El profesor de la Universidad Pontificia
Urbaniana, Carmelo Dotolo es teólogo y filósofo de las religiones, y
desde esta doble perspectiva del razonar sobre Dios y pensar lo humano,
presentaba en una entrevista (La Vanguardia, La Contra 27 de
agosto), una formulación que merece reflexión. Presentaba el
cristianismo como un proyecto secular para la humanidad. El humanismo,
la cultura moral cristiana como ética universal, por su capacidad de
acoger la fragilidad, vulnerabilidad y la diferencia, en un espacio de
encuentro para todos, basado en el amor. Comparto este punto de vista en
todos los órdenes. También en el político y el económico.
¿El amor en política y economía? ¡Qué
barbaridad! Quien así reacciona ha de conocer más y mejor el
cristianismo y la naturaleza del propio amor, porque posee un
significado equivocado de ambas palabras. La doctrina social de la
Iglesia es un potente sistema abierto, que ofrece respuestas para una
política y economía que tenga a la persona como fin. El último ejemplo
es la encíclica Laudato si, de Francisco, que trata de nuestra
relación integral con la naturaleza. De hecho, hoy aquella concepción
social es el único modelo global y alternativo al actual que la mayoría
crítica y nadie transforma.
Pero hablemos del amor. El vínculo que nos
permite existir como personas y sociedad. La dificultad para
comprenderlo y practicarlo radica en la cultura hegemónica de nuestra
época que lo reduce a la “cupiditas”, la concupiscencia, al deseo y al
placer que nos reporta poseer a una persona o cosa, convertido en
imperativo para la realización personal. A eso lo llamamos amor: a
poseer lo que deseamos. Es ir con el Yo por delante, el reino del
orgullo, una palabra que abunda en las afirmaciones actuales, mientras
la humildad brilla por su ausencia. Es el ruido incomprensible del
diálogo -palabra totémica- de sordos. Sería mejor escucharnos más y
dialogar menos.
Pero el amor en la cultura cristiana es
otra cosa. Es donación y comunión. Como explica San Ignacio de Loyola en
sus ejercicios para el alma y el cuerpo, consiste en dar y comunicar
aquello que uno tiene a quien no tiene para lograr su bien; el de todos,
también a quien nos quiere mal. Y Jesús señala con rotundidad la
diferencia. Si amas solo a quien te ama, ¿en qué eres distinto de un
pagano? ¿Se puede reconstruir esa exigencia cristiana, sin Dios, sin
Jesucristo? Afirmo que no. Es necesario partir del amor de Dios para
engendrar este tipo de amor humano, y a la vez hay que amar al otro,
porque “quien no estima a su hermano, al que ve, ¿cómo va a querer a
Dios, a quien no ve? se dice en la 1era. Carta de Juan. Esa es la
dialéctica cristiana.
Pero sin llegar al fondo religioso, a
Jesucristo, “que se hizo hombre para salvar al linaje humano”, no existe
una concepción mejor para construir una sociedad secular donde la
justicia, la paz, la ausencia de temor y la confianza mutua, sean el
fruto lógico del amor y de la ética cristiana.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL vía FORUM LIBERTAS
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