Solo han pasado 15 días desde la investidura fallida de Mariano Rajoy y es como si hubieran sido 15 meses. Muchos contemplaron aquella sesión como un primer tanteo para que cada uno quedara bien con sus feligreses, tras lo cual vendría el desbloqueo: los socialistas cederán o el PNV intercambiará apoyos con el PP,pero a la segunda sale, decían.
Hoy es impensable una segunda investidura de Rajoy. No solo no ha avanzado hacia su elección, sino que está más lejos de ella que hace dos semanas. La hipotética permisividad del PSOE o del PNV hacia este candidato se ha desvanecido; el destrato al socio en el discurso de investidura y la crónica de tribunales complican que Rivera mantenga su voto positivo; y con un vistazo a los titulares de estos días cuesta imaginar al Rey poniendo otra vez sobre la mesa el nombre de Rajoy como candidato.
Algún efecto fatídico tienen las investiduras frustradas sobre sus protagonistas. Tras su fracaso de marzo, Pedro Sánchez anduvo dando tumbos hasta las elecciones del 26-J. Y en estas dos últimas semanas, Mariano Rajoy no ha parado de pegarse tiros en las piernas.
Con su tratamiento del caso Soria (además de la ceguera de suponer que la cacicada pasaría sin levantar un griterío), Rajoy ha puesto en serio peligro el acuerdo con Ciudadanos; ha lanzado a los pies de los caballos a su ministro de Economía en el peor momento, cuando este tiene la encomienda de salvar a España de las iras de Bruselas; y está destruyendo el crédito de la presidenta del Congreso antes de que la legislatura eche a andar.
Lo de Rita Barberá no es en sí mismo más grave que todo lo que ese partido lleva ya en la mochila, pero quizá sea la gota que colmó el vaso. Han reaparecido los silencios cósmicos de Rajoy cuando vienen los marrones; hemos vuelto a ver en acción a esa inefable Cospedal de la “retribución en diferido en forma de simulación”; y se ha hecho visible la grieta entre el “nuevo PP” que desea tomarse en serio lo de la corrupción y el PP de toda la vida que solo saca el paraguas y espera a que escampe para seguir igual.
Con todo, lo que hace de Mariano Rajoy un candidato inelegible por este Parlamento no es de ahora, viene de atrás.
Rajoy nunca fue un líder reconocido y querido, ni siquiera por sus votantes. Ha vivido todo este tiempo de la disciplina jerárquica del partido militarizado que le legó Aznar y de la rocosa fidelidad a la sigla por parte de su electorado.
Rajoy provocó la animadversión insuperable de los socialistas hacia su persona con su muy desleal oposición al Gobierno de Zapatero. Rompió todos los puentes con los nacionalistas, incluido el PNV (por no hablar de su contribución a prender la mecha del incendio catalán); y despreció a todos mientras tuvo la mayoría absoluta, incluso cuando ya se veía venir que eso se acababa y que entraríamos en una etapa de pactos obligatorios.
En cuanto a la corrupción: Mariano Rajoy es la única persona que ha pertenecido ininterrumpidamente a la dirección del PP desde que Bárcenas fue nombrado gerente (1982) hasta hoy. En todos los casos de corrupción que se han desatado ha defendido a muerte a los implicados hasta que los ha dejado caer. Y ha logrado que aparezca por primera vez la extraña figura de la imputación corporativa: no es que haya dirigentes del PP empapelados por la Justicia, es que lo está el partido mismo.
Los votos no lo sanan todo. Con el 10% de lo que le ha pasado a Rajoy, un presidente norteamericano estaría sometido a un 'impeachment' de destitución, un 'premier' británico habría sido obligado por el Parlamento a dejar el cargo y un canciller alemán habría renunciado a las primeras de cambio.
Mariano Rajoy ha demostrado que no está capacitado para gobernar con los códigos de la España multipartidista. Todo en él (su cultura política, su visión de la realidad, los hábitos de los que no se desprenderá) corresponde a un tiempo que pasó. Tenía razón Pablo Iglesias al señalar que su mayor problema es que no ha comprendido nada de lo ocurrido en la sociedad española en los últimos años.Rajoy solo es idóneo para gobernar una España que ya no existe. Su comportamiento de estas dos semanas ha despejado cualquier duda que quedara sobre ello.
Si el actual bloqueo causa un daño coyuntural a nuestra democracia, las terceras elecciones pueden convertir ese daño en estructural
Por eso es inviable que este Parlamento lo elija como presidente. Ya no es solo la obcecación de Sánchez. Para el Partido Socialista en su conjunto su investidura se ha hecho inasumible; Ciudadanos está empezando a pagar un precio excesivo por mantener su apoyo; y con Podemos y los nacionalistas, obviamente, no hay nada que intentar.
Sabiéndolo, él busca otra oportunidad en unas terceras elecciones que se le presentan promisorias. Los nuestros acudirán a votar como siempre y los de enfrente se abstendrán: con los mismos votos, más diputados. Un cálculo hábil en lo partidario, pero un acto de suprema insensatez pensando en España.
Si el actual bloqueo causa un daño coyuntural a nuestra democracia, las terceras elecciones pueden convertir ese daño en estructural. Quedará consagrado el principio de que el voto ciudadano es subalterno a los intereses partidarios.Quedarán lastimados los pilares del edificio. No hay resultado electoral, por ventajoso que sea, que compense ese destrozo.
Si la prioridad es preservar el Parlamento del 26-J –que refleja bastante bien la realidad actual de la sociedad española–, reclamemos a cada uno lo que razonablemente puede dar:
Se puede exigir al Partido Socialista que abra el cerrojo y permita gobernar al partido que ganó las elecciones; pero no para que por esa puerta pase de nuevo Mariano Rajoy.
Se puede demandar al Partido Popular que ofrezca un candidato votable, asumiendo que Rajoy no lo es; pero no que renuncie como partido a encabezar el Gobierno de España.
Este camino de cesiones mutuas es el único que no nos conduce directamente a las detestables urnas del 18 de diciembre. ¿Podrían recorrerlo? Sí, podrían. ¿Lo harán? Doble contra sencillo a que no.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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