No conozco una democracia europea que consintiera a dos personajes con
semejante ejecutoria seguir encabezando la política del país.
Cuando Pedro Sánchez dijo que su entrevista con Rajoy había sido perfectamente prescindible,
muchos se sorprendieron: ¿cómo puede considerarse prescindible una
reunión entre los dos principales lideres políticos del país tras ocho
meses sin Gobierno y en la víspera de un acto parlamentario
trascendental?
Pues resulta que tenía razón. Aquella entrevista
era prescindible, como lo fueron todas las anteriores y lo serán las
posteriores; tan prescindible como lo es ya cualquier cosa que tenga
como protagonistas a Rajoy y a Sánchez. Es más, muestra hasta qué punto España necesita librarse de ambos para salir del atolladero en que nos han metido.
El debate en el Congreso
ha servido para constatar de nuevo que cualquier intento de solución de
esta crisis política que gire en torno a la dupla Rajoy-Sánchez está
abocado al fracaso. La primera pregunta que uno se hace al ver el cartel
de este debate es: ¿por qué ellos otra vez?
Mariano Rajoy
tiene a su partido judicialmente encausado por una lista de delitos que
recorre varios capítulos del Código Penal; y con un solo mandato al
frente del Gobierno logró la difícil hazaña de perder al 40% de un
electorado tradicionalmente fiel. Pedro Sánchez es un
contumaz coleccionista de derrotas electorales y ha provocado el mayor
cisma dentro del PSOE desde hace 25 años. Además, se ha demostrado
imposible que exista entre ellos un diálogo civilizado que sirva para algo.Se
han confrontado un candidato indefendible y una posición política
insostenible. Se han esforzado en subrayar la debilidad de su rival y lo
han conseguido.
No conozco una democracia europea que
consintiera a dos personajes con semejante ejecutoria seguir encabezando
la política del país. Por mucho menos de lo que le ha pasado a Rajoy,
los italianos enviaron a Berlusconi
a su casa. Por fracasos electorales y pifias estratégicas mucho más
leves que las de Sánchez, hemos visto dejar sus puestos a decenas de
dirigentes partidarios, de derechas y de izquierdas. Por bloquear el
Gobierno de su país durante un año y obligar a repetir las elecciones
tres veces…de eso no existen precedentes, así que no tenemos término de
comparación.
En este debate se han confrontado un candidato
indefendible (Rajoy) y una posición política insostenible (el triple no
de Sánchez). Ambos se han esforzado en subrayar la debilidad esencial de su rival y ambos lo han conseguido, porque lo tenían fácil.
Sánchez ha mostrado sin dificultad hasta qué punto la candidatura de Rajoy es difícil de digerir. Y no por su programa ni su discurso, ni
siquiera por sus ideas, sino por todo lo que su persona connota. Por si
quedara alguna duda, el infumable discurso de Rajoy el día anterior fortaleció la posición del no-es-no y debilitó a los partidarios de la abstención.
Rajoy ha necesitado poco para desnudar la inconsistencia de una posición política, la de Sánchez y su partido, que consiste en negar cerrilmente todas las salidas sin abrir ninguna vía de solución.
Cada vez está más claro que los socialistas están utilizando la
cuestión del Gobierno para dilucidar la batalla de su congreso, lo que
los hace colectivamente responsables de mantener secuestrado al país por
una trifulca doméstica que solo les concierne a ellos.
Rajoy pide
confianza sin ofrecer el menor síntoma de autocrítica o de capacidad de
cambio, y por eso Sánchez pudo decirle a la cara “le niego la confianza
porque usted no es de fiar”. Sánchez ofrece crítica implacable y descalificación de Rajoy, pero no ofrece un camino transitable hacia la salida del atasco. Por eso Rajoy pudo acusarle de estar dispuesto a repetir las elecciones una y otra vez hasta obtener un resultado que satisfaga su ambición personal.
Sánchez demostró que mantener en el Gobierno a Rajoy es incompatible con cualquier posibilidad de cambio; y Rajoy demostró que mientras
Sánchez mande en el PSOE, la posición de ese partido será un problema
para España. En ese sentido mutuamente destructivo, ambos han triunfado
en este amargo debate.
Esta
enésima edición de la misma pelea de gallos es la penúltima prueba de
que se neutralizan mutuamente mientras operan en contra del interés
colectivo.
Los dos han hecho daño al otro en su punto más débil. Y en la misma medida se han dañado a sí mismos,
porque esta enésima edición de la misma pelea de gallos es la penúltima
prueba de que se neutralizan mutuamente mientras operan en contra del
interés colectivo. La derrota de uno necesita la de los dos, y la
permanencia de ambos al frente de sus partidos conlleva el bloqueo
irremediable de la gobernación de España.
Rajoy y Sánchez ya saben que con este Parlamento ninguno de ellos será presidente.
Por eso parecen resueltos a hacer girar de nuevo la ruleta de los
votos, a ver si hay más suerte a la próxima. Rajoy busca proseguir su escalada hasta los 150 escaños y Sánchez se conforma con exhibir
cualquier pequeño avance que le permita mantenerse en posición de fuerza
dentro de su partido.Lo que escenificaron este miércoles no fue
propiamente el primer debate de esta legislatura, sino el último debate
del estado de la nación, de aquella en la que el PP gobernó con mayoría
absoluta. Rajoy empecinado en una defensa cerrada de su gestión sin
asomo alguno de autocrítica y Sánchez buscando en el disco duro de su
ordenador para repetir la consabida retahíla de críticas sin matices a
la actuación del Gobierno entre 2011 y 2015. El hecho de que entre tanto
se hayan celebrado dos elecciones que han cambiado el mapa político y
se estén consumiendo en vano dos legislaturas no parece importar un
comino a ninguno de los dos.
Pensar
en una tercera campaña electoral con estos dos gallos caducos en la
pista, ¿no les da más ganas de potar que de votar? Pues eso
Al menos, hemos de agradecer dos cosas:
A Sánchez, que nos haya ahorrado el paripé de argumentar su negativa criticando el contenido del acuerdo PP-Ciudadanos.
Primero, porque en buena medida estaría atacando a su propio discurso
de investidura. Y segundo, porque aunque Rajoy hubiera incluido en su
propuesta el texto completo y literal del programa electoral del PSOE,
la posición de Sánchez no habría cambiado un ápice. Ya les digo que esto
hace tiempo dejó de ser un asunto de programas, de ideologías o de éticas.
Y
a ambos, que en esta ocasión el intercambio de injurias explícitas haya
descendido un poco. Se ve que están tan hartos el uno del otro (y
nosotros de los dos) que ya les aburre hasta insultarse.
Imaginen
por un momento que hubiéramos asistido a un debate de investidura con
alguien que no fuera Rajoy como candidato del PP y alguien que no fuera
Sánchez como portavoz del Partido Socialista. No digo que el resultado
de la votación cambiara necesariamente, pero ¿a que todo tendría un
aroma mucho más saludable? Y pensar en una tercera campaña electoral con
estos dos gallos caducos en la pista, ¿no les da más ganas de potar que
de votar? Pues eso.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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