sus manos y en sus escaños cumplir su programa electoral sin
casi límites ni excusas. Al menos todas las promesas y principios que no
implicaban gasto o que incluso suponían menores gastos o mayores
ingresos no encontraban ni siquiera la excusa de la crisis para no ser
cumplidas. Se podía suprimir o al menos acorralar el aborto, pues había mayoría para ello; se podía reformar hondamente la educación; se podía reordenar el Estado liquidando los poderes excesivos, perniciosos o separatistas dados a las regiones, e intervenir las que fuese preciso; ETA y todos sus apoyos de cualquier tipo podían volver a estar fuera de la Ley. Y no hacía falta ningún pacto para ello.
No se hizo. Se ha combatido la crisis, sí, pero actuando como si la economía fuese el único problema o el más cercano a los principios de la vieja derecha o el que más preocupase de verdad a los españoles. En realidad, Rajoy no hizo nada nuevo ni inesperado.
Siguió una vez más los consejos “técnicos” del marido de la inefable Celia Villalobos, Pedro Arriola,
y actuó en consecuencia: nada más importante que la economía, actuar
poco, no luchar por los medios de comunicación, renunciar a los
principios antes permanentes. Arriola, eso sí, se ha hecho con sus
consejos más rico que ningún sociólogo con el dinero del PP, y cambiando el PP de arriba abajo.
La apuesta de Rajoy, convencido por Arriola, era que el “voto cautivo”, multiplicado por el “voto del miedo”, votaría al PP
desde la derecha sin necesidad jamás de ninguna política de derechas;
es decir un partido sin valores, incumpliendo su programa, con políticas
de izquierda y servil con los medios progres, simplemente por los
éxitos económicos y por el peligro de la izquierda. Arriola
diseñó incluso una campaña en la que se usó a la extrema izquierda como
espantajo para recuperar y movilizar voto y en la que se dedicaron los
mayores esfuerzos a atacar a Ciudadanos, los únicos posibles aliados.
Bien, Arriola ha triunfado. Rajoy lidera el PP
que ha ganado las elecciones con la mayoría más débil y más aislada de
toda nuestra historia política, quizá desde la I República. Ahora tiene
que intentar formar Gobierno. Con él o sin él el Gobierno ha de basarse
en pactos, visto el Parlamento.
La moda es dramatizar con este asunto de los pactos, como si Rajoy
no pudiese conseguirlos, como si no se pudiesen conseguir, como si unas
segundas elecciones fuesen inevitables o angustiosas, como si… todas
las miserias de Arriola fuesen verdad. Sin embargo, una
situación parlamentaria como la española, similar en variedad y
distribución de fuerzas, no es nada excepcional, con una similar ha
vivido Italia desde 1945 hasta al menos 2000 y, si bien no construyendo
un modelo político maravilloso, ha permitido a través de pactos que
aquella sociedad funcionase, viviese y creciese.
El arriolismo
llevado a los pactos implicaría una rendición en el contenido del
Gobierno con tal de formar el pacto, con la subsiguiente rendición en
todos o casi todos los contenidos.
Porque, a diferencia de
lo que se dice en muchos medios pacatos, timoratos o comprados, los
pactos no son difíciles. Pactos va haber salvo que pacten precisamente
que no haya pacto para que haya elecciones, pactadas. La cuestión está
más bien en qué pactos tendremos, o más bien qué posición va a adoptar
ante ellos el centroderecha del miedo. Y es que hay pactos que se pueden
hacer sin caer en los vicios del sevillano Arriola.
Durante décadas Giulio Andreotti
guió su corriente dentro de la Democracia Cristiana italiana siendo
parlamentario durante seis décadas, ministro más de 40 años y 7 veces
presidente del Gobierno, jamás con una mayoría absoluta y siempre
negociando pactos de lo más variado. Andreotti es la prueba histórica de que desde un partido de derechas muy moderado y muy
dividido se pueden negociar pactos sin rendiciones totales, sin
entregar el país ni el Gobierno a la extrema izquierda y sin necesidad
de lloriqueos como los del centrito español de estos días.
Lo que necesita el PP, por de pronto, y quizá España, es un Andreotti,
un hombre capaz de negociar sin miedos ni rendiciones, y capaz de usar
toda su fuerza, dentro y fuera del Parlamento, para lograr un pacto de
Estado. Ya hemos comprobado en España, desde luego en la legislatura de
2011, que una mayoría absoluta no garantiza ni paz social ni
cumplimiento de promesas. Ahora hace falta un hombre de Estado, no un
mendicante acomplejado, para quede los pactos, que han de venir, surja
algo mejor y no aún más fractura social.
PASCUAL TAMBURRI Vía EL SEMANAL DIGITAL
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