El principal problema que afecta a la democracia es una grave obsolescencia provocada por su tránsito desde el contexto de la escasez al de la abundancia. No me refiero, al hablar de escasez y de abundancia en este contexto, al nivel de vida de los ciudadanos sino a las opciones disponibles para la toma de las decisiones. Cuando las personas ilustradas eran pocas, cuando la capacidad de emitir y difundir información y opinión estaba restringida a una minoría, cuando la tecnología estaba poco desarrollada y era costosa, la organización social respondía a una topología de red social descentralizada, llena de barreras de entrada y plagada de nodos de paso forzoso. La red que articula nuestras sociedades actuales, en cambio, es cada vez más una red social distribuida, como explica David de Ugarte en su libro De las naciones a las redes.
Los individuos rechazan que se les imponga aquellas decisiones que podrían tomar de forma directa
En la vieja lógica de la escasez, la democracia era el sistema más civilizado para escoger. En lapolis configurada en red descentralizada, como unos pocos tenían que decidir por todos los demás e imponer un rumbo común, era crucial su legitimación y la del proceso político. Por supuesto, casi siempre era mejor una democracia —pese al riesgo nada desdeñable de que derivara en tiranía de las masas—, que una dictadura. Pero hoy, en una realidad tecnológica que produce abundancia de opciones disponibles, simultaneidad e inmediatez de las acciones, acceso a la información y desintermediación generalizada, deja de ser tan relevante la legitimación de la toma colectiva de las decisiones y adquiere mucha mayor importancia la simple devolución de esas decisiones a cada persona, pues ya no es ni necesario ni legítimo seguirle privando de ellas para beneficio de una élite decisora.
Incluso sin darse cuenta, los individuos rechazan que se les imponga aquellas decisiones que podrían tomar de forma directa, ya vengan forzadas por uno (dictadura) o por la mayoría (democracia). La gente intuye que hay una tercera opción más directa y libre, carente de conflictos de legitimidad: atomizar el poder y dejar que las interacciones espontáneas conformen un orden más rico y eficiente que el impuesto por una minoría supuestamente ilustrada. La legitimación colectiva se ve ahora fuertemente erosionada, cuando no negada, por la afirmación de lasoberanía personal.
Recuperar tal cual la vieja democracia liberal sería como intentar recuperar las profesiones que a lo largo de la historia se han visto superadas por la evolución tecnológica
Pero los tabúes heredados del mundo viejo que no acaba de morir afectan al mundo nuevo que no acaba de nacer. El orden espontáneo, que la mayoría aprueba para la cultura —o estima superior cuando lo ve en la naturaleza—, se percibe aún con recelo cuando el ámbito considerado es el de la organización humana, especialmente la económica. Sin embargo, ya sufre una imparable hemorragia de legitimidad la figura de la representación política, cualquiera que sea el sistema de gobierno vigente y, dentro de los democráticos, cualquiera que sea el marco institucional escogido o el régimen electoral. En unas sociedades que han prescindido de intermediariosantes imprescindibles para infinidad de procesos económicos, sociales y culturales, enterrando así negocios y sectores económicos enteros, ¿tiene sentido forzar el mantenimiento de ese papel, prácticamente obsoleto en los demás ámbitos, cuando se trata de la toma de decisiones políticas? ¿No hay alternativas más acordes con nuestra época, más libres, transparentes, directas y honradas? ¿No se está convirtiendo a toda velocidad la profesión política en una de tantas superadas por el progreso? ¿De verdad es aún necesario un político o un órgano colegiado que decida por todos nosotros hasta en detalles nimios, y de verdad es sensato darle un generoso cheque en blanco para que después nos imponga lo que sea que haya decidido? Además, ¿no es a estas alturas evidente que la función representativa, tal como la conocemos, entraña un riesgo cierto de mala gestión y de corrupción?
El grito generalizado de “no nos representan” conectó muy bien con la gente más joven, con los nativos digitales, precisamente porque, en su mundo desintermediado, en su red social distribuida, en malla, donde todos son potencialmente conectables con todos sin pasar por nodos forzosos, el político se percibe, acertadamente, como un intermediario entorpecedor e innecesario que debería suprimirse porque inevitablemente favorecerá intereses distintos de los que dice representar, y generalmente espurios. Más que un generalizado “no nos representan”, se habría podido gritar a los políticos un merecido “apártate, que ya me represento yo solo y no tengo por qué delegar en ti ni en nadie: ni necesito ni deseo ni acepto que se actúe por mí, porque puedo actuar yo directamente”. Los ciegos neopopulismos alimentan el rechazo a los representantes sin comprender que el origen de ese rechazo es mucho más profundo, afecta a la representación como tal y, por lo tanto, les alcanzará también a ellos.
Es inaplazable el esfuerzo por frenar e invertir la proliferación del Estado
Parece evidente que recuperar tal cual la vieja democracia liberal, sobre todo en su deriva actual de socialdemocracia generalizada y transpartita, sería como intentar recuperar las profesiones que a lo largo de la historia se han visto superadas por la evolución tecnológica. Lo que necesitamos no es ponerle más parches al sistema para enmascarar mejor sus enormes carencias, prolongando su agonía. Hay que cambiar de modelo. Es inaplazable el esfuerzo por frenar e invertir la proliferación del Estado, tanto normativa como administrativa, para desmontar de forma paulatina y sensata el laberinto que ha llegado a construir, y reorganizar —o, en muy gran medida, des-organizar— la sociedad en una dirección acorde con el paradigma que hoy emerge. Frente al modelo de acción colectiva y unidireccional liderada por una élite legitimada de sedicentes intérpretes de nuestra voluntad, debemos afirmar un modelo de multiplicidad de acciones individuales y grupales voluntarias, multidireccionales, en constante evolución autónoma y descoordinada, que se cruzan e interactúan a la velocidad del rayo generando millones de situaciones impredecibles y ajenas a toda forma de planificación central, y redefiniendo así el conjunto a cada segundo.
JUAN PINA Vía VOZ PÓPULI
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