Nada agrede tanto a la democracia como la confesión de que un voto no vale nada. Ha ocurrido ya dos veces, y está cerca de volver a ocurrir. Votar es saludable, sí, pero no una vez cada seis meses. Y aquí estamos, al filo de unas terceras elecciones y abordando el asunto con total naturalidad, como si nada.
El viernes sufrimos el enésimo debate de investidura. En la tribuna muchos oradores sabían lo poco que les quedaba en el convento, y se notaba. El señor candidato subió a la tribuna sabiendo que dos minutos después de la votación, que sabía perdida, ganaría un puesto en el Banco Mundial para el Sr. Soria, uno de tantos ministros que ha tenido que dejar caer este Gobierno, y que no pasaría nada. Pareciera que el eterno Gobierno en funciones hubiese interpretado que el coste de la corrupción se amortiza en un abrir y cerrar de ojos en este país, o peor aún, que no tiene coste. El 26-J solo sirvió para que acariciasen la errónea idea de que quien haya asumido su 'pack' ideológico ha prestado consentimiento informado, una suerte de perdón por adelantado, lo que excita a todas luces su clásica chulería de exmayoría absoluta. Y con qué alegría se sumaban otras tantas fuerzas políticas al camorrismo político, partidos que han desarrollado todo su negociado en rescatar a la España en blanco y negro, aquella concepción reduccionista que de forma pueril y maniquea divide a los ciudadanos entre Martínez el facha y Ramírez el rojo. Desolador. Pero no pasa nada.
El único problema es que aquello no era un plató, ni el escenario de un mitin, lo sabíamos todos menos aquel candidato que no salió para pedir un solo apoyo, ni a los que les hubiese dado igual que se los hubiese implorado porque allí no se iba a hacer política, se iba a satisfacer al propio orgullo político. El caso es que, probablemente por la inercia de una campaña eterna, el debate de investidura se prestó a todo menos a la faena que allí les congregaba, que no era otra que la formación de Gobierno.
En dos legislaturas que no pasarán a la historia, Ciudadanos ha conseguido demostrar su capacidad de pactar con su derecha y con su izquierda, de encontrar puntos de conexión tanto con ambos partidos como entre ellos mismos. Y no, no hemos llegado a conseguir que los dos partidos que hasta ahora han compartido el trabajo de gobernar este país sean capaces de sentarse a una mesa no para hablar de políticos, sino de política. Pero es que, más allá, lo que no hemos conseguido hacer entender es que hoy, o colaboramos todos para resolver una situación tan enquistada como la que nos ocupa o el aborrecimiento y hastío hacia la política será tal que no hará falta un día de Navidad para que sea la gente la que rehúse colaborar votando, a ver si ahora les sale bien eso de fiarlo todo al desdén generalizado.
BEGOÑA VILLACÍS Vía EL CONFIDENCIAL
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