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domingo, 4 de septiembre de 2016

LAS DOS ESPAÑAS PARECEN CANSADAS DE VIVIR JUNTAS

Se acabó el trámite, porque de eso se trataba. Lo dijo mejor que nadie, con ese lenguaje suyo descarnado y faltón, Pablo Iglesias, nuestro arrojado Lenine, en el arranque mismo de su discurso del miércoles: “Este debate no va a cambiar lo que vamos a votar las 350 personas que ocupamos estos escaños…” Demoledora sinceridad. Ninguna novedad, con excepción de una quizá no baladí: quienes esperaban una corrida en pelo de Mariano Rajoy a manos de Pedro Sánchez se equivocaron. Ninguna herida de consideración; todo lo más, algún rasguño que el candidato restañó con solvencia en el turno de réplica haciendo uso de la socarronería que le caracteriza. La ironía, no exenta de condescendencia, desarboló un relato plagado de horrores –unos reales, otros supuestos– con el que el socialista pretendió rebasar por la izquierda a Podemos. El humor como arma letal capaz de reducir a escombros la exageración mejor armada. Como tituló José Alejandro Vara en este diario, “Mariano perdió la investidura, pero ganó el debate”. Hizo más. Se dedicó a apuntalar esa tan deteriorada imagen suya después del soporífero discurso del martes, enviando no pocos mensajes de conciliación hacia los electores, propios y ajenos, con vistas a una eventual cita en diciembre. Ese es Mariano, el hombre que ahora pide con vehemencia el respaldo de la oposición para llevar a cabo las reformas que no hizo cuando dispuso de mayoría absoluta.  
Y el viernes, como era de prever, se repitió la comedia, con la derrota en segunda vuelta del candidato. Nos esperan tres semanas en el limbo, las que van desde el sábado 3 al domingo 25 de septiembre, fecha de las elecciones gallegas y vascas. Todo lo que tenga que ocurrir ocurrirá a partir de la noche de ese domingo. Es la única vía potencialmente expedita que queda en el horizonte político, con capacidad para evitar la vuelta a las urnas: el apoyo del PNV a una segunda investidura de Rajoy en octubre, que a los 137 diputados del PP uniera los 32 de Ciudadanos, los 5 del PNV y los 2 canarios: 176 escaños, mayoría absoluta raspada, pero mayoría. Lo ocurrido en el debate entre Rajoy y Aitor Esteban, de guante blanco, puede dar algunas pistas, la más interesante de las cuales es que el portavoz peneuvista no cerró las puertas al diálogo bajo ciertas condiciones. Sí lo hizo, en cambio, a una fórmula de Gobierno de izquierdas encabezada por Sánchez (“Lo que nos vamos a reír si recibimos su llamada para conformar una mayoría alternativa”). La relación entre Rajoy e Iñigo Urkullu es buena, y la eventualidad de que el PNV tuviera que llamar a la puerta del PP vasco para poder gobernar en Vitoria podría facilitar el apoyo del PNV en Madrid, que habría que pagar a precio de oro. Hay que dejar hablar a las urnas el 25 de septiembre en el País Vasco. “El PNV siempre está dispuesto a hablar”, resumió Esteban al final de su intervención.
Nos esperan tres semanas en el limbo, las que van desde el sábado 3 al domingo 25 de septiembre, fecha de las elecciones gallegas y vascas
Las otras potenciales vías parecen cegadas. Desde luego lo está ese “Gobierno Frankenstein” de izquierdas encabezado por Sánchez. Por si el portavoz del PNV no hubiera sido suficientemente claro, el propio Iglesias se encargó el miércoles -volvió a hacerlo el viernes- de dinamitar cualquier posible acuerdo sobre la base de un pacto PSOE-Podemos, con respaldo nacionalista y la abstención de Ciudadanos. Faltón a más no poder, gesticulante en extremo, el coletas se quitó la careta de socialdemócrata que con tanto empeño había venido labrándose en los últimos tiempos para mostrarse tal cual es: un marxista bolivariano cuyas soluciones no solo no resolverían los problemas de España, sino que los agudizarían. Al final, y como sostiene Guillermo Gortázar en El salón de los encuentros, “el populismo es una enfermedad derivada del deficiente funcionamiento de las instituciones democráticas, que florece en las crisis económicas y cuando las elites políticas se burocratizan y caen en la tecnocracia (Rajoy) o en el infantilismo izquierdista (Zapatero)”.
La retirada de los “tapones”
Descartada la “solución monstruo”, cualquier otra pasa por la retirada de la escena política de alguno de los dos tapones –o de ambos a la vez- que han llevado la política española, del brazo del odio mutuo, al callejón sin salida en que se encuentra. Nadie duda de que la decisión de Rajoy de hacerse a un lado podría desatascar la situación y hacer posible la eventual abstención del PSOE, con condiciones, a la investidura de otro candidato popular. Como tantas veces se ha dicho, más que un gesto de grandeza sería un acto de responsabilidad. Haber salvado el escollo de la investidura sin magulladuras de consideración debería animarle a hacerse a un lado con una cierta sensación de dignidad: no sería una salida por la puerta grande, pero tampoco por la
de servicio. Por desgracia, y remedando al Dante, debemos abandonar toda esperanza. No hay en el PP nadie con capacidad y arrestos de ponerle ese cascabel al gato. En Génova rechazan el planteamiento como inaceptable después de que el gallego mejorara su posición, en votos y escaños, en las generales de junio pasado. “Desde el punto de vista personal y no digamos ya familiar, sería una muestra de suprema cobardía que abandonara la nave en las actuales circunstancias”, sostienen en el partido. Hay, por lo demás, razones objetivas que dificultan esa eventual despedida: al PP y al propio Mariano les espera a partir de ahora un infierno judicial por culpa de los distintos casos de corrupción -12 juicios solo en Púnica-, que van a empezar a verse en sede judicial. “Es evidente que Mariano está más protegido dentro que fuera del sistema”.
La otra salida, la de que el PSOE termine cepillándose al gran Sánchez, a quienFederico Castaño ha bautizado en este diario como Pedro Nono (no y mil veces no), también debe ser descartada de plano, al menos con los datos de que ahora se disponen. Pedro se ha hecho fuerte con el control del aparato y los barones ya pueden decir misa. Ha hecho más: ha cerrado con candado el futuro del PSOE como partido de Gobierno y ha tirado las llaves al mar. Dicho lo cual, es evidente que el partido socialista es hoy una olla a presión que, más pronto que tarde, terminará por explotar rota en mil pedazos. La posición de Sánchez podría deteriorarse aún más si los resultados del PSOE en Galicia y País Vasco confirmaran las negras expectativas que anuncian las encuestas. Asombra la cortedad de miras del personaje, incapaz de plantear al PP un envite que podría ponerle contra las cuerdas: exigir la retirada de Rajoy como candidato y su sustitución por otro líder popular como imprescindible paso previo para poder abstenerse. Es más que probable que el PP rechazara de plano tal pretensión, en cuyo caso se vería obligado a cargar con parte de la culpa de unas nuevas generales en diciembre. Ha tenido que ser el mismísimo Felipe González quien el viernes apuntara públicamente a la cabeza de Rajoy como objetivo socialista, no sin que antes se lo hayan sugerido algunos de los barones del partido. Es la bomba que el PSOE podría hacer estallar este mismo fin de semana.
La otra salida, la de que el PSOE termine cepillándoseal gran Sánchez, también debe ser descartada de plano, al menos con los datos de que ahora se disponen
Mariano esperaba el miércoles un aplauso. Un torrente de entusiasmo impostado para despedir su performance en el Congreso tras enfrentarse a los 180 diputados de grupos y subgrupos (alguien ha llegado a contar hasta 40!) que le negaron la investidura. No lo hubo. Tampoco el viernes. El silencio se apoderó de las bancadas, como si un extraño pudor hubiera ordenado una retirada callada hacia el pasillo en que desemboca el hemiciclo, ese que los informadores conocen como “la M-30”. Casi apelotonados, iban saliendo los diputados al patio que separa el viejo edificio de la ampliación acometida en tiempo reciente, y allí se pudo ver una escena que captó poderosamente la atención de más de uno: las caras de circunspección que lucían unos y otros, ganadores y perdedores. “Aquello parecía un velatorio”. Corrillos en voz baja y silencio. No había prisa, nadie tenía que salir pitando hacia la estación de Atocha para tomar el AVE, porque todos estaban convocados, 48 horas después, para repetir la ceremonia del “no” a partir de las 7 de la tarde del viernes, y sí, aquello parecía un funeral, el entierro de un régimen partidocrático que ha llegado hasta aquí exhausto por culpa de una corrupción que es apenas un síntoma, muy grave, sí, pero apenas el síntoma de una enfermedad de fondo mucho más alarmante: la deficiente representación política, que hace posible la concentración de poder en unas pocas manos y la ausencia de controles.
Un momento histórico
Es un momento histórico. La política española, la suerte del país, ha entrado definitivamente en un bucle endiablado del que nada bueno cabe esperar. Lo he escrito muchas veces: el régimen de la Transición murió oficialmente en 2014, y lo que tiene que nacer no acaba de ver la luz, el parto de algo nuevo está resultando demasiado doloroso y puede incluso que nazca muerto. Es verdad que hemos atravesado momentos tan graves como el que supuso la muerte de Franco y la necesidad de caminar hacia un régimen de libertad tras la dictadura. Pero entonces había gente de mucho peso, de muchos quilates, al frente del país, tanto dentro de las filas de aquel Movimiento dispuesto a hacerse el harakiri como en las bancadas de la naciente democracia. Ahora no hay nada, o casi nada. El nivel ha caído tanto, que el milagro de paz y prosperidad que han supuesto estos más de 40 años últimos puede estar en peligro. Y una sensación de infinito hartazgo se ha apoderado de los españoles, cansados del espectáculo que estamos presenciando. Parodiando a Alain Finkielkrauten su reciente ensayo (La identidad desdichada) sobre la crisis de identidad de una Francia noqueada por la inmigración, también los españoles estamos atravesando “una crisis de vivir juntos”. Las dos Españas parecen cansadas de vivir juntas. También estamos implicados en lo que nos ocurre. “No lo queremos pero algo ponemos de nuestra parte. Damos la alarma y orquestamos el desastre. Pregonamos la paz y alimentamos los odios. Nos preocupa el aumento de la brutalidad y descalificamos laaidós. Denunciamos los desastres del nihilismo y, habitados por la pasión igualitaria, dirigimos la lucha contra las discriminaciones hasta tal punto que todo termina teniendo el mismo valor”. Y ahora, ¿qué?

                                                                 JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

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