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viernes, 19 de julio de 2019
Sánchez descubre en su cama al mismísimo diablo
La caracterización que Sánchez hizo
ayer de Iglesias –extensiva, lo admita o no, a Podemos en su conjunto-
es tan veraz como, en su caso, cínica
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante una entrevista con La Sexta TV. (EFE)
Sostiene ahora Sánchez que no admite a Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros porque necesita un vicepresidente (o un ministro, se entiende) que esté dispuesto a defender la democracia española.
Porque, según él, existen entre ellos “discrepancias abismales” sobre
las cuestiones esenciales del Estado en general y del Estado de derecho
en particular. Porque Iglesias
no controla a su partido ni garantiza el comportamiento de sus
dirigentes. Porque no es de recibo que alguien pretenda entrar en un
Gobierno con la declarada intención de vigilar políticamente a su propio
presidente.
Es decir: hoy los españoles hemos conocido que, para el candidato Sánchez, Iglesias no está comprometido con la defensa de la democracia,
no es de fiar en cuanto a los fundamentos de la Constitución y del
Estado, carece de autoridad y control sobre su propio partido y no
pretende entrar en el Gobierno para contribuir a la tarea colectiva,
sino para ejercer de comisario político.
Es difícil encontrar una descalificación política y personal más
completa y acabada de un supuesto aliado. Sobre todo porque son
'dicterios ad personam', que se aplican específicamente al individuo
Iglesias. Solo así se entiende que, en el mismo discurso, Sánchez haga
compatible semejante diatriba hacia Iglesias con la presencia en el
Gobierno de otros miembros cualificados de Podemos,
y que mantenga expresamente la consideración de ese partido como “socio
preferente” a todos los efectos -excepto al de compartir poder con su
líder-.
Al parecer, la presencia en el Gobierno de otros miembros
de UP no pondría en peligro la defensa de la democracia, los fundamentos
del Estado, la lealtad institucional o la cohesión del Ejecutivo. El obstáculo tiene nombre y apellido.
Así pues, sucede una de estas dos cosas: a) que Sánchez espera que los
ministros de Podemos se desvinculen de las instrucciones de su
secretario general; o b) que lo que realmente teme de la presencia de
Iglesias en el Gobierno no es su vigilancia ni sus discrepancias, sino
su competencia (en el sentido de competidor).
Lo tramposo del
argumento saltaría a la vista si Iglesias respondiera presentando un
catálogo de ministrables del siguiente tenor: Irene Montero, Alberto
Garzón, Pablo Echenique, Juan Carlos Monedero, Teresa Rodríguez.
Entonces veríamos extenderse al instante la mancha de lepra que, en el
sermón de ayer, solo contaminaba a Iglesias.
El caso es que Sánchez tiene razón. Pablo Iglesias en el Gobierno –igual que cualquier otro de los nombres citados- sería una bomba de relojería y un peligro para el país. Precisamente por eso los principales dirigentes de su partido (cuando el PSOE
tenía dirigentes, en plural) tuvieron que frenarlo por las malas hace
tres años. Luego él derrotó a todos, fulminó a unos cuantos y transformó
a los demás en serviles cortesanos.
Lo
asombroso es que el candidato a presidente se haya enterado de todos
esos rasgos inhabilitantes del líder de Podemos días antes de su
investidura
Lo asombroso es que el candidato a presidente se haya enterado de todos esos rasgos inhabilitantes
del líder de Podemos tres días antes de su investidura. ¿Desde cuándo
sabemos los españoles que Pablo Iglesias defiende el derecho de
autodeterminación, considera presos políticos a los insurrectos
procesados por rebelión, propugna el derrocamiento de la Monarquía, se
opone a las políticas económicas de Bruselas, descree de la Constitución
del 78 y patrocina regímenes como los de Venezuela, Cuba o Irán? ¿Dónde
ha estado Pedro Sánchez durante estos cinco años?
La
caracterización que Sánchez hizo ayer de Iglesias –extensiva, lo admita o
no, a Podemos en su conjunto- es tan veraz como, en su caso, cínica. Él
alcanzó el poder gracias al apoyo de Iglesias y a sus
gestiones con los independentistas. Lo declaró públicamente como su
socio preferente, rompiendo el frente constitucional. Gobernó durante 10
meses con su respaldo, planteando una política frentista que dividió en
dos a la Cámara y al país. Atrajo a muchos votantes de Podemos
haciéndoles creer que, derrotando al trifachito, se aseguraba el
gobierno común de la izquierda. En la víspera de la elección, declaró
expresamente que no habría inconveniente alguno en compartir el Gobierno
con Podemos. Congeló durante dos meses la negociación sobre el Gobierno
para asegurarse de que Podemos le entregara los gobiernos autonómicos y municipales. Solo entonces descubrió que meter a Pablo Iglesias en el Gobierno constituye nada menos que una amenaza para la democracia.
Sánchez
utilizó a Podemos y a sus seguidores como lanzadera hasta que el aliado
se convirtió en un estorbo para su proyecto de poder personal
Los
electores de la izquierda habrían agradecido que Sánchez les explicara
antes de votar todo lo que manifestó ayer en La Sexta. Lo cierto es que utilizó a Podemos y a sus seguidores como lanzadera hasta que el aliado se convirtió en un estorbo para su proyecto de poder personal. Si esto no es un fraude político, que baje Dios y lo vea.
El actual bloqueo se originó cuando, tras la moción de censura, el nuevo presidente incumplió su compromiso de convocar elecciones y decidió lanzarse a la aventura de sostenerse en el Gobierno con 84 diputados
y el apoyo de Podemos y de los nacionalistas –incluidos los insurrectos
de Cataluña-, con un programa populista y un discurso sectario y
revanchista.
Fue una decisión estratégica nefasta para el país. En esos 10 meses se gestó el bibloquismo
de las elecciones de 2019. Se empujó a la derecha a practicar una
oposición de tierra quemada, rompiendo todos los puentes de comunicación
entre los dos bloques. Se trató como aliados a quienes venían de
consumar en Cataluña un golpe contra la Constitución. Se alimentó, y
después se aprovechó a fondo, la emergencia de Vox.
Tras todo ello, Podemos no
es el socio preferente del PSOE, sino el único que se ha dejado. Con
esta composición del Parlamento, el PSOE no tendría por qué depender del
apoyo de Podemos, ya que hay otras mayorías posibles- Pero con la
política de Sánchez, ya no le queda otro remedio. Ahora se da cuenta de
que enfeudarse políticamente a un partido limítrofe con la Constitución
es muy peligroso (una observación que vale igualmente para Ciudadanos y el PP).
Aznar y González reclaman la vuelta de la centralidad
(no confundir con el centrismo). Les faltó constatar que, en la
dramática experiencia histórica de España, esa centralidad a la que se
refieren necesita décadas para construirse y solo unos meses para
destruirse. Sánchez, Casado y Rivera son la prueba. Los dos expresidentes deben pedir cuentas del destrozo a sus cachorros.
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