El presidente cubano, Miguel Diaz-Canel, y el ex mandatario y líder del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro.
EFE
En el contexto agitado
de la historia de América Latina, Cuba y Venezuela suponen dos
eslabones clave del pasado caudillista de este continente. Aunque en el
caso del régimen castrista, su relevancia geoestratégica enlaza con
algunos de los capítulos fundamentales para entender el siglo XX -como
la Guerra Fría-, la realidad es que los dos países muestran a día de hoy
los estragos que puede llegar a causar la mezcla del comunismo y el populismo de raíz bolivariana.
A la falta de libertades y de derechos civiles, y al pisoteo constante
de los derechos humanos a través de una abyecta represión, tanto La
Habana como Caracas suman una catástrofica gestión política y económica
que ha condenado a ambas poblaciones al hambre y la miseria.
El descenso en envíos de petróleo de Venezuela y la caída en las exportaciones ha agudizado la lacerante situación económica de la isla. Esto ha llevado al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, a emular a Venezuela. Primero, subiendo el salario mínimo. Y, segundo, impulsando una criptomoneda cuyo objetivo pasa por paliar la creciente escasez después de que Trump reforzara el embargo. La adopción de estas medidas, de dudosa viabilidad, constata el estrepitoso fracaso del castrismo. Cuba, lastrada después de seis décadas de régimen comunista; y Venezuela, sometida por una narcodictadura moribunda, reflejan la deriva de dos sistemas anacrónicos, siniestros y criminales.
EDITORIAL de EL MUNDO
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