Tenemos dos gobiernos con miembros que desbarran en todas las direcciones
ULISES CULEBRO
Publicado hace algo más de un siglo (1911), El Diccionario del Diablo define al rebelde como aquel que auspicia "un nuevo mal gobierno que aún no ha conseguido establecerlo". Su corrosivo compilador, Ambrose Bierce, inspiró a Carlos Fuentes su novela Gringo viejo, agigantando la leyenda de este hiperbólico personaje que se adentró en el México agitado por la revolución. A fines de 1913, remitió una carta a una sobrina en la que, con sarcástico humor, le refería: "Si oyes que me han puesto ante un paredón mexicano y cosido a balazos, piensa, por favor, que es una hermosa manera de despedirse de esta vida: evita la vejez, la enfermedad y que me caiga por la escalera del sótano. Ser un gringo en México, ¡ah!, eso es la eutanasia". Remitida la misiva, nadie volvió a saber de este "hombre muy malentendido", según su propia apreciación.
En "el proponente de un nuevo mal gobierno que aún no ha conseguido establecerlo", pero que va camino de ello, se vislumbra al vicepresidente del Gobierno y caudillo de Podemos, Pablo Iglesias, quien emergió hace un lustro al capitalizar el malestar contra una "casta" a la que hacía exclusiva culpable de la crisis y que hoy él engrosa con gran desenvoltura y cinismo por su parte. Así se lo echaron en cara este miércoles unos alborotadores del denominado Frente Obrero al grito de "fuera vendeobreros de la universidad".
El escrache acaeció en el búnker que Podemos ha fortificado en la Facultad de Políticas de la Complutense, erigida hace años en centro de adoctrinamiento de esta organización neocomunista, así como en legación bolivariana desde la que se apropió del movimiento indignado del 15-M (Mayo de 2011), y donde, como profesor, encabezó una acción similar contra la entonces líder de UPyD, Rosa Díez, en 2010. En comandita con otros podemitas, le impidió hacer uso de ese derecho a la palabra que él reclamaba, esta vez, presentándose como "un modesto reformista" ante los que ahora etiqueta de "fascistas" al sentirse el escrachador escrachado.
A modo de justicia poética, el vicepresidente Iglesias ingirió "el jarabe democrático de los de abajo" que prescribía como docente en base a que "los ciudadanos están hasta el gorro de algunos de sus representantes" y hacía falta que "se viera en los miedos a los ciudadanos". Como formuló el escritor Piotr Tkachov, maestro de Lenin: "El primer paso de la revolución ha de ser eliminar las élites [la casta], tarea que se ha de encomendar a la élite [casta] revolucionaria". Luego, una vez asaltado el cielo, se constituye una "nomenclatura", atendiendo al título del libro que Michael Voslensky, historiador y economista del PCUS, publicó aprovechando un viaje a Viena para quedarse en Occidente.
Vuélvense contra Iglesias, cual bumerán, las armas arrojadizas que lanzaba como puñales contra sus rivales. En realidad, lo que hacía, al recriminar comportamientos ajenos, era ladrar al espejo. Así, tras establecer como circunstancia incapacitante para ser ministro que Luis de Guindos se mercara un ático de 600.000 euros, Iglesias y su pareja, Irene Montero, ministra de Igualdad, en sintonía con la mancomunidad de intereses económicos, familiares y políticos de algunas diarquías populistas del otro lado del Atlántico, se procuraba un lujoso chalé en Galapagar de mayor precio y extensión.
Con su lanzada contra Guindos, Iglesias convertía un hecho privado -el derecho a adquirir la casa de sus sueños- en un asunto público. Si hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacer éste es no despegar los labios, Iglesias ha callado tan poco que exhibe sus incoherencias aunque trate de disimularlas multiplicándolas sin cejar de dar lecciones éticas como el Tartufo de Molière.
Después de presumir de medidas de regeneración, en cuanto a aminoración de sueldos públicos y a limitación de mandatos, ahora los abole, sabedor de que como líder máximo puede "abrir un hoyo bajo los pies de los ingratos" y hacerlos desaparecer de escena por el foso. No era idealismo lo suyo, sino negocios, esto es, meros señuelos, para forjar la nueva casta de los descastados. Nuestro Tartufo, de medirse a sí mismo con igual rasero que a los demás, estaría ya descalificado para desempeñar cualquiera de las multifunciones que se arroga desde que el presidente del insomnio lo incorporó a su Gobierno.
Claro que aquí la mentira y la impostura reinan vigorosas sin que penalice ni cause escarmiento como el que le originó a unos mercaderes venecianos petrificados en estatuas de fachada por engañar a una viuda a la que embaucaron con paños de mala calidad tras decirle "que el Señor convierta mi mano en una piedra en el acto, si lo que digo no es verdad". Y a fe que así ocurrió, con lo que aquellos bribones recibieron tan edificante lección en una ciudad en la que el tradicional recuerdo de la máscara del doctor Peste es reemplazado estos días de calles huérfanas de bullicio y de góndolas varadas por las del doctor Coronavirus.
Asimismo, los adalides de la nueva política añaden a los males de la denostada vieja política, cuyos vicios reeditan sin remilgos, su manifiesta incompetencia. A diferencia de aquello que decía Edmund Burke de que "los sabios aplican sus remedios a los vicios, no a los nombres; a las causas del mal, no a los órganos ocasionales por los que estos actúan", éstos excitan y revuelven los problemas con la comodidad de ser oposición desde el Gobierno, sin que aparezca su resolución por parte alguna. Al contrario, donde proveen su ungüento amarillo se extienden de modo irremisible la corrupción, la violencia y la pobreza. De esta guisa, los lugares donde lo aplican fenecen antes a causa de esos aparentes remedios que de la enfermedad.
Empero, creyendo Sánchez poder atar corto a quien lo anuda a él, Iglesias está logrando imponer su agenda y establecer una bicefalia real en el Gobierno de cohabitación que ya redunda en dolorosas cefaleas y engorrosos quebraderos de cabeza para su principal factótum, aunque éste se haga el ausente tanto en la crisis epidémica del coronavirus como en el que sufre su propio gabinete. Como se ha constatado esta semana de dolores en que todo disparate ha tenido cobijo, esta neuralgia tiene visos de hacerse crónica ante la crisis de convivencia de dos gobiernos en el que, como en el camarote de los hermanos Marx, sus miembros desbarran en todas las direcciones. Cada uno funciona por su cuenta y riesgo, pese a lo dicho por Sánchez de que tendría "varias voces, pero una sola palabra". Si éste pretende que sea la suya, está muy errado. No sabe con quién se la juega aunque parecía saberlo con aquello del "Gobierno del insomnio". Iglesias no va a dejar de jugársela, una vez ha metido cabeza en el Ejecutivo, aunque entrara de cagalástimas.
Conviene no echar en saco roto que un populista, acorde con su naturaleza, siempre actúa como si estuviera en la oposición, aunque ocupe plaza de gobierno. Algo, por lo demás, que Iglesias transparenta al azuzar a los agricultores a apretar, cual Torra dirigiéndose a los CDR. Para ese desdoble de personalidad y de ambivalencia, debe manifestarse insolente y descarado, como si fuera la persona agraviada, cada vez que el líder del "partido de la gente" es despreciado por la gente. Al fin y al cabo, el más grande de los mentirosos puede atraer a una legión de crédulos.
A este respecto, Iglesias no va a dejar de demarrar con insolventes proyectos de ley como el de la supuesta libertad sexual de la ministra Montero, atendiendo a los borradores enmendados por los "machotes" ministros socialistas, según el jotero Echenique, pero cuyo contenido exacto se ignora cinco días después de ser aprobado en teoría en Consejo de Ministros para que Podemos presuma en el Día de la Mujer. Si Iglesias da un paso atrás, es para coger carrerilla y pegar un brinco que le permita saltar varias casillas.
Además, cuando se sienta en apuros o en una difícil encrucijada, tampoco rehusará en disparar por elevación contra la Corona -como hace estos días a propósito de las pesquisas sobre los supuestos negocios de don Juan Carlos y sus cuentas suizas- para auspiciar un cambio de régimen arrastrando al PSOE como hizo el PCE en la II República tras captar a Largo Caballero y a otros conspicuos socialistas. Al igual que Chávez acreditó en Venezuela al valerse de la corrupción como catapulta hacia el poder y luego quedarse con su tráfico para perpetuarse alterando las reglas democráticas hasta pervertirlas, aquí la pieza a cobrar por parte de quienes son corruptos de fábrica, dado de donde proviene su financiación de origen, no es el padre del actual monarca. Con esa artimaña, se ambiciona descoronar al hijo en una confabulación de intereses bastardos contra el mayor periodo de libertad y bienestar de esta España en la que algunos se empeñan en desenterrar el cainismo guerracivilista.
Por eso, esta ofensiva para poner en jaque al Rey, usando la dama negra Corinna Larsen, aúna a todas las fuerzas nacionalistas, sin excepción, que no le perdonan a Felipe VI que, con ocasión del golpe de Estado del 1-O, demostrara estar en su sitio como Jefe de Estado y garante de la integridad territorial de España. Al ser la Corona la clave de arco del sistema constitucional, Don Felipe es la diana en la que confluyen los venablos de quienes -a la sazón, socios de Sánchez- buscan arramblar con la Transición aprovechando la aparición del corinnavirus.
De igual manera que el cambio no siempre es a mejor ni la novedad trae indefectible el progreso, la política carece de capacidad salvífica, pese a esos iluminados guías que se erigen en redentores de fieles a los que esclavizan. Al revés del gato que nunca torna a sentarse en una estufa candente, como observó Mark Twain, el ser humano ratifica pertinaz que no escarmienta y se condena a repetir la historia. Con sólo servirle la vieja política en odres nuevos, adopta como inéditas ideologías que estallaron en la URSS y que hoy consignan idénticos estragos en Venezuela o Cuba. Todo se les disculpa por parte de ciertos sectores hasta registrarse un fenómeno análogo al que Orwell describe en su prólogo ucraniano a Rebelión en la granja. Indignado con el silencio cómplice de la intelligentsia británica con la dictadura soviética, el gran debelador del totalitarismo subraya como en el Reino Unido era más expuesto atacar a Stalin que a Churchill
Viendo enseñorearse a los gerifaltes de Podemos como una nueva casta, tras hacer carrera denostándola al tiempo que rendían culto a las tiranías de los Castro (50 años de dictadura) y Chávez, es una pena que nadie acometa una revisión actualizada de El Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce con las codicias de quienes peroran falsas pócimas y se procuran fortunas ciertas. Por evitar un mal, España puede caer en otro peor saltando de la sartén a las brasas.
Probado que a nadie parecen importarle los hechos, no se quiere ver lo que revertirá en irremediable. Basta escuchar el llanto y rechinar de dientes de los antaño fascinados con las patrañas de Chávez en su irresistible ascensión para luego verle en la Presidencia instaurar una férrea dictadura con un candado tan real -nada alegórico- como los barrotes que recluyen a la disidencia.
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
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