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domingo, 25 de septiembre de 2016

LA ERA DE LA POLÍTICA POSVERDAD

Abundan los políticos que no se preocupan por si lo que dicen tiene relación con la realidad

 

 

En abril de 2010 una revista norteamericana humorística llamada Grist, especializada en información medioambiental, publicó un artículo en el que, por primera vez, se hablaba de “política posverdad”. El inventor del término, David Roberts, se refería a los políticos que negaban el cambio climático, pese a toda la evidencia científica que existía al respecto. Han pasado seis años y la expresión “época posverdad” está presente en multitud de análisis en medio mundo. Se está utilizando la mentira en política de una manera más intensa y con mayor capacidad de penetración que nunca, advertía The Economist en un reciente editorial.
¿Mienten los políticos más que nunca? No cabe duda de que los políticos han tenido siempre una relación peculiar con la verdad. Pero una cosa es exagerar u ocultar, y otra, mentir descarada y continuadamente sobre los hechos.Personajes políticos como Donald Trump o como algunos de los protagonistas de la campaña del Brexit no han sido muy frecuentes en la historia de las democracias o, por lo menos, no han llegado a puestos de responsabilidad tan grandes. Cada vez más políticos se incorporan a la época posverdad, sin que los medios de comunicación hayan sido capaces de frenar ese avance ni las opiniones públicas sean capaces de castigar esa actitud, tal vez como consecuencia de lo anterior.
Abundan los políticos que no se preocupan por si lo que dicen tiene relación con la realidad. En España, por ejemplo, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha negado en numerosas ocasiones hechos sobre los que existía total certeza. Ya no se trata solo de una característica peculiar de una persona concreta, sino de una táctica, una manera de enfocar la relación con los ciudadanos en la que lo que se dice, se mantiene y reafirma puede ser absolutamente mentira, sin que eso tenga la menor relevancia. La negación absoluta de los hechos, de los datos y de la evidencia, sin la menor precaución ni decencia, está a la orden del día en conferencias de prensa, comparecencias públicas y discursos ante Parlamentos o instituciones.
El inventor del término, David Roberts, se refería a los políticos que negaban el cambio climático, pese a toda la evidencia científica que existía al respecto
¿Por qué no reaccionan los ciudadanos? Hace ya tiempo que se sospecha que los votantes no se inspiran por los principios de la Ilustración, decía Roberts; no reúnen datos, sacan conclusiones y eligen después al partido que más se acerca a esas conclusiones, sino que proceden de manera totalmente distinta. Primero eligen tribu, después adoptan los principios de esa tribu y finalmente eligen aquellos datos que apoyan esas posiciones, despreciando todos los demás.
¿Qué ha pasado con el dictamen de los expertos? Se suponía que los ciudadanos, y los periodistas, que en muchas ocasiones no están en condiciones de decidir inmediatamente si algo es verdad o mentira, recurrirían a los expertos para desenmascarar a los mentirosos. Pero en esta época posverdad, los expertos
han puesto tantas veces su ideología o su soberbia por encima de cualquier otra cosa que los ciudadanos y periodistas desconfían de ellos como nunca antes. ¿Acaso no declararon verdades científicas cosas que poco después se demostraban equivocadas? El posicionamiento de las instituciones tampoco sirve para contrarrestar la época posverdad, porque en muchas ocasiones esas instituciones han sido capturadas por poderes financieros que tampoco tienen reparo en negar frontalmente la realidad.
La lucha contra la política de la posverdad empieza, sin embargo, a tomar forma, ayudada por decisiones como la de The New York Times, que ha renunciado al famoso principio periodístico de dar dos versiones enfrentadas y equivalentes. Por primera vez, el diario tituló el otro día en primera página que Trump era un mentiroso. No se trata de decir a la gente lo que debe pensar, explicó el director del diario; se trata de decir quién miente.

                                                                     SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ  Vía EL PAÍS

 

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