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viernes, 5 de julio de 2019
La naranja amarga: Rivera, contra todos
El comportamiento de Cs y de su
líder hace de ese partido un agente adicional de inestabilidad y
crispación en la desquiciada política española. Lo contrario de lo que
figuraba en la etiqueta original
Albert Rivera. (EFE)
En la crónica de los últimos días figura que Albert Riverano acudirá a una reunión con Pedro Sánchez para hablar sobre la investidura. Que Ciudadanos
se negó a participar en una reunión de los tres socios de su propia
coalición electoral en Navarra, forzando la ridícula situación de que
UPN tuviera que reunirse por separado con el PP y con Cs…¡para suscribir
el mismo documento! Que Villegas y Girauta sabotearon desde Madrid el
acuerdo para el Gobierno de Murcia con sendas declaraciones
deliberadamente provocadoras mientras se ultimaba el acuerdo. Que,
además, rompió estrepitosamente con Manuel Valls y enseñó la puerta de la calle a quienes discrepan (“si no les gusta, que monten otro partido”).
Analizadas
por separado, quizá pueda explicarse cada una de esas actuaciones.
Vistas en conjunto y conectadas con los últimos meses, componen una
imagen de intolerancia impropia de un partido que vino a la política española y se hizo atractivo para mucha gente precisamente por lo contrario.
El nefasto discurso del noesnoísmo, principal aportación de Pedro Sánchez a la cultura política española, ha creado escuela. Albert Rivera
lo ha hecho suyo y convertido en categoría estratégica, extendiéndolo
en todas las direcciones. Es difícil encontrar un partido al que, de uno
u otro modo, Ciudadanos no obsequie estos días con su hostigamiento. Al PSOE, por sanchista. Al PP, por el afán de arrebatarle el mando de la derecha. A Vox, por ser lo que es. A Podemos,
por populista y comunista. A los nacionalistas, porque condensan todos
los males sin mezcla de bien alguno. Desde un fantasioso extremo centro,
el líder naranja ha resucitado la vieja idea de las dos orillas: Ciudadanos ocuparía la orilla de la virtud democrática y todos los demás, la del vicio y el pecado.
Es difícil encontrar un partido al que Ciudadanos no obsequie estos días con su hostigamiento
Más que soberbia o sectarismo, ello muestra la inmadurez de un partido y un líder embutidos en un traje (el de sus ambiciones a corto plazo) que aún les viene grande por varias tallas. También el desconcierto estratégico derivado, por un lado, de sucesivos espejismos que indujeron errores en cadena; y por otro, de la dificultad de metabolizar aquella moción de censura
que cambió por completo el tablero de juego y el juego mismo, haciendo
descarrilar para Ciudadanos un plan que parecía perfecto. (Moraleja: en
la política te haces adulto cuando aprendes a desconfiar de los planes
perfectos).
Rivera construyó su mensaje electoral entero sobre el
sobreactuado juramento de que, aunque se hunda el mundo, no negociará
nada con Sánchez ni con su partido. Para dar verosimilitud a esa
posición (no exenta de motivos), radicalizó el vocabulario y extremó la belicosidad hacia
el PSOE, llegando a negarle su condición de partido constitucional.
Puesto que el mismo anatema lo había lanzado antes contra Podemos,
contra Vox y contra toda la galaxia nacionalista, el autodesignado
repartidor de certificados de constitucionalidad dejó al espacio
constitucional en los puros huesos.
Por
otra parte, Ciudadanos tampoco oculta su diseño de una opa hostil hacia
el Partido Popular. Convencido de que está condenado al declive, ha
hecho causa de enviarlo al desván de la historia y ocupar su lugar al
frente de la derecha. Para ello, ha debido someterse a una severa metamorfosis ideológica, ya que el primer requisito para ejercer el liderazgo de la derecha es hacerse integralmente de derechas. La obsesión de Rivera con el sorpaso al PP
no está lejos de la que en su día se apoderó de Iglesias respecto al
PSOE. Es posible que ambos terminen de la misma manera, convertidos en
satélites de los dos viejos y resistentes partidos a los que quisieron
abatir.
Luego llegó Vox y lo alborotó todo. Ahora Ciudadanos tiene
la vicepresidencia de Andalucía y tendrá la de Castilla y León gracias a
Vox. De la misma manera, Vox ha hecho a Begoña Villacís vicealcaldesa de Madrid, y Aguado
aspira a un puesto similar en esa comunidad. Los pocos alcaldes de
Ciudadanos lo son, en su mayoría, con el respaldo de Vox, que también le
ha abierto las puertas de numerosos gobiernos municipales. Es
insostenible aparentar que no existe o tratar como apestado a un partido
cuyos votos se aprovechan —incuso se exigen— sin escrúpulo alguno.
En Europa hay ejemplos de dos actitudes frente a la extrema derecha populista:
una es bloquear toda colaboración con ella y fortalecer, en cambio, la
concertación de los partidos moderados del centro derecha y el centro
izquierda. La otra, aceptar su colaboración e integrarlos en los
gobiernos conservadores o en sus mayorías parlamentarias.
Rivera ha inventado una original tercera vía: por debajo de la mesa se nutre golosamente de los votos de Vox pero, de cara al tendido, lo envía a la leprosería. Su cordón sanitario a Vox
solo opera de cintura para arriba; de cintura para abajo, funciona más
bien una vergonzante concupiscencia de poder. Es difícil practicar a la
vez la colusión y la colisión con una misma fuerza política. Veremos
hasta dónde puede sostenerse semejante potaje.
Los dirigentes de Vox han elegido Murcia para demostrar que los leprosos también tienen su dignidad. En realidad, casi los obligaron a hacerlo. No puede ser casualidad que en el mismo instante en que se logra el milagro de sentar a los tres partidos de la derecha para
acordar la investidura (dicen los asistentes que las coincidencias eran
ya del 95%), el jefe del aparato de Rivera aparezca en Madrid negando
toda relevancia negociadora a esa reunión y su compadre Girauta
proclame: “Lean mis labios: Ciudadanos no hace acuerdos programáticos
con Vox”. El sabotaje fue descarado: su verdadera finalidad se conocerá
próximamente. Quizás a los socialistas murcianos les haya tocado la
lotería. Mientras, Madrid espera.
Si de verdad Rivera quiere ser el próximo Gil Robles de la derecha española,
antes o después tendrá que admitir que esa derecha tiene varias patas, y
que no conviene tratarlas a patadas porque tras cada una de ellas hay
millones de votantes. Si además quiere aparecer como un político
moderado, tendrá que volver a comportarse como tal. De hecho, Casado ya le ha visto ese flanco y lo está aprovechando.
Lo cierto es que el comportamiento reciente de Ciudadanos y de su líder hacen hoy de ese partido, objetivamente, un agente adicional de inestabilidad y crispación en la desquiciada política española. Justamente lo contrario de lo que figuraba en la etiqueta original.
La naranja se ha vuelto amarga. Algunos quizá lo vean como una
oportunidad. Otros muchos, como el principio del fin de una esperanza.
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