CUANDO la política se convierte en profesión, el político se instala en
ella como lo haría cualquier trabajador en una empresa. Hay diferencias
pero no son sustanciales. El político no se especializa sino que se
habitúa y sus afanes se dirigen a fomentar la proximidad con quienes
pueden promocionarlo a más altos menesteres. Actúa como lo que en el
trabajo ordinario se llamaría un "trepa", desplegando habilidades para
hacerse estimar por sus superiores no tanto por su buen hacer como por
su buen parecer. En política "trepar" es una disposición natural a la
que se alude con el término "legítima ambición". El que no trepa "no
sale en la foto".
En una clase política muy profesionalizada como la española,
sobre todo a la izquierda del espectro, tener poder se traduce en lo que
en el mercado laboral sería tener trabajo, de ahí la resistencia
numantina a perderlo. No ocurre tanto en la derecha donde se acude con
frecuencia a la política desde un destino consolidado. En el entorno
próximo al líder del PSOE -lo de líder es a efectos nominales-, por
ejemplo, cuesta encontrar a alguien que haya trabajado en algún sitio
ajeno al partido. Habría que remontarse a los primeros tiempos de la
Transición para localizar con cierta facilidad en el PSOE a dirigentes
preparados para ser algo en la sociedad civil y con experiencia laboral
estimable.
La situación, con ser indeseable, se vería aligerada si en las
oligarquías de los partidos hubiera un cierto grado de inteligencia
colectiva. Cuesta asumir el rechazo absoluto del PSOE a formar un frente
constitucional contra el esperpento, aun reconociendo lo desagradable
que es sentarse junto a la arrogancia y a la trivialidad consentida.
Repugna a la razón que no sean capaces de entender lo que está pasando y
que su entendimiento no les dé para comprender que es puro
reduccionismo estúpido creer que lo que separa al PSOE del podemagma
primigenio es un referéndum territorial.
La búsqueda desesperada del nicho político-laboral que ofusca
las mentes del reducto en el que se ubica el aludido "líder" de la
izquierda rampante, les está cegando. Porque no es ya cuestión de Estado
sino que basta acudir, a falta de otra cosa, al más elemental sentido
común para concluir que lo que hay que hacer por encima de todas las
cosas, es plantar cara al entuerto al que nos han llevado las
desarticuladas sinapsis de nuestros próceres, mientras se recupera el
juicio.
ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Vía EUROPA SUR
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