Pedro Sánchez, durante su segunda investidura fallida. EFE
“Repuesto durante el fin de semana del fuera de juego en que le dejó la maniobra del viernes de Iglesias echándose a un lado, Sánchez ha decidido ir a nuevas generales en noviembre. No hay otra forma de explicar este absurdo discurso triunfalista de dos horas, trufado de esa ideología todo a 100 de igualdad, feminismo, derechos LGTBI y cambio climático. Pedro ya está en campaña. Todo lo demás es teatro”. Es el texto de un wasap que recibí en la mañana del lunes, cuando el líder socialista no se había apeado aún de una tribuna donde descargaba el que parecía ser programa de Gobierno de un candidato que acabara de arrasar en las urnas con 180 escaños, muy lejos de la humildad que cabía esperar en un tipo que acudía a la cámara en busca de apoyos que sumar a sus magros 123 asientos. Entre la mañana del lunes y el mediodía del jueves, cuando se consumó la segunda y definitiva derrota del candidato, los españoles asistimos a un espectáculo insólito, un abracadabrante teatro de guiñol con toneladas de tinta de calamar, destinado a dar esquinazo a unos, engañar a otros y asustar a casi todos con la posibilidad de un Gobierno de Frente Popular que, además de arruinar la economía, hubiera supuesto un auténtico cambio de régimen, de modo que cuando el jueves se consumó la ruptura, una sensación de alivio se extendió por doquier. A un tris de la tragedia. Uffff…pavernosmatao.
Gracias, Pablo. Pablo Iglesias, ese profesor de políticas convertido en el mayor animal político de la izquierda española, a la vez que en un tipo ciertamente enigmático, cuya misión en esta España crepuscular parece haber consistido en reducir a cenizas aquel arrollador movimiento del 15-M que un día amenazó con poner patas arriba el statu quo. Una vez más, Iglesias Turrión frustra un Gobierno de Frente Popular, mientras consume en el fuego fatuo de su soberbia las posibilidades electorales de un movimiento que por la senda de migas que el flautista va dejando pronto volverá al redil donde siempre pernoctó el comunismo en España: en torno al 10% del voto popular. ¿Agente doble? ¿Triple agente? A cambio, Iglesias y señora ya tienen chalé con piscina en el que olvidarse de las penurias de esa clase social a la que pretendían rescatar de la miseria. La conquista del cielo bien entendida empieza por uno mismo.
Hemos entrado de lleno en la etapa de la adjudicación de culpas. El británico who’s to blame? O eso que ahora llaman “el relato” y que no es otra cosa que la vieja propaganda de siempre destinada a desacreditar al adversario cara a esas aparentemente inevitables urnas del 10 de noviembre. Iglesias sale de esta refriega con heridas a flor de piel; las de Sánchez no se advierten a simple vista, aunque quizá sean más profundas. El candidato se ha dejado demasiados pelos en la gatera de una investidura que le ha vuelto a mostrar tal cual es: un cínico consumado, un tipo sin escrúpulos y sin ideología conocida, a quien le da lo mismo Juana que su hermana porque no cree más que en su ego superlativo. Nunca tanto necesitó tan poco. Su recital de frases vacías del jueves (“Señor Iglesias, si me obliga a elegir entre una Presidencia de España que no sirva a España o mis convicciones, elijo mis convicciones” (…) “He querido ser leal a mis principios”) serviría para completar una antología de la carcajada.
Nunca ha pretendido formar Gobierno con Podemos, porque detesta a Iglesias y a Podemos y está decidido a destruirlos al unísono. Su política estos días ha consistido en pedir la abstención de “las derechas” después de insultarles a conciencia, y exigir el voto de la extrema izquierda tapándose la nariz como si de un apestado se tratara. Hazme presidente, Pablo, pero no esperes ni las gracias. Estaba en lo cierto el señor marqués de Galapagar cuando dijo aquello de “hemos pedido el cuarto de invitados y nos han dado la caseta del perro”. Con 123 escaños, Sánchez Castejón ha perseguido el sueño imposible de un Gobierno en solitario sin dar nada a cambio, simplemente por mi cara bonita y porque yo lo valgo. En los casi tres meses transcurridos desde el 28 de abril, no ha sido capaz de mover un dedo para negociar seriamente nada con nadie. Por el contrario, con los separatistas de ERC y los filietarras de Bildu, además de con esa derecha reaccionaria y meapilas que encarna el PNV, se ha mostrado amable y sumiso hasta lo obsequioso. ¿Puede ser presidente del Gobierno de España un personaje que insulta a la oposición de derechas, desprecia a sus teóricos aliados de izquierda, y solo muestra respeto rayano en la rendición a los enemigos declarados de la Constitución y la unidad de España?
La señora vicepresidenta, ese fenómeno natural nacido en Cabra y apellidado Calvo, dio el viernes por cerrado cualquier posible pacto futuro con Podemos, abriendo de nuevo las compuertas al turbión de reproches sobre “las derechas”. Seguimos en el teatro de guiñol que desde Moncloa maneja Iván Redondo y sus adláteres, con la ayuda de buena parte de los medios de comunicación. “Toca explorar otras situaciones para evitar elecciones”, dijo la doña. Ni el más leve signo de autocrítica. Se anuncia riada de presiones sobre el PP y en particular sobre Ciudadanos, el eslabón débil de esta cadena de ignominia en razón a su orfandad mediática ("ni tenemos ningún miedo, ni estamos en disposición de repartir alpiste a cambio de apoyo, que es lo que explica nuestra situación"). Ejercicio falsario. Fuegos de artificio destinados, una vez destruido Podemos, a erosionar las posibilidades electorales de la derecha cara a las urnas de noviembre, que es lo que en el fondo siempre ha pretendido Sánchez y su troupe, al dictado del señor del CIS.
La menos mala de las soluciones
Para muchos españoles sin filiación partidaria concreta, la vuelta a las urnas es la menos mala de las soluciones. Cualquier cosa antes que ese eventual Gobierno de Frente Popular cuyas consecuencias el país tardaría mucho tiempo en superar. La sola idea de ese Ministerio de Justicia Fiscal (además del de Bienestar Animal) produce escalofríos. O esa cartera de Trabajo en manos de Pablenin y sus chicos, un ministerio que en el último minuto intentó cambiar por los 6.000 millones de las Políticas Activas de Empleo, la pasta de los cursos de formación que no forman a nadie y terminan siempre en la buchaca de los sindicatos. O ese nuevo Estatuto de los Trabajadores destinado a reforzar el papel del parasitismo sindical en las empresas, un desastre desde el punto de vista de las pymes en particular, sometidas al dictado del comisario comunista de turno.
Si el crecimiento del PIB sigue siendo este año superior al previsto es justamente por el rechazo a los PGE de Sánchez y a la paralización de las políticas complementarias (“viernes sociales”) planteadas por su Gabinete, lo que ha permitido prolongar la inercia del ciclo expansivo iniciada con el Gobierno Rajoy. Imaginar ese Ejecutivo social-populista “a la vanguardia de un nuevo sistema económico donde el crecimiento beneficie a una mayoría y no solo a unos privilegiados” (Sánchez dixit) no solo es un desvarío conceptual impropio de cualquier adulto con la cabeza bien amueblada, sino una amenaza concreta para la libertad de empresa, el crecimiento y el empleo. Un Gobierno semejante supondría decir adiós a cualquier reforma estructural y liberalizadora, imprescindibles ambas para maximizar un crecimiento equilibrado y sostenido, aumentar la competitividad y alentar la creación de empleo, lo que unido a una estrategia fiscal y presupuestaria basada en el aumento descontrolado del gasto público y de los impuestos es el camino más seguro para llegar a la ralentización y, en último término, a la destrucción de la economía.
El problema, por eso, no se apellida Iglesias sino Sánchez. El problema de esta España empantanada en mitad de ninguna parte es este aventurero de la política, este peculiar Berlusconi atado al palo mayor de los enemigos de la Constitución, a quien el PSOE decente echó de casa en el otoño de 2016 sospechando que se disponía a hacer lo que después hizo: despreciar a la España constitucional y abrazarse (lo acaba de hacer en Navarra) con sus enemigos directos. Tras fracasar en el intento de ser investido (“La responsabilidad de que el señor Rajoy pierda la investidura es exclusiva del señor Rajoy por ser incapaz de articular una mayoría”, dijo el bergante un 29 de agosto de 2016), ese PSOE “decente”, si es que algo queda, debería proceder a descabalgar de una vez por todas a este sujeto y nominar a otro candidato, como vía alternativa capaz de lograr los consensos necesarios para poner el país en marcha. Pero no nos engañemos, el problema no es sólo Sánchez. Él es apenas el galán de moda en la España de Jorge Javier, de Belén y de Isabel. La España rendida a los collares de cuentas de las ideologías de a perra gorda que llegaron con Zapatero para quedarse, y que se mira ensimismada en el ombligo de sus celebrities televisivas. Recogemos la cosecha del control de la enseñanza por la izquierda radical y del lavado de cerebro de unas televisiones que, mientras hacen su cuenta de resultados con nuestros impuestos, llevan años alimentando con la basura de sus Sálvames a millones de españoles acostumbrados a soluciones fáciles para problemas tan complejos como el déficit o la deuda pública.
Consejos de Administración de postín
Y esa España está encantada con Sánchez, dispuesta a comprarle la mercancía averiada de esas frases suyas para consumo de idiotas y, lo que es peor, a votarle. No es una situación que afecte solo a la España menos informada. También a la España de algunos Consejos de Administración de postín. Dolores Dancausa, por ejemplo, consejera delegada de Bankinter: “Si sale el Gobierno de coalición que se está negociando, en la línea de que la actividad económica no se resienta, se tomen medidas de Estado y se mire por el país, bienvenido sea…” Se supone que esta señora, acostumbrada a manejar grandes fortunas, habrá consultado con sus millonarios clientes antes de hacer una afirmación que a su pobre calado intelectual une una penosa sintaxis. O Ana Botín, que desde el puente de mando del grupo Prisa dirige las maniobras orquestales del candidato y su gurú, Iván Redondo. O José MaríaPallete, capitán de una Telefónica convertida en inagotable fuente de datos personales de los que se nutren Redondo y Tezanos para elaborar sus estrategias. O esa CEOE de Antonio Garamendi, callado cual muerto en todo este episodio, incapaz de emitir opinión como es su obligación.
Obligados, por eso, a soportar a Sánchez hasta que esa España ensimismada se harte de él, que se hartará. No hay mimbres morales, no hay urdimbre de sociedad civil capaz de darle a este tipo una patada en el trasero y alumbrar una solución de consenso para España. No queda más que esperar. “Pedro Sánchez, el hombre de la flor en el culo, se ha adentrado en su propio laberinto y ahora se trata de encontrar la salida más cómoda para él y más onerosa para sus adversarios. Repetición electoral. Y, como es sabido que las urnas las carga el diablo, hay que cubrir de mierda al competidor hasta las orejas” escribía ayer aquí Gregorio Morán. No hay más plan que ese hasta el 10 de noviembre próximo. Que ustedes lo soporten bien.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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