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viernes, 5 de julio de 2019

EL AMOR LÍQUIDO...O EL COMPROMISO

El amor en sí mismo ha sido deconstruido, como todo aquello que de alguna manera define al ser humano como reflejo de un Dios cierto y creador.


























El amor, una de las palabras más manidas, ha perdido el valor de su realidad y origen. 

Está ya tan manoseada que solo se ha quedado para referirnos finamente a tener relaciones sexuales porque sí, esas que solo son deseadas por la pasión. El amor en sí mismo ha sido deconstruido, como todo aquello que de alguna manera define al ser humano como reflejo de un Dios cierto y creador. 

De hecho, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, lo que significa que estamos dotados de características espirituales como el amor y la libertad, que ponen de relieve la inteligencia y la voluntad, potencias que nos hacen poderosos y sobresalientes en la naturaleza.

El problema es que cuando el amor y la libertad se convierten en deseo y libertinaje, la voluntad y la inteligencia quedan supeditadas exclusivamente a las pasiones naturales del hombre y nos llevan de alguna forma a animalizar nuestras formas y el fondo, que se autojustifica para no romper el frágil frasco de la felicidad. Pero si hay algo destruido es el amor, y cuando hay falta de amor hay sobreabundacía de odio y desprecio por los demás, empezando por Dios, porque ya no nos es útil, y terminando con nosotros mismos, inundados del ponzoñoso nihilismo.

Empecemos por el principio: el amor puro. Es esa forma de sentir y desear por el prójimo, no por nosotros mismos. La forma más elevada del amor puro es la de amar a Dios, al que nos debemos como criaturas predilectas, a las que por su amor puro entregó a su Hijo para rescatarnos, hiciéramos o no caso. Y es que el amor, por naturaleza, es compromiso y Dios no puede contradecirse. Un compromiso que implica a la vida, aunque a veces nos la complique. 


Pero el amor puro es como es, que es dar sin esperar. Precisamente por eso, el posmodernismo ha destruido el amor, quizá no de manera directa, pero sí por la imposición del relativismo, que solo ha propiciado un amor líquido que solo se ajusta a las circunstancias que nos interesan. Se amoldan nuestros intereses porque el relativismo, padre del individualismo nihilista, ha propiciado la idea del toma y daca, del positivismo pragmático, es decir, el esfuerzo siempre compensado. 

Este fenómeno ha calado profundamente en occidente y explica entonces las rupturas matrimoniales, la falta de vocaciones o la infidelidad ética profesional. Todos los casos esperan con los brazos abiertos a un nuevo postor que dé más y mejor por menos. Además, la sociedad está compuesta de leyes que ayudan a que todo sea así: divorcio express, aborto, custodia compartida... 

Y el planteamiento que impulsan todas estas leyes no puede ser más puritano, porque lucha por una supuesta hipocresía de que "cuando no hay amor, es mejor dejarlo".

La deconstrucción del amor absoluta se da cuando desalojamos la parte espiritual, que es lo que lo hace verdadero, y nos quedamos solo con la parte material, es decir, nada más con lo palpable, lo que se ve, lo que se siente. 

El amor materializado justifica que se ame más el dinero que a las personas, por eso la prostitución se justifica o se mira para otro lado; el amor materializado justifica la producción industrial y no importa contar con la explotación de mano barata del tercer mundo; o la materialización del amor admite contar que el Estado es lo importante y las personas súbditos suyos. 

La obra humana no tiene sentido sin amor, porque el amor es creador, es el motor espiritual que nos hace sobresalientes en la evolución de la especie humana. Sin amor no hay verdaderos hombres y mujeres. Sin amor damos la razón a Thomas Hobbes: el hombre es lobo para el hombre.

Hoy en día, el máximo exponente de la deconstrucción del amor, o la creación del amor líquido, es la ideología de género, que pretende unificar a la sociedad, en vez de admitir individuos con identidad, con la complementariedad necesaria que enriquece a la persona allí en donde esté. 

La ideología de género es la herramienta útil, globalista y paradigmática del ser plano, sin sentimientos unívocos, con amores líquidos, bizcochables, asumidos, acríticos. Una sociedad que se hunde en su misma libertad, con la voluntad languidecida porque no hay nada por lo que luchar, porque solo vale sentir, porque la razón ya solo es el deseo biológico que demanda el cuerpo.

El final de los tiempos (Sekotia) de José Javier Esparza. Obra distópica e intensa sobre una visión futura de la sociedad, pero que desgraciadamente ya se parece demasiado a la actual. Un mundo donde los grandes dirigentes dominan el mundo y donde el mundo está cómodo con esa dictadura de la voluntad porque han concedido su libertad a cambio de que ellos no tengan qué pensar en el mañana. Un mundo donde aterra la muerte a la que durante la vida se le ha dado la espalda.

Solo el amor crea (Rialp) de Fabio Rosini. La obra es un ensayo en el que el autor se empeña en huir de los tópicos sentimentaloides sobre el amor y centra su discurso en el valor real del amor y su puesta en marcha que es la misericordia, que nada tiene que ver con apetencias, estados de ánimo o sentimientos dulzones. Amar, como hemos dicho, es dolor o estar dispuesto a él. Es compromiso con los demás, es mirar a Dios y dar sentido a nuestra vida.

La ideología de género (Libros Libres) de Jesús Trillo-Figueroa. De este ensayista ya hablamos recientemente de otro libro suyo, pero en esta ocasión viene que ni pintado porque el tema central del libro, el propio título. Esa ideología loca y enloquecedora que el autor trata con rotundidad de cómo se impone desde la política y las instituciones para que cale en la sociedad, ya sea por por mimetismo o imposición a través de leyes que obligan a la más mínima objeción de conciencia ciudadana. Obra imprescindible para conocer y debatir con argumentos sólidos la imposición homosexualista o la aparición del feminismo radical que nada tienen que ver con las reivindicaciones de igualdad social de las mujeres.


                                                                   Humberto Pérez-Tomé
                                                                   Vía Hispanidad

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