Nuestro país vive bajo el peso de una larga serie de crisis acumuladas que nunca se resuelven, solo se olvidan porque la última en llegar desplaza a la anterior.
Las pensiones son un buen ejemplo porque constituyen la consecuencia de
muchos factores, desde el haber convertido casi la maternidad en una
enfermedad de trasmisión sexual, que hay que evitar a todo coste, hasta
la debilidad nunca corregida de nuestra productividad total de los
factores, pasando por la facilidad con la que el modelo económico genera
paro, y la dificultad que posee para ofrecer un trabajo digno. Tenemos
una crisis ambiental, no solo de cambio climático ¿Cuál es el coste en
vidas y euros de la contaminación de nuestras ciudades? Vivimos en una
emergencia educativa que produce casi el doble de abandono escolar
temprano y un 60% más de jóvenes ninis que la Unión Europea.
En el trasfondo de todas estas crisis, se encuentra la gran crisis moral,
la dificultad, individual y colectiva, para identificar el bien, lo
justo y lo necesario, y una envolvente institucional, incluidos los
partidos políticos, de una ineficacia extrema, porque de no ser así las
crisis no se habrían acumulado.
El resultado es el fracaso de un modelo de sociedad que combina neoliberalismo y progresismo,
en la que perspectiva de género es doctrina oficial recogida en las
leyes, y la homosexualidad, antaño brutal e injustamente perseguida, se
ha transformado en una ideología política pujante, vástago privilegiado
de la teoría Gender.
Todo sucede en un escenario donde la
Iglesia, los cristianos, viven en una situación preocupante, tanto como
para que el papa Francisco, nada dado a los alarmismos, junto con el
patriarca de Moscú Kiril: “Estén preocupados por la limitación de
los derechos de los cristianos, por no hablar de la discriminación
contra ellos, cuando algunas fuerzas políticas, guiadas por la ideología
del secularismo que cuando se vuelve agresivo, tiende a empujar al
margen de la vida pública”
Y es que en realidad vivimos en el marco de una exclusión de lo cristiano que nos afecta como personas y como Iglesia. La exclusión cristiana, se hace patente en el debate público.
En él, se puede participar desde todo tipo de creencias excepto desde
la cultural y la ética cristiana. Se argumenta y se definen políticas
desde la perspectiva de género, las identidades GLBT, el marxismo y el
postmarxismo, la ontología liberal o post kantiana; desde Kant,
Nietzsche Rawls, Laclau o Negri. Desde tradiciones culturales diversas.
Pero no se puede hacer lo mismo en nombre de la cultura cristiana. En el
trasfondo anida una idea muy peligrosa: la Iglesia, los cristianos, el hecho religioso, son negativos para la vida social. Es un brutal contrasentido, dada la obra asistencial y educativa cristiana.
Todo esto ha fracasado. ¿Y de dónde va a surgir la solución?
¿Del mismo sistema de valores, la misma ideología sobre la persona,
porque unos la harán más liberal, y otros más estatales? ¡Por favor! Acentuar la enfermedad solo conduce a la agonía.
La respuesta solo puede venir de “fuera”
el sistema hegemónico, y el único “fuera” que hoy existe con capacidad
de ofrecer alternativas a todos, es la concepción social cristiana, su
antropología y sus sistemas de valores y virtudes, fruto de la fe, pero
que pueden ser reconocidas en su bondad, sin ella.
Los católicos debemos llevar otra vez a nuestra gente un nuevo impulso cristiano esa es la tarea. La cuestión para no incurrir en el discurso estéril es el qué hacer concreto, y el cómo hacerlo. Podemos dialogar sobre ello otro día.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
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