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miércoles, 13 de enero de 2016

FELIPE VI, EN PAÑOS MENORES

El lamentable espectáculo ofrecido por los poderes públicos en el juicio de Palma de Mallorca contra Cristina y Urdangarin, levantan la sospecha de que las perspectivas de que abrió la abdicación de Juan Carlos no fueran más que la ilusión óptica de una España frustrada, necesitada de creer en algo. Con una fiscalía y una abogacía del Estado dispuestas a retorcer las leyes, pisotear la razón y los principios fundamentales, a hacer valer el poder y la influencia para ningunear la justicia, el ciudadano español refuerza su convicción de que, a la hora de exigir responsabilidades a ricos y poderosos, la igualdad ante la ley no es más que un eslogan publicitario equivalente al de "Hacienda somos todos". Y confirma su temor de que las instituciones clave del Estado, lejos de trabajar por el bien común, persiguen más bien intereses particulares.
Si Emilio Botín, o los incomparablesAlbertos, consiguieron doctrinas jurídicas a medida, el gobierno mueve ahora sus peones buscando una triquiñuela que evite a Cristina de Borbón la infamia de ser juzgada como una plebeya cualquiera
Si Emilio Botín, o los incomparables Albertos,consiguieron doctrinas jurídicas a medida, el gobierno mueve ahora sus peones buscando una triquiñuela que evite a Cristina de Borbón la infamia de ser juzgada como una plebeya cualquiera. Nada nuevo en un régimen que hizo del favor y el privilegio su razón de ser. Pero una estrategia muy arriesgada para el nuevo Rey una vez que el público, lejos de la actitud complaciente de las décadas pasadas, muestra un supino cabreo. ¿Qué sentido tiene una línea de actuación que socava ante la opinión pública la posición de Felipe VI? ¿Se trata de inercia, fuerza de la costumbre, miopía, pago de antiguos favores o... una estratagema para comprar el silencio de quien sabe demasiado?.
Un nuevo error Berenguer
En circunstancias normales un Rey puede mantener su aceptación evitando errores, manteniendo una actitud pasiva, distante, dejando hacer sin inmiscuirse en decisiones controvertidas. Pero la actual situación es excepcional, como en 1930 cuando, cinco meses antes de la caída de Alfonso XIII, José Ortega y Gassetescribía su famoso artículo "El error Berenguer", señalando que, una vez acontecidos hechos graves y extraordinarios, la monarquía no puede regresar a la normalidad sin depurar las correspondientes responsabilidades. Tras la lamentable trayectoria de Juan Carlos, que dejó como unos zorros el prestigio de la Corona, pocos réditos aportaría a Felipe una actitud acomodaticia, permanecer quieto, mudo, mirando al tendido para evitar resbalones. Superar la nefasta herencia de su padre exige tomar la iniciativa, arriesgarse, buscar aciertos, actuar con decisión, prestar atención al toro, acometer una valiente faena, demostrar a la opinión pública que se abre una era muy distinta. Una vez que los escamados ciudadanos no admiten palabras huecas, exigen limpieza, ejemplaridad, instituciones fiables, un nuevo “error Berenguer”, es decir, actuar como si nada hubiera pasado, podría dar al traste con la monarquía, como lo hizo en 1931.
Ya no es suficiente dejar de cobrar comisiones, negarse a aceptar costosos regalos o interrumpir drásticamente los trapicheos. Ni siquiera renunciar a esa perversa influencia que ejerció su padre sobre las instituciones, pocas veces en interés de la nación. Felipe está obligado a bracear enérgicamente contra la corriente, oponerse con decisión a las trampas y manejos que intentan, a toda costa, exonerar a su hermana. Si un rey no posee suficientes entendederas, debe reclutar excelentes asesores, personas con visión de futuro, preocupadas por la continuidad de la institución y el bien de la nación. No rodearse de sujetos meramente interesados en su sillón, su influencia y su sueldo. Pasados los tiempos heroicos de los Sabinos de turno, los asesores actuales parecen sometidos a graves conflictos de intereses, proclives a estrategias demasiado prudentes y acomodaticias, a una línea insulsa y gris, a contemplar y cruzarse de brazos para evitar errores, temerosos de que el cotarro siga funcionando como siempre lo hizo: si se acierta, el mérito será del monarca; si se yerra, la culpa corresponderá al asesor. Para eso, "virgencita, que me quede como estoy". 
Los pagadores creían, o sabían, que estaban comprando futuros favores de Juan Carlos
¿Pagaron por favores de Juan Carlos?
Pero el meollo del asunto estriba en la naturaleza de los negocios turbios que llevaron a cabo Urdangarin y Crisitina, un aspecto que muchos desean archivar a toda prisa. Las andanzas de la singular pareja se desarrollaron en entornos empresariales donde el pago de comisiones a destajo constituían la práctica habitual. Y en el marco de una administración pública, especialmente autonómica y municipal, donde la trampa, el abuso y el desafuero campaban por sus respetos. Pero hay un detalle importante: la pareja carecía de capacidad para otorgar prebendas con las que corresponder a las abultadas aportaciones dinerarias. De ahí la generalizada sospecha de que los pagadores creían, o sabían, que estaban comprando futuros favores de Juan Carlos. Lo señaló Jesús Cacho en estas mismas páginas: el juicio no es a Cristina sino a su padre. Y quizá exista un inconfesable pacto con la pareja para no airear ciertos aspectos.
Felipe necesita una catarsis, una rendición de cuentas con el pasado para asentar su posición en el trono. Y ello pasa por la exigencia de depuración de responsabilidades. No sólo a su hermana: también a su padre. La inviolabilidad que la Constitución reconoce al Rey no significa que su responsabilidad quede en suspenso o impune: implica que recae sobre las autoridades que refrendaron sus actos. El Rey no puede ser sentado en un banquillo pero los actos realizados por el titular de la Corona pueden ser denunciados e investigados ya que, de no ser ajustados a derecho, acarrearían responsabilidades para los gobernantes que hubieran tenido conocimiento de ellos y, por omisión, concedido el refrendo. Si en el ejercicio de sus funciones Juan Carlos hubiera cometido alguna irregularidad, la infracción sería atribuible al presidente del gobierno correspondiente. Y si existieran fondos detraídos ilegítimamente, podría exigirse la devolución a su auténtico propietario: el pueblo español.
En la presente ópera bufa algunos se empeñan en convencer a Felipe de que permanezca impertérrito, sordo, ciego y mudo
La popularidad de la realeza descansa en un fuerte componente sentimental, en el respeto que suscita en el ciudadano. El Rey sólo puede mantener su Auctoritas a través de una conducta intachable, esforzada y ejemplar, manteniendo un elevado grado de honradez, generosidad y espíritu de sacrificio. Y en los momentos complicados, un decidido impulso para depurar errores, negligencias y responsabilidades del pasado. Si en el famoso cuento nadie se atreve a decir que el rey está desnudo, en la presente ópera bufa algunos se empeñan en convencer a Felipe de que permanezca impertérrito, sordo, ciego y mudo, mientras otros, con burdos juegos de prestidigitación, le dejan en calzoncillos. Una receta infalible para su desgracia.

                                                                     JUAN M. BLANCO  Vía VOZ POPULI


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