Lo más probable es que el jueves arribemos, por fin, a un gobierno de coalición del PSOE con Podemos sostenido por la mayoría de la moción de censura
Imagen de archivo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en La Moncloa. (Foto: Reuters)
En 1993, un PSOE en minoría tuvo la posibilidad de sumar mayoría absoluta con Anguita. Felipe González ni lo consideró. Es asombroso que el expresidente exija hoy al PP y a Ciudadanos
que faciliten una fórmula de gobierno que él no aceptaría ni con una
pistola en el pecho. En la actual política española, ya nadie queda
libre de padecer memoria de pez.
Aún puede suceder cualquier cosa. Desde que todo salte por los aires hasta que Pedro Sánchez sea elegido en la primera votación… con los votos favorables de Junqueras y Otegi. Esa sí sería una macabra sonrisa del destino.
Lo más probable es que el jueves arribemos, por fin, a un gobierno de coalición del PSOE con Podemos sostenido por la mayoría de la moción de censura, pero ahora con un contrato irrescindible de cuatro años para Pedro Sánchez (ese es el premio) y con el núcleo dirigente de Podemos en el Consejo de Ministros (ese es el precio).
Si esto se confirma, Sánchez obtendrá lo que buscó por encima de todo: permanecer en la Moncloa. No puede decirse que pierde quien consigue lo que más desea. Se ha escrito con acierto que el proyecto de Sánchez para España se condensa en un único punto: que gobierne Sánchez. Ciertamente, la factura será mucho más elevada de lo que él y sus principales cortesanos imaginaron en la noche de vino y rosas del 28 de abril, pero ello forma parte del necesario proceso de descubrir que no todos los rivales son como Susana Díaz.
La fórmula Frankenstein ha acompañado a Pedro Sánchez a lo largo de los últimos años. Tras las elecciones de 2015, la mayoría de los principales dirigentes del PSOE, viéndole las intenciones, le impusieron la prohibición de discurrir por ese camino (en aquellos tiempos, gobernar de la mano de Podemos y de los independentistas resultaba nefando para los socialistas responsables). Se repitieron las elecciones y tiró por el mismo flanco, provocando la carnicería del 1 de octubre de 2016 en la sede de Ferraz. Más tarde se arrepintió públicamente de haber aceptado el primer veto. Fue su particular “lo volveré a hacer”. Efectivamente, lo hizo en cuanto pudo. Y el martes o el jueves lo consagrará.
Así pues, Sánchez alcanzará su objetivo y lo hará con sus compañeros de viaje favoritos, los que buscó desde el principio. Algunos presentimos que al otro lado de la colina conquistada solo le espera un campo radiactivo, pero a él nadie le privará de disfrutar la adhesión de quienes lucharon por frenar lo que entonces les parecía un disparate y hoy le dan su bendición. Incluido el mismísimo González.
Por otro lado, es innegable que hay cierta belleza estratégica en el movimiento de Pablo Iglesias. Es singular la forma en que este se autoasignó el papel de liebre falsa, concentrando sobre su persona toda la hostilidad de Sánchez y los suyos para ejecutar un gambito final que coloca a su pieza verdadera –Irene Montero- en el centro de la pista y encapsula a los socialistas en la fórmula de gobierno de coalición de la que han renegado durante tres meses. Por fin alguien supo leer correctamente el alma de Pedro Sánchez y encontró un antídoto eficaz (algo de eso está también tras la estrategia de Rivera).
Lo que Iglesias ha hecho es salvar un punto que amenazaba con expulsarle no ya del partido, sino del campeonato. Tras el 28 de abril –y mucho más desde el 26 de mayo-, Podemos era un edificio en ruinas e Iglesias un líder en desahucio. Había perdido su crédito personal y se había dejado por el camino la mitad de su fuerza parlamentaria y todo su poder municipal. Las confluencias estaban en desbandada y Errejón había consumado su escisión. Sánchez se disponía a humillarle con un contrato de vasallaje para toda la legislatura.
Fue justamente ahí, en la crueldad ignorante de su presunto aliado, donde el avezado comunista, tenaz estudioso de la lógica del poder, encontró la línea salvadora que pudo convertir la debilidad en fortaleza. Conociendo las influencias peronistas de Iglesias, es probable que la operación “Néstor y Cristina Kirchner” estuviera convenida por la pareja desde hace tiempo. La cuestión era cómo hacerlo obteniendo el mayor beneficio posible de la maniobra. La prepotencia de Sánchez ofreció la solución: liebre falsa y gambito final. En términos tácticos, una pequeña obra de arte.
Llegados a este punto, PSOE y Podemos ya no tienen otro remedio presentable que cerrar el acuerdo de gobierno. Lo contrario sería un suicidio electoral a dúo. Sánchez obtiene el poder, pero el botín de Iglesias no es pequeño: tendrá a sus fieles –sobre todo, a Irene- en el Consejo de Ministros. Él actuará libremente desde fuera, ejerciendo de conciencia crítica del Gobierno como portavoz parlamentario de Podemos. Si hay que decir alguna inconveniencia o cultivar amistades peligrosas, será él quien lo haga, acogiéndose a la “doctrina Celaá”, sin que se le pueda acusar de insubordinación: el presidente puede cesar a un ministro, pero no al portavoz de un grupo parlamentario que no sea el suyo. Además deja sin espacio virtual a Errejón, al que no le queda otra que apuntarse al PSOE o seguir calentando el banquillo.
Y lo más esencial: Podemos habrá obtenido la condición de fuerza legítima de gobierno en el espacio progresista, rompiendo para siempre el monopolio del PSOE que gente como González defendió durante décadas.
En vísperas de la investidura, puede decirse que Sánchez ha jugado con torpe soberbia una mano abrumadoramente ganadora. Ello no le impedirá llevarse el premio gordo de la presidencia del Gobierno, pero cargando con una hipoteca mucho mayor de la que estaba preparado para asumir.
Iglesias salva su vida política y la de su partido y, a la vez, invierte a largo plazo. En cuanto a Rivera, se apruebe o no la mutación genética de su partido, hay que admitir que ha ejecutado su plan con pulcritud y profesionalidad. Llega a la investidura con los hechos dándole la razón y prácticamente libre de presiones, lo contrario de lo que todos le auguraban. Y Casado ha optado por un prudente camuflaje institucional en el que el PP se siente cómodo. No será fácil, en todo caso, atravesar el desierto de cuatro años con 66 diputados.
El que sigue cazando moscas es Abascal. Es lógico, aún no sabe si en esta fiesta su esmoquin es el de los invitados o el de los camareros.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
Aún puede suceder cualquier cosa. Desde que todo salte por los aires hasta que Pedro Sánchez sea elegido en la primera votación… con los votos favorables de Junqueras y Otegi. Esa sí sería una macabra sonrisa del destino.
Lo más probable es que el jueves arribemos, por fin, a un gobierno de coalición del PSOE con Podemos sostenido por la mayoría de la moción de censura, pero ahora con un contrato irrescindible de cuatro años para Pedro Sánchez (ese es el premio) y con el núcleo dirigente de Podemos en el Consejo de Ministros (ese es el precio).
El Poder Judicial, la CNMC, RTVE, ratings... todo lo que depende de la investidura
Si esto se confirma, Sánchez obtendrá lo que buscó por encima de todo: permanecer en la Moncloa. No puede decirse que pierde quien consigue lo que más desea. Se ha escrito con acierto que el proyecto de Sánchez para España se condensa en un único punto: que gobierne Sánchez. Ciertamente, la factura será mucho más elevada de lo que él y sus principales cortesanos imaginaron en la noche de vino y rosas del 28 de abril, pero ello forma parte del necesario proceso de descubrir que no todos los rivales son como Susana Díaz.
La fórmula Frankenstein ha acompañado a Pedro Sánchez a lo largo de los últimos años. Tras las elecciones de 2015, la mayoría de los principales dirigentes del PSOE, viéndole las intenciones, le impusieron la prohibición de discurrir por ese camino (en aquellos tiempos, gobernar de la mano de Podemos y de los independentistas resultaba nefando para los socialistas responsables). Se repitieron las elecciones y tiró por el mismo flanco, provocando la carnicería del 1 de octubre de 2016 en la sede de Ferraz. Más tarde se arrepintió públicamente de haber aceptado el primer veto. Fue su particular “lo volveré a hacer”. Efectivamente, lo hizo en cuanto pudo. Y el martes o el jueves lo consagrará.
Así pues, Sánchez alcanzará su objetivo y lo hará con sus compañeros de viaje favoritos, los que buscó desde el principio. Algunos presentimos que al otro lado de la colina conquistada solo le espera un campo radiactivo, pero a él nadie le privará de disfrutar la adhesión de quienes lucharon por frenar lo que entonces les parecía un disparate y hoy le dan su bendición. Incluido el mismísimo González.
Por otro lado, es innegable que hay cierta belleza estratégica en el movimiento de Pablo Iglesias. Es singular la forma en que este se autoasignó el papel de liebre falsa, concentrando sobre su persona toda la hostilidad de Sánchez y los suyos para ejecutar un gambito final que coloca a su pieza verdadera –Irene Montero- en el centro de la pista y encapsula a los socialistas en la fórmula de gobierno de coalición de la que han renegado durante tres meses. Por fin alguien supo leer correctamente el alma de Pedro Sánchez y encontró un antídoto eficaz (algo de eso está también tras la estrategia de Rivera).
Lo que Iglesias ha hecho es salvar un punto que amenazaba con expulsarle no ya del partido, sino del campeonato. Tras el 28 de abril –y mucho más desde el 26 de mayo-, Podemos era un edificio en ruinas e Iglesias un líder en desahucio. Había perdido su crédito personal y se había dejado por el camino la mitad de su fuerza parlamentaria y todo su poder municipal. Las confluencias estaban en desbandada y Errejón había consumado su escisión. Sánchez se disponía a humillarle con un contrato de vasallaje para toda la legislatura.
Pablo Iglesias, tenaz estudioso de la lógica del poder, encontró la línea salvadora que pudo convertir la debilidad en fortaleza
Fue justamente ahí, en la crueldad ignorante de su presunto aliado, donde el avezado comunista, tenaz estudioso de la lógica del poder, encontró la línea salvadora que pudo convertir la debilidad en fortaleza. Conociendo las influencias peronistas de Iglesias, es probable que la operación “Néstor y Cristina Kirchner” estuviera convenida por la pareja desde hace tiempo. La cuestión era cómo hacerlo obteniendo el mayor beneficio posible de la maniobra. La prepotencia de Sánchez ofreció la solución: liebre falsa y gambito final. En términos tácticos, una pequeña obra de arte.
Llegados a este punto, PSOE y Podemos ya no tienen otro remedio presentable que cerrar el acuerdo de gobierno. Lo contrario sería un suicidio electoral a dúo. Sánchez obtiene el poder, pero el botín de Iglesias no es pequeño: tendrá a sus fieles –sobre todo, a Irene- en el Consejo de Ministros. Él actuará libremente desde fuera, ejerciendo de conciencia crítica del Gobierno como portavoz parlamentario de Podemos. Si hay que decir alguna inconveniencia o cultivar amistades peligrosas, será él quien lo haga, acogiéndose a la “doctrina Celaá”, sin que se le pueda acusar de insubordinación: el presidente puede cesar a un ministro, pero no al portavoz de un grupo parlamentario que no sea el suyo. Además deja sin espacio virtual a Errejón, al que no le queda otra que apuntarse al PSOE o seguir calentando el banquillo.
Iglesias
salva su vida política y la de su partido y, a la vez, invierte a largo
plazo. En cuanto a Rivera, ha ejecutado su plan con pulcritud y
profesionalidad
Y lo más esencial: Podemos habrá obtenido la condición de fuerza legítima de gobierno en el espacio progresista, rompiendo para siempre el monopolio del PSOE que gente como González defendió durante décadas.
En vísperas de la investidura, puede decirse que Sánchez ha jugado con torpe soberbia una mano abrumadoramente ganadora. Ello no le impedirá llevarse el premio gordo de la presidencia del Gobierno, pero cargando con una hipoteca mucho mayor de la que estaba preparado para asumir.
Iglesias salva su vida política y la de su partido y, a la vez, invierte a largo plazo. En cuanto a Rivera, se apruebe o no la mutación genética de su partido, hay que admitir que ha ejecutado su plan con pulcritud y profesionalidad. Llega a la investidura con los hechos dándole la razón y prácticamente libre de presiones, lo contrario de lo que todos le auguraban. Y Casado ha optado por un prudente camuflaje institucional en el que el PP se siente cómodo. No será fácil, en todo caso, atravesar el desierto de cuatro años con 66 diputados.
El que sigue cazando moscas es Abascal. Es lógico, aún no sabe si en esta fiesta su esmoquin es el de los invitados o el de los camareros.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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