En el último turno de palabra, ya desde el escaño, se puso en pie, se abotonó la chaqueta y miró a su derecha. Debate de investidura. La mirada de apoyo que siempre se espera en el escaño de al lado, acaso un gesto que aporta seguridad antes de comenzar a hablar con la contundencia que todos los suyos esperan en la bancada del Congreso. Se puso de pie y dijo: “Su fiesta ha llegado al final: ha perdido esta investidura, nos ha hecho perder a todos el tiempo, ha generado falsas expectativas y las ha defraudado. Ha puesto las instituciones al servicio de su supervivencia y eso también es corrupción”. Miró otra vez a su lado, para ratificarse en la mirada de antes, envuelta ya en un aplauso atronador de todos sus diputados, puestos en pie.
En dos frases había resumido la larga sesión de investidura en la que la emoción ola incertidumbre nunca habían estado en las votaciones, sino en los discursos. Todos sabían desde el principio que esa investidura no iba a ninguna parte, que no tenía votos suficientes para salir adelante ni en la primera ni en la segunda votación. Por eso lo de la pérdida de tiempo, por eso lo de las falsas expectativas, por eso la corrupción, por eso el despilfarro de dinero público en un debate huero.
No ha sido ahora, pero podría repetirse la misma frase. Quien se puso de pie en el escaño, quien le reprochó a su adversario haber puesto las instituciones al servicio de su propia supervivencia política fue Mariano Rajoy. Era el debate de investidura en el que Pedro Sánchez quiso aspirar a la presidencia del Gobierno, en marzo pasado, en el Congreso de los Diputados con el solo aval de Ciudadanos. Y tenía razón Rajoy en todo lo que le recriminó a Pedro Sánchez, porque nadie confiaba desde el inicio del debate en que pudiera prosperar la investidura. Las ganancias de aquel debate no estaban en las votaciones que se sabían fallidas sino en el efecto político que podían generar a favor del candidato. Por eso, con toda razón, el presidente del Partido Popular acusó al líder socialista de haber representado en el Congreso una farsa que solo podía beneficiarle a él, pero ajena al interés común de los españoles de encontrar un Gobierno tras meses de paralización.
Rajoy se ha presentado a esta investidura para vencer aquella estrategia de la espantada que no se ha superado en el PP hasta las nuevas elecciones
Tenía razón Mariano Rajoy y, por eso, estuvo repitiendo durante todos aquellos meses que había declinado la invitación del jefe del Estado para presentarse a una investidura como el político que había ganado las elecciones. “No le voy a hacer perder el tiempo a los españoles”, decía en cada entrevista. La estrategia política, como se ha podido comprobar tras las nuevas elecciones celebradas el 26 de junio, le vino bien a Mariano Rajoy y a su partido, porque una buena parte del electorado del centro derecha entendió su desazón, por mucho que le criticaran su apatía, su desgana, su dejación. La fórmula efectista estaba contenida en el ahorro, en el sacrificio, evitarle la pérdida de tiempo a un país en crisis, y los electores, tres meses después, lo compensaron con una nueva victoria, más abultada que la anterior, 7.850.000 votos para el Partido Popular y 137 escaños; 14 diputados más que en la anterior legislatura, pero muy lejos de la mayoría mínima con la que se puede aspirar a gobernar en un Congreso de 350 almas.
Con el mismo razonamiento político que en marzo, Rajoy no se hubiera presentado tampoco a esta nueva sesión de investidura porque, objetivamente, tenía las mismas opciones de fracasar que Pedro Sánchez, que eran todas. Como en aquellos versos de Pessoa, la sesión de investidura, las dos sesiones de investidura, simulaban buscar una puerta al pie de un muro en el que no había puertas: “Serei sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de uma parede sem porta”. No había posibilidad alguna de que las sesiones de investidura prosperasen porque las dos tenían la excusa de un acuerdo de Ciudadanos que no iba a ninguna parte. Los dos debates, en fin, solo buscaban desgastar al adversario con sendas campaña de acoso, envueltas en patriotismo, para que con la abstención facilitaran la investidura del rival. Ni sucedió antes ni sucederá ahora. En ese muro no había puertas.
Se trataba de fortalecer al personaje público. Lo ha conseguido. Rajoy tiene ahora más argumentos para presentarse a unas terceras elecciones
El único cambio relevante ha sido el de estrategia del presidente en funciones y candidato del Partido Popular, que ya no considera una pérdida de tiempo para los españoles someterse a una sesión de investidura que estaba condenada al fracaso. Tan evidente ha querido ser Rajoy con sus intenciones que, de hecho, ha ganado el debate de investidura sin simular siquiera que pretendía la investidura. Esta vez, Mariano Rajoy solo quería el debate, la confrontación, todo aquello que rehuyó a principios de año tras las elecciones de diciembre. Por eso, tiró a la basura su primer discurso del debate, el teórico discurso central de un debate de investidura, y se limitó a una enumeración cansina, desganada, de promesas, como quien se pone a leer los nombres de una guía telefónica. Cuando llegó el debate de verdad, ya nadie hablaba de programas ni promesas, porque no se trataba de negociar sino de vencer.
Rajoy se ha presentado a esta investidura para vencer a Rajoy, para superar al Rajoy de la anterior legislatura fallida, aquella estrategia de la espantada que degeneró en frustración y que no se ha superado en el Partido Popular hasta que llegaron las nuevas elecciones. Rajoy se ha enfrentado a Rajoy y ha vencido. No se trataba de investidura sino de fortalecer al personaje público. Lo ha conseguido. Rajoy tiene ahora más argumentos para presentarse a unas terceras elecciones. Quizá solo se trataba de eso.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario