Uno de los ámbitos en los que más ha avanzado la ciencia en las últimas décadas ha sido en el conocimiento del funcionamiento del cerebro. Para el neurocientífico Facundo Manes, “en las últimas décadas hemos aprendido más sobre el cerebro humano que en toda la historia de la humanidad”.
La mayor parte de la las decisiones humanas responden más a sentimientos que a la razón
Para los neurocientíficos está unánimemente claro, aunque nos pueda pesar reconocerlo, que la mayor parte de la las decisiones humanas responden más a sentimientos que a la razón. El sentimiento goza de una importante ventaja sobre la decisión racional: funciona mucho más rápidamente, lo que conlleva a que actúe con mucha más frecuencia.
Podría suponerse que las emociones actúan cuando decidimos automáticamente, es decir en el ámbito del “día a día”, mientras que la razón se ocuparía de las decisiones menos frecuentes y más importantes. Sin embargo los avances neurológicos están poniendo de manifiesto que las emociones dominan nuestras decisiones, hasta el punto de que el famoso libre albedrío –que negaran Lutero y Calvino y defendiera Erasmo–según el profesor Francisco J. Rubia es un mito de la humanidad.
Según una investigación de Alexander Todorov –citada por Facundo Manes- “el voto, muchas veces asumido como producto de la deliberación racional, es, más bien, influenciado por un juicio rápido e inconsciente”.
La vasta literatura científica neurobiológica que se ocupa de la disección de los sentimientos y la razón se ha visto enriquecida en los últimos años con tratados de economía que indagan acerca de cómo se toman las decisiones económicas, que lejos de responder a conductas puramente racionales suelen tener un hondo fundamento sentimental. Es el caso de la investigación del reciente premio Nóbel de economía Daniel Kahneman, titulada “Thinking, Fast and Slow” que pone en cuestión la pretendida racionalidad de los agentes económicos.
Cuesta entender que decisiones importantes y con tiempo para tomarlas puedan estar más sometidas a los sentimientos que a la razón
Según se ha estudiado y contrastado empíricamente, la mente humana suele responder más sentimental que racionalmente en las decisiones ordinarias, mientras que en las extraordinarias la razón suele prevalecer sobre la emoción. Desde este supuesto cuesta entender que decisiones importantes y con tiempo para tomarlas puedan estar más sometidas a los sentimientos que a la razón.
Viene al caso todo lo dicho para tratar de entender dos fenómenos sociales muy recientes: el brexit y las elecciones españolas. En ambos casos los sentimientos se han combinado con la razón de diversa manera. En el Reino Unido los sentimientos de la Inglaterra profunda se han impuesto en el referéndum del brexit, mientras que en España “la segunda vuelta” de las elecciones ha permitido que muchas decisiones emocionales de la primera vuelta hayan girado racionalmente hasta frenar el grave peligro populista que parecía cernirse sobre nuestro país.
La importancia de los sentimientos se puede extender también a la ascensión política de Donald Trump en EE.UU. , las huelgas francesas y el protagonismo político de Le Pen, y fenómenos tan dispares –temáticamente- en Austria, Holanda, Suecia, etc como unánimemente asociados a lógicas sentimentales.
Por lo visto hasta ahora, si proyectáramos la lógica de los últimos resultados electorales españoles a los demás acontecimientos políticos, una segunda oportunidad de votar podría, muy posiblemente, acentuar el peso de la razón sobre las emociones, evitando así que decisiones sociales emocionales puedan alterar irresponsablemente el curso natural de la historia de las sociedades humanas.
Si miramos hacia atrás a lo largo de la historia, resulta que las instituciones sociales que más éxito y vigencia han tenido han sido el resultado de la espontaneidad social
Si miramos hacia atrás a lo largo de la historia, resulta que las instituciones sociales que más éxito y vigencia han tenido: la familia, el mercado, el dinero, la ciudad, el derecho, etc,…han sido el resultado de la espontaneidad social –no fueron creadas por ningún gobierno ni votadas “democráticamente”- y sobre todo consecuencia de la asimilación social –no impuesta, ni siquiera “democráticamente- de las mismas por la inmensa mayoría de la gente, mediante la prueba y el error. Una característica común de las instituciones citadas es su viabilidad: son posibles y obviamente positivas para la sociedad, pues de lo contrario –imposibles o negativas- la gente no las adoptaría.
No es fácil oponer con éxito la razón a los sentimientos como muy bien nos recuerda Enmanuel Carrère en su último libro “El Reino”, en el que investiga el origen del cristianismo: “Es un fenómeno conocido, observado a menudo por los historiadores de las religiones: los desmentidos de la realidad en lugar de arruinar la creencia, tienden por lo contrario a reforzarla”.
Frente a los riesgos populistas que emergen por doquier y sus profundas raíces emocionales la respuesta puede y debe ser institucional:
- Exigiendo a las decisiones más importantes –tipo brexit- mayorías muy reforzadas, al estilo de las reglas aplicadas al posible independentismo de Quebec; evitando así que un circunstancial y no suficientemente mayoritario estado de humor social cambie el curso de la historia.
- Estableciendo sistemas electorales mayoritarios mediante circunscripciones unipersonales con segunda vuelta; mecanismos que allá donde se han aplicado no han permitido progresar las olas populistas coyunturales.
La calidad institucional tan en boga debe extender su manto en este tiempo tan
sentimental para garantizar la preservación de nuestro acervo sociopolítico y evitar descarrilamientos que no llevan a ninguna parte (buena) y de la que luego es muy costoso regresar.
sentimental para garantizar la preservación de nuestro acervo sociopolítico y evitar descarrilamientos que no llevan a ninguna parte (buena) y de la que luego es muy costoso regresar.
JESÚS BANEGAS Vía VOZ PÓPULI
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