Lo que en nuestro tiempo se ha modificado es a lo que se otorga centralidad en la vida cristiana. No es la Ley judía, obvio, son otras cosas, tales como prestar una asistencia social importante como hace Caritas, la calidad de las escuelas que se definen como cristianas i la calidad de los servicios sanitarios de los hospitales de la Iglesia. Son estos los ejes de la misión en los que, en muchos casos, ha desaparecido Jesucristo, y la razón de la fe
¿Significa la constatación anterior que la solidaridad, el mandato de ayudar a los pobres, de enseñar, de asistir al enfermo no es importante? Solo faltaría. Claro que lo es y además desde el “momento 0” de la Iglesia.
Lo que decimos es que tal misión no se puede utilizar, ni justifica para ocultar la fe que mueve las obras, que tienen en su centro a Jesucristo, su buena nueva, vida, muerte y resurrección, con todo lo que posee de significado y de sentido.
La centralidad corresponde a Jesucristo, y la obra es su consecuencia. San Pablo lo afirma con claridad en Gálatas 2,21 “No quiero hacer inútil la gracia de Dios, ya que si alguien pudiera ser justo por obra de la Ley, Cristo habría muerto por nada”
Si los cristianos podemos ser justos ante Dios solo por la obra asistencial, educativa, sanitaria, sin más, Jesucristo es inútil. Y en realidad esto es lo que sucede en demasiados casos. De la mano de aquella concepción, Jesucristo ha desaparecido de parcelas importantes de la Iglesia, pero no ya su palabra, sino incluso su simple imagen. Hay locales de Cáritas sin ningún símbolo de la fe católica, locales dedicados a los jóvenes, escuelas y centros hospitalarios, donde ni tan siquiera se ve una sencilla cruz.
Para que no haya confusión. No estamos anunciado que se debe poner remedio a esto mediante una cuestión de índole formal. El signo de Cristo es necesario, pero debe ir acompañado del cumplimiento de lo que nos dice al final del evangelio de Mateo 28,19-20:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
Porque como advierte San Pablo en Gálatas 3,2-3 “Respondedme a tan solo esto: ¿recibisteis el Espíritu porque habías cumplido con las obras de la Ley o porque acogisteis la predicación de la fe? ¿Tan insensatos sois? Habéis comenzado recibiendo al Espíritu, i ahora acabareis haciendo vuestras propias obras? Y eso es lo que parece que creen y hacen algunos en el seno de la Iglesia: sus propias obras
Y es que no se trata de transformar el mundo para mejorar la vida de los cuerpos, sino de mejorarlos por caridad cristiana, salvar las almas.
Las almas no se salvan solas, ni porque estén los cuerpos mejor atendidos, o porque la justicia humana brille más. Si así fuera, Jesucristo sería inútil, como sucede en la práctica de quienes así actúan. Sería un simple testimonio excelso de bondad humana. Y no. En el misterio de la cruz somos salvados y en la fe en ella somos justificados. Si ignoramos esto, la Iglesia se va diluyendo en la nada, y la identidad cristiana se vuelve amorfa y plástica; irreconocible. En eso estamos, ante eso debemos levantarnos.
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