La situación política a que hemos llegado tiene, si acaso, una ventaja, a saber, que es difícilmente empeorable, y eso siempre concita alguna esperanza, aunque hay que reconocer que las ilusiones que, de oficio, se habían hecho algunos, la tan jaleada nueva política, ha pasado a ser ya uno de los cadáveres insepultos de este fúnebre sainete. Pues bien, en estas estábamos hace menos de setenta horas cuando parió la abuela, y el PSOE se partió, al menos provisionalmente, en dos.
Como en el plano de lo práctico, los ciudadanos de a píe apenas podemos hacer nada, puede ser de interés hacer algo de teoría, si es que una materia tan pegajosa como la política española permite pretensiones tan altivas. Vaya por delante, pues, mis disculpas a los lectores por tratar de enmarañar un poco más esta confusa barahúnda de disparates en que se ha convertido la actualidad nacional.
Lo obvio
Empezaremos por lo último, que parece más claro que lo anterior. Ante una situación sin apenas salida como la que se creó con las segundas elecciones, dando píe a una situación tan agónica como la de diciembre de 2015, se había despejado, al menos, una cuestión de cierta importancia, y se podía apostar porque el pilar izquierdo del sistema podría seguir en manos razonablemente moderadas: el PSOE aguantó el envite de un atrevido aspirante a sepultarlo, de quienes habían hecho previamente imposible un Gobierno distinto al de Rajoy sobre la base del pacto de Sánchez y un Ciudadanos que entonces parecía tener horizonte. Semanas después, el líder de Podemos parecía sonado, desaparecido, las divisiones en ese barrio se hacían más duras y patentes, se desmoronaba por momentos el tinglado formado por una izquierda descarada y descarnadamente populista y los nacionalismos (¡Viva Cartagena!) de una buena mitad de los rincones de España, y quedaba claro que el PSOE podría volver a tener un papel decisivo.
En menos de dos meses, los socialistas se han empeñado en desvanecer esa ilusión, en un desaguisado absolutamente lamentable y que puede acabar con una marca política centenaria. Si la operación hubiese sido planeada por el enemigo no habría salido mejor: en lugar de un PSOE en sus peores horas, ahora podremos solazarnos con dos.
El pasado ya no es lo que era
Sin remontarse a Witiza, creo que lo que nos pasa, también al PSOE, es la consecuencia directa de que Rajoy haya dirigido al PP de la manera que lo ha hecho. Los ocho años de Rodríguez Zapatero condujeron al PSOE a un resultado catastrófico y dieron al PP una victoria histórica, pero Rajoy estaba ahí para romper la lógica política y, en lugar de hacer lo que se suponía, se dedicó a exactamente lo contrario: en fiscalidad, en el trato con ETA, en la agenda cultural y educativa, en su trato con los poderes territoriales, en el sometimiento de la Justicia a su designio, etc. etc., y lo hizo vaciando al PP de cualquier ingrediente ideológico, asido a una doctrina que tiene dos ejes, el del supuesto sentido común, avalado con la cacareada calidad técnica de su Gobierno, y el de la pretendida inevitabilidad.
Rajoy renunció a cualquier política y eso se tradujo de manera inmediata en que no hizo nada que no hubiera hecho un presidente del PSOE, reforma laboral incluida, y, en consecuencia, obligó al PSOE a abjurar doblemente de su propia historia. Como recurso adicional para legitimar esta okupación del centro izquierda, que en las obras y palabras de Montoro llegó a ser un escarnio para sus supuestos rivales, hizo todo lo que pudo para que al PSOE le saliera un competidor por su izquierda, lo que restó todavía más fuerzas al rival directo, pero, al tiempo, hizo que aumentase considerablemente el voto de izquierda, una operación tan brillante a corto plazo como desastrosa para cualquier líder de la derecha, pero ya hemos quedado en que Rajoy es como es, y no conoce otra causa que su permanencia.
Los españoles, esos ingratos
A pesar de haber desdibujado completamente el perfil político de los contendientes, lo que ha permitido la emergencia de alternativas no menos borrosas pero tributarias del hastío general, los desagradecidos españoles no han sabido darle a Rajoy su merecido, ni el que él cree merecer, ni el que realmente merecería, y han sido suficientemente sensibles al miedo como para impedir cualquier alternativa, pero no han tenido el entusiasmo suficiente como para mandar a Rajoy al rincón en el que inevitablemente ha de acabar. En consecuencia, cuando se pone a funcionar el sistema parlamentario, el resultado desmiente la dudosa victoria del PP, pero hace sumamente improbable cualquier otra salida.
Hubo una oportunidad, pero se perdió entre el cortoplacismo habitual, la incompetencia general, y el monótono graznido de tantos medios de comunicación, mucho más atentos a lo que se pueda sacar de la debilidad del tinglado que a ayudar a los españoles a encontrar cualquier salida original. Me refiero a que el pacto del PSOE con Ciudadanos, que era obviamente una versión voluntariosa y posibilista del mejunje socialdemócrata habitual, no dio lugar, como habría sucedido casi en cualquier sitio, a una oferta electoral conjunta que hubiese tenido oportunidades de alzarse con la mayoría. Entre la audacia descompuesta del señorito Iglesias, que no se conformaba con menos de la mitad del cielo, la cursi circunspección del señorito Rivera, y la falta de vista de Sánchez, nos fuimos a repetir el auto electoral, y ahí estamos todavía, a las puertas de una tercera taza de caldo.
El trilema de Sánchez
Un político novato y crecido, como pasa siempre que se pone a otro para exigir que haga lo que querrían hacer quienes le pusieron, ha tratado de forzar la lógica de un difícil trilema: ni Rajoy, ni nuevas elecciones, ni saltarse los límites establecidos por su Comité Federal. Aunque estemos en un país en el que luchar contra la lógica no siempre implica el fracaso, la verdad es que Sánchez no ha sabido salir de esa triple trampa en la que tan alegremente quiso instalarse. Tenía una única salida, afirmar que se abstendría de votar contra el PP si el PP presentaba otro candidato, lo que tal vez no resultase, pero dejaría al PP como corresponsable de la tercera convocatoria que, hasta ese momento, y con una unanimidad realmente espectacular se hacía caer sobre sus espaldas.
La incógnita del PSOE
Ahora no es siquiera razonable tratar de adivinar qué pasará a medio plazo con el PSOE, aunque sí habría que subrayar tres características interesantes en la guerra civil del PSOE: la primera es que se ha creado una situación que supera las previsiones estatutarias, de forma que la tendencia a que la victoria la obtengan quienes mantienen el aparato no debiera ser desechada; la segunda es que el conflicto tiene una sospechosa analogía con lo que se ha convertido en nuestro mayor problema político, la articulación de la soberanía del conjunto de los españoles, con las pretensiones excluyentes de los líderes territoriales, y la tercera que el problema, que no es primariamente ideológico, podría acabar decantando la solución a favor de una corriente más realmente de izquierdas y jacobina, frente al socialismo que sigue la pauta zapateril de atender a colectivos, minorías y sofisticadísimas demandas autonómicas. Si el PSOE quiere seguir siendo obrero y español, va a tener que decidirlo ahora.
En cualquier caso, nuestro problema es que una democracia en la que no funcionan los sistemas de garantía moral que permiten la normalidad de las democracias maduras, está condenada a una degradación sin paliativo alguno, que es lo que pasará si acaba gobernando quien no debiera. En una democracia parlamentaria el que obtiene el rechazo del parlamento debe irse a su casa, y en una democracia decente el que trata de encubrir a quienes delinquen y podrían descubrirle no consigue ni medio minuto de prórroga. Aquí pasan estas cosas, y los que las permiten no se cortan pidiendo que Sánchez sepa poner a su partido y a España por encima de sus intereses personales.
Esta falta absoluta de autocrítica es lo que ha permitido un desbarajuste que no tiene trazas de cesar. Una lucha descarnada por permanecer en el poder o por alcanzarlo es lo único que se nos ofrece, sin que se abra paso jamás lo que resulta esencial: representarnos, debatir con seriedad y fundamento, abordar seriamente los problemas de todos. Prefieren representarse a sí mismos, y para confundirnos haciéndose pasar por los “nuestros”, inventan disputas sin cuento, pendencias por el liderazgo, todo lo que sirva para que permanezcamos absortos mientras el futuro común se nos va de las manos.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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