La Europa actual está deshinchada,
desencajada, sin rumbo, con un problema migratorio sin posibilidad de
resolverlo pronto, con críticas que le vienen de todas partes, mirando
siempre hacia el otro lado cuando se presenta un problema grave, debe
replantearse como sobrevivir. El Papa Francisco –más clarividente que nadie– comparó Europa “con una mujer estéril, incapaz de tener hijos”.
Angela Merkel le
telefoneó, enfadada, y le preguntó si de verdad creía que Europa no
podía tener hijos. El Papa le contestó: “Creo que sí, que todavía los
puede tener, porque tiene raíces sólidas y profundas, porque ha tenido y
puede tener un papel fundamental y porque en los momentos más oscuros
ha demostrado siempre tener capacidad de recursos”.
Al parecer Merkel no entendió el discurso del Papa
en el Parlamento Europeo en noviembre de 2014 e ignoró que ella y cinco
mujeres más de su Ejecutivo renunciaron a la maternidad para dedicarse
exclusivamente a la política. No ha hecho lo mismo la ministra de su
gabinete Ursula von der Leyen, médico de profesión, 58
años, siete hijos, que ha sido ministra de Trabajo y Asuntos Sociales,
de Asuntos familiares y de la mujer y actualmente Ministro de Defensa.
La llaman “la madre de la nación”. Cuenta que cuando estaba en USA “allí
me daban trabajos por el hecho de tener hijos, mientras que en Europa
me los darían por no tenerlos”.
Pero Europa no es lo que era, ha dejado de
ser un referente por los propios europeos y por otros continentes. Ante
todas las desgracias de los movimientos migratorios una mujer siria
decía, llorando, ante las cámaras de televisión, mientras volvía hacia
su país: “Si me hubiera pensado que Europa era eso, no hubiera salido de
mi casa”.
La Europa actual no se puede entender sin conocer tres personalidades que convivieron entre los siglos XV y XVI: Erasmo de Rotterdam (1466-1536), Giovanni de Medici (1475-1521) –que fue el Papa León X de 1513-1521– y Martín Lutero (1483-1546). Con Erasmo se origina la conciencia de Europa y su decadencia, y critica duramente la hipocresía del mundo y de los estamentos eclesiásticos de la época. Lutero se hace eco de ello, rompe con Roma y fomenta la Revuelta de los campesinos. León X no pudo, no supo –o no quiso– aprovechar la situación para reformar la mundanidad de la Curia.
La Europa actual tampoco se puede entender
sin conocer el florecimiento del Humanismo que llegó de la mano de tres
personajes excepcionales: Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro y Juan Luis Vives. Moro y Vives coincidieron en la corte de Inglaterra como consejeros del rey; Erasmo y Vives se relacionan en la Universidad de Lovaina; Moro y Erasmo además de humanistas eran amigos (“Moro es mi mejor amigo”, dijo Erasmo) y durante una época, este hace estancia en casa de Moro. Los tres se relacionan a menudo y se cartean. Los tres influirán decisivamente en la Europa del Renacimiento.
Erasmo, lumen mundi,
es el primer “cosmopolita” y el primer “europeo consciente de serlo”.
Residente en ningún país, nunca reconoció la superioridad de ninguna
nación sobre las demás. Erasmo no tenía un aspecto
físico hermoso, pero era espiritualmente rico. Su rostro reflejaba que
no vivía en la vida sino en el intelecto. Cuerpo raquítico, salud poco
fiable, neurasténico, hipocondríaco, con problemas de estómago, de
reuma, de piedras, de gota… Pero es cuidadoso en la comida y con la
limpieza (sobre todo en una época de peste). Solitario, no era nada
osado y tuvo que vivir en medio del Renacimiento y de la Reforma, por
eso se escabullía ante una situación que preveía tumultuosa. No quiere
tomar decisiones para no tener que adquirir compromisos. Cuando alguien
le reprochaba eso decía: “no soy un soldado suizo, soy un hombre de
letras”.
Pero si algo tiene Erasmo,
fuera de toda duda, es un cerebro infatigable que nunca deja de
trabajar; desde los primeros años hasta la muerte irradia claridad y
fuerza. Duerme poco y el resto de horas escribe, lee, disputa, coteja,
corrige…, sin tribulaciones, sin fatiga, sin vacilaciones, sin
inseguridad, desde su casa o desde la mesa de una taberna. Lo sabe todo,
lo conoce todo, irradia luz como un faro y unas cualidades
intelectuales que hacen de él un hombre de una precisión insuperable.
En 1511, a los 45 años, escribe Elogio de la locura,
su obra más conocida y universal. Escrita en siete días –mientras hacía
cura de reposo, por un dolor de riñones, en la casa de campo de Tomás Moro–
él mismo dice: “me puse a componerla como un juego de mi imaginación,
para distraerme de mi forzada postración”. En ella se suman la broma, la
erudición, la burla y la sátira, se desenmascara la complicidad y la
hipocresía del mundo en el que vive para hacer conocer que la felicidad
se llega por los caminos más insospechados: un disparo certero al
corazón de su tiempo.
Erasmo comienza el libro con una carta-dedicatoria a Tomás Moro
a quien le envía un ejemplar: «Entre mis amigos –abogado, cuyo talento,
único, resuelve las causas más complejas– tú ocupas, querido Moro,
el primer lugar y he pensado que este juego de mi imaginación te
gustará más que a nadie. El gran alcance de tu inteligencia te eleva por
encima de la gente común gracias a tu carácter y te muestras con todo
el mundo como “el hombre de todas las horas”».
En esta obra la Locura cita la frase del Eclesiastés que dice “El número de locos es infinito” y aprovecha para criticar todos los vicios que florecen en su época. La Locura
critica todos los estamentos de la sociedad sin nombrar a nadie en
particular: cultivadores de las bellas artes, comerciantes, gramáticos,
poetas, enamorados, retóricos, escritores, soldados, jurisconsultos,
notarios, abogados, secretarios, recaudadores, dialécticos, sofistas,
filósofos, astrólogos, teólogos, religiosos, monjes, predicadores,
reyes, príncipes, cortesanos, sacerdotes, cardenales, obispos, papas…
RAMÓN TORRA i PUIGDELLÍVOL Vía FORUM LIBERTAS
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