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jueves, 8 de septiembre de 2016

CADENA DE FAVORES Y DE MENTIRAS

El principal mal de la política española es haber interiorizado como algo normal, como parte de la estrategia diaria, una cadena de mentiras y de favores que se reproduce constantemente.

 


El último escándalo de José Manuel Soria no se agota con su renuncia a ocupar el puesto que le habían reservado en el Banco Mundial. La polvareda no se disipa con el leve soplo de la disculpa más cínica: “Rectificar es de sabios”. Lo sucedido no pasaría de anécdota a categoría si no fuera porque el problema de fondo no es este caso, ni el anterior, ni el que vino antes, sino la constatación desoladora de que el principal mal de la política española es haber interiorizado como algo normal, como parte de la estrategia diaria, una cadena de mentiras y de favores que se reproduce constantemente. Ese es el verdadero problema.
De hecho, tienen razón quienes desde el Partido Popular han comenzado, a raíz de la renuncia de Soria, a resucitar otros casos similares protagonizados por otros partidos. Lo que ocurrió, por ejemplo, con Magdalena Álvarez cuando fue imputada en el caso de los ERE y el PSOE defendió que siguiera en su puesto de vicepresidenta en el Banco Europeo de Inversiones. Y otros muchos casos de los que no escapan, siquiera, los nuevos actores de la política española, porque tantoCiudadanos como Podemos han dado ya muestras elocuentes de que también participan de ese cinismo político español: Ni Podemos ha dado nunca explicaciones de sus relaciones con Venezuela, o cuando Echenique admitió lospagos en dinero negro a su asistente, ni Ciudadanos hizo otra cosa que camuflar como un “error administrativo” los pagos irregulares que se destaparon en Murcia para financiar su campaña electoral.
Cinco meses después, ha sido toda la cúpula del PP, encabezada por su presidente, la que se ha enredado en una concatenación de mentiras groseras
El problema no es el tamaño del disparate que se conoce y que afecta a cada cual, unos de relevancia penal y otros sin trascendencia judicial alguna; el problema es eldiscurso único que se utiliza para tapar, camuflar o minimizar los escándalos propios y que es inversamente proporcional al ardor con el que se denuncian los escándalos de los demás. Ahí está el origen.
Todos, es verdad, comparten esa mentalidad de la cadena de favores y de mentiras, y por eso mismo lo de Soria no es anécdota sino un hábito. Pero conviene distinguir y precisar bien lo que se está diciendo, porque lo que se persigue aquí, al denunciar esta cadena generalizada de favores y mentiras, es señalar el mal, pero no reproducir esa técnica tan viciada del ventilador para que, al final, la conclusión subliminal del personal sea que la generalidad comporta cierta normalidad. Lo sucedido en estos días, desde que el viernes en la última sesión de la investidura se conocieron las intenciones del Gobierno en funciones de colocar a José Manuel Soria, ha supuesto una de las mayores y concentradas muestras de cinismo. Cuando Soria dimitió como ministro de Industria no lo hizo porque hubiera cometido ninguna ilegalidad, sino porque él mismo se enredó en un laberinto de mentiras incomprensible. Y ahora, cinco meses después, ha sido toda la cúpula del Partido Popular, encabezada por su presidente, Mariano Rajoy, la que se ha enredado en una concatenación de mentiras groseras.
Han sido las mentiras las que han precipitado el final, no el hecho en sí, que acaba siendo menos grave y relevante que el intento burdo de engañar al personal
Mintió Mariano Rajoy cuando dijo: “Estamos hablando de un funcionario que está actuando como tal. Ha abandonado la política y ha concursado por una plaza, como el resto de funcionarios”. Mintió el ministro de Economía cuando aseguró que “no se le puede decir que no, hubiera sido ilegal”. Mintió la vicepresidenta Sáenz de Santamaría cuando explicó que se trataba “de una comisión técnica, de acuerdo con el escalafón: hay que respetar la legalidad siempre, y en este caso también”. Mintió el ministro de Asuntos Exteriores cuando lo defendió diciendo que es “un puesto de funcionario convocado para funcionarios; no se ha tratado de una designación política”. Y mintió el ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, cuando aseveró que el Gobierno no había tenido en esa propuesta “ni arte ni parte". Aún, añadió: “Si es la persona más competente, la que tiene más trienios y la que tiene una trayectoria profesional mejor para ese puesto, ¿qué vamos a hacer?, ¿vamos a desterrarle para siempre?”.
Una a una, en El Confidencial se han ido destapando todas esas mentiras hasta que, al igual que ya ocurrió con el escándalo de los papeles de Panamá, han sido las mentiras las que han precipitado el final. Las mentiras, no el hecho en sí, que acaba siendo menos grave y relevante que el intento burdo de engañar al personal.
Hace unos días, en unos cursos de verano que se celebran en el Balneario de Lanjarón, el fiscal superior de Andalucía, Jesús García Calderón, se mostró irritado por el intento permanente de la clase política de camuflar la lucha contra la corrupción con cambios de lenguaje y leyes estériles, en vez de potenciar reformas penales y dotar de más medios a los agentes judiciales y policiales que investigan estos casos. “Las leyes de transparencia son un señuelo”, vino a decir el fiscal andaluz porque, ciertamente, se aprueba este tipo de normativa que solo sirve de justificación ante la galería y que permite que, en el fondo, todo siga funcionando igual.
Es esa estrategia interiorizada en la política española, la cadena de mentiras y favores, la que debe cambiar primero, y eso solo se conseguiría si se comienza con el reconocimiento de lo que pasa, como ha hecho en este penoso caso alguna gente valerosa del PP, como la vicepresidenta de la Junta de Castilla y León, Rosa Valdeón. Que no vengan ahora diciendo que “rectificar es de sabios” porque la renuncia de Soria en el Banco Mundial estaba descontada desde que estalló la polémica. Las mentiras en política deben verse como la primera forma de corrupción. Eso es lo que tienen que explicar.  

                                              JAVIER CARABALLO  Vía EL CONFIDENCIAL

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