Las obras de M. C. Escher ilustran a la perfección las dificultades con que pueden encontrase la vista y el tacto, las indicaciones visuales y las exigencias del espacio físico. Sus figuras, imposibles y paradójicas, podrían tomarse como una alegoría del atribulado callejón en el que se encuentra la política española, que tal vez se vea, de nuevo, abocada a repetir las elecciones. Como en las representaciones del neerlandés, nos encontramos ante contradicciones flagrantes, ante imposibles que pretenden imponerse como reales. Quienes dicen haber ganado, por segunda vez, las elecciones, no pueden gobernar con sus solas fuerzas, y piden, con toda clase de barrocas razones, a quienes se les oponen y han quedado peor que ellos, que les presten votos para hacerse con el botín del Gobierno, donosa pretensión que nadie sabe cómo pueda llevarse exactamente a cabo.
¿Democracia parlamentaria?
Al parecer, estamos en una democracia parlamentaria, pero todo sucede como si se tratase, únicamente, de decir quién se queda con el bastón de mando, quien apadrina el caso. Ni hay, propiamente Parlamento, ni hay mucho de qué hablar, porque todas las razones se reducen al cálculo, a la determinación de quién es el ungido, mientras las cuentas que se hacen con cargo a la voluntad electoral no cuadran.
Rajoy alega dos razones fundamentales para seguir en el machito: tener derecho a gobernar, por haberganado las elecciones, y tener abundantes ganas de hacerlo
Rajoy alega dos razones fundamentales para seguir en el machito: tener derecho a gobernar, por haber ganado las elecciones, y tener abundantes ganas de hacerlo. Sobre lo primero no hay otro remedio que considerar que se trata de uno de esos errores que los filósofos llaman “categoriales”, uno de esos casos en que se mezclan confusamente propiedades del designante y de lo designado. En realidad,cualquier supuesto derecho a gobernar es tan absurdo como, por ejemplo, el derecho a operarse de almorranas, que no se debe negar a nadie, pero en el que las almorranas mandan sobradamente sobre cualquier título jurídico, es decir, que uno se opera del absceso porque lo padece, no porque tenga derecho a hacerlo. Por el contrario, cualquiera que diga que tiene derecho a gobernar, es que no las tiene todas consigo, porque el poder político es mucho más un hecho que un derecho.
El derecho lo debiéramos tener quienes no gobernamos a escoger a quienes nos gobiernan y a despedir a quienes no queremos que lo hagan, y, bajo esa perspectiva, Rajoy lo tiene crudo, puesto que, por cada español que le ha votado, o que se ha resignado a su continuidad para evitar achaques peores, hay casi cinco que no le han votado (obtuvo menos de ocho millones de votos, sobre un total de más de treinta y cinco millones de electores), y, si se prefiere fijar en los votos reflejados en el Parlamento, por cada voto que le avala tiene casi dos que preferirían despedirlo. Aunque esté fuera de lugar, no es extraño, pues, que hable de su derecho a gobernar porque el poder no lo tiene, ni mucho menos, en las manos. El poder está, ahora mismo, en manos de un Parlamento que podría tener el doble de razones para no investir a Rajoy que para investirlo.
La pérfida Albión
Aunque no esté en sus mejores momentos, la democracia inglesa nos da sopas con honda en cuanto a hábitos saludables: Cameron no tenía que dimitir, no le ha citado ningún juez, ni ha perdido las elecciones, pero ha apostado por algo, le han dicho que no, y se va a su casa, sin miedo a que pudiere no haber ningún sucesor natural, como le dijo, pasmosamente, Rajoy al Financial Times que pasaba en el PP. ¿Convienen conmigo en que los españoles le han dicho mayoritariamente no a las magníficas propuestas que Rajoy les ha ofrecido? Pues don Mariano sigue ahí, erre que erre, tal vez tramando unas terceras elecciones consecutivas en las que los españoles nos hayamos aprendido el catecismo y le demos media docena de diputados más para fortalecer sus derechos, y sus ganas, de continuar presidiendo un Gobierno tan estable como prodigioso. Rajoy debe ser el único que no ve en que los electores le hayan arrebatado más de cincuenta diputados una razón para dejar el paso a otro, claro que como Rajoy tiene muchos seguidores interesados, son multitud los que le repiten aquello de que no hay derecho a que le hayan negado su derecho a seguir, y en esas estamos. ¡Ah!, que no se me olvide, Rajoy cree tener otro poderoso argumento para continuar, que otros están todavía peor, el famoso mal de muchos…
Los dos grandes partidos siguen proclamando un odio africano y una incompatibilidad absoluta, al tiempo que practican unánimemente las mismas políticas
Lo que nunca muere
El secreto de la política española es como el de la esfinge. Los dos grandes partidos siguen proclamando un odio africano y una incompatibilidad absoluta, al tiempo que practican unánimemente las mismas políticas, sin apenas excepciones. Esa trampa ha ido bastante bien para muchas cosas, pero ha estragado los paladares y el público ha empezado a percibir un aire de tongo en una contraposición tan barrocamente disimulada, al punto que el PP ha sentido la necesidad de dar celos a sus fieles con un rival algo más picante, y se ha dedicado a poner a Pablo Iglesias en la caja tonta y en la monótona música de sus plañideras mediáticas.
PP y PSOE llevan bastante tiempo sin disputarse otra cosa que el poder, y en lo demás se ponen de acuerdo, como han hecho, para poner un ejemplo sangrante, en la cerrada defensa de su no responsabilidad en el espantoso e impensable accidente ferroviario de Santiago de Compostela, mediante un informe supuestamente técnico del que la pudorosa UE ha tenido que decir que representa un caso inaudito de falta de independencia, de cómo los organismos responsables emiten informes en el que se le echa la culpa, únicamente, al desdichado maquinista, que me parece que ni siquiera era de UGT, el pobre. Pues bien, ¿si sólo se enfrentan por el poder, cabe esperar que el PSOE, que sólo sabe regenerarse mandando, mire para otra parte para que don Mariano disfrute unos meses de la Moncloa con un respaldo tan escaso?
Hay unas obligaciones muy nítidas que tendremos que afrontar en relación con el déficit presupuestario, una amarga medicina que se ha hecho necesaria por las alegrías y cobardías de unos y de otros
Un Gobierno de gestión
En una democracia parlamentaria es perfectamente posible que el presidente del Gobierno no sea el líder del partido más votado, los pactos de quienes consigan la mayoría de la Cámara bien podrían llevar a Moncloa a alguien distinto si la situación lo requiriese. Ahora mismo se dan unas condiciones ideales para ello: no hay una mayoría clara, no parece posible un Gobierno de gran coalición y hay unas obligaciones muy nítidas que tendremos que afrontar en relación con el déficit presupuestario, una amarga medicina que se ha hecho necesaria por las alegrías y cobardías de unos y de otros, y que muy bien podrían endosarse a un Gobierno que no aspire a renovar mandato para que las ejecute en un plazo relativamente breve. Durante ese tiempo, los partidos debieran aclararse, revisar sus políticas y su organización, al tiempo que deberían prestar sus votos para aprobar una serie de medidas de fondo que constituirían unos nuevos pactos de Estado que saben necesarios.
En los dibujos de Escher la imagen visual desafía al imposible real, en la política española el supuesto derecho a gobernar de don Mariano puede estar a punto de llevarse por delante una posibilidad real de hacer lo necesario, porque prefiere que los malos hagan el sacrificio de hacerle presidente con los votos de quienes no querían verle ni en pintura, mucho más cerca de la pedagogía autoritaria del maestro Ciruela que de la sutileza de las paradojas de Escher.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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