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martes, 17 de marzo de 2020

INTELIGENCIA DEL AMOR


Opinión 

Albert Cortina


La utopía transhumanista nos seduce con la “superinteligencia”, la “superlongevidad” y el “superbienestar”, prometiéndonos “ser dioses” y alcanzar la “inmortalidad cibernética”. Luego llega el coronavirus COVID-19, la Influenza u otros virus y enfermedades y nos sitúan, con toda su crudeza, ante nuestra vulnerabilidad y fragilidad, así como ante nuestra inevitable condición humana mortal.
Discernimiento espiritual contra el coronavirus (COVID-19)
Desde una cosmovisión cristiana, se repite para los hijos de Adán el drama del Edén. La serpiente tentadora se acerca a quien tiene el don de la sabiduría para ofrecerle un conocimiento aparentemente más sutil, una “superinteligencia” que libere a la persona de la humilde sumisión al Creador.
“Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,5).
En vez de dejarse guiar por la luz sobrenatural y recorrer el camino que ella indica, el ser humano desea construirse por sí mismo la visión de la vida y fijar las reglas de una autonomía total. Quiere ser independiente de su Creador y adquirir un saber que él mismo elabora.
No obstante, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Acaso no ha venido al mundo la sabiduría eterna y en medio de nosotros ha puesto su tienda? Sin embargo, ¿cuántos, ya iluminados por la fe, la han abandonado para andar detrás de las fábulas pseudocientíficas y tecnológicas del momento y poner su “salvación” en manos de la distopía que propone la ideología transhumanista/posthumanista?
El discernimiento espiritual es un tema que ha interesado en el pasado, sobre todo a los maestros del espíritu y a los directores espirituales, cuya finalidad no era otra que guiar las almas a lo largo del camino fascinante pero difícil y sinuoso de la perfección.
La capacidad de discernir las cosas del espíritu es un aspecto fundamental de la vida de la fe. Hoy el cristiano (y toda persona de buena voluntad) debe estar especialmente dotado para moverse con seguridad de juicio en un mundo confuso e incierto, lleno de insidias y de engaños. En una vida de fe madura no puede faltar ciertamente este preciosísimo don.
Quien tiene fe, y la alimenta con una vida de gracia, posee ya aquella luz interior gracias a la cual está capacitado para discernir entre la luz y la tiniebla, entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal. Para la cosmovisión cristiana, el ojo del alma, iluminado por el Espíritu Santo, se acrisola cada vez más en las cosas de Dios y el corazón purificado del mal comprende cada vez mejor lo que es sobrenatural, distinguiéndolo de lo que no lo es.
Desde la cosmovisión cristiana, las virtudes teologales son coronadas por los dones del Espíritu Santo, en particular los de sabiduría, consejo y ciencia. Luces divinas infusas que hacen capaz al alma de ver la realidad con los mismos ojos de Dios. Cuando el alma está inmersa en esta luz, se vuelve totalmente sensible a la acción del Espíritu Santo que le guía y le conduce. Recibe gracias especiales de iluminación que le permiten reconocer en sí misma y en los demás la acción de la gracia. Es necesario recorrer este camino espiritual para ser “luz del mundo”.
De este modo, quien tiene discernimiento participa de la sabiduría de Dios. Posee aquella sabiduría que es más valiosa que cualquier bien temporal y que cualquier “singularidad tecnológica” y “mejoramiento humano biotecnológico”. En mi opinión, es precisamente esa sabiduría, esa inteligencia espiritual, esa inteligencia del amor,  la que las personas, de forma especial hoy, no pueden despreciar.
Existen personas cultas pero necias y personas incultas pero sabias. Hasta un niño puede tener más luz que un adulto y una pobre anciana puede ser más sabia que una lumbrera científica. ¿No era acaso Jesús de Nazaret, el más sabio entre los hombres, hijo de José, un humilde carpintero? ¿Dónde aprendió la sabiduría que sacudió y sorprendió a contemporáneos e iluminó los siglos?
Digo todo esto porque la OMS ha hecho pública la declaración de pandemia, la expansión del coronavirus COVID-19, y la sociedad global ha entrado en pánico. ¿Cómo debemos en estas circunstancias utilizar nuestra capacidad de discernimiento espiritual para ser luz del mundo?
A través de un buen amigo mío me llega providencialmente, en estos momentos de incertidumbre general, un magnífico texto titulado El coronavirus, desde la Providencia: llamada al amor creativo cuyo autor es José Granados, superior general de los Discípulos de los Corazones de Jesús y María.
Resalto una frase que creo debería hacernos reflexionar: “Quien vive todo desde la fe en el Creador, también desde la fe en el Creador vive el coronavirus”.
Desde la cosmovisión cristiana, en efecto, no tenemos las respuestas al sufrimiento inocente y sin sentido, pero conocemos a quien si las tiene. Lo conocemos y sabemos invocarle para que nos ayude a todos los seres humanos de buena voluntad a vivir con sentido esta hora incierta. Creer en Dios significa que nuestro “¿por qué?” puede transformarse en un “¿para qué?”
José Granados, citando al papa San Juan Pablo II, nos recuerda que “el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo” (Salvifici Doloris, 30).
Va a ser muy grande el sufrimiento causado por el COVID-19 desgraciadamente las próximas semanas o meses en todo el mundo. También pueden causar  mucho dolor otros virus igualmente peligrosos o incluso más extendidos -como por ejemplo la Influenza– que ya llevan haciendo estragos hace tiempo por distintas zonas del planeta. Igualmente los terribles virus ocultos bajo los hielos de los casquetes polares que se liberarán cuando estos, por efectos del cambio climático, se deshagan. Todos estos sufrimientos están presentes para que se reavive en nosotros el amor.
En el Libro de Job podemos contemplar como Dios convence a Job de su ignorancia. “¡Tú lo sabes! Pues entonces ya habías nacido, y es grande el número de tus días. ¿Has entrado tú en los depósitos de la nieve, o has visto los depósitos del granizo, que he reservado para el tiempo de angustia, para el día de la guerra y de la batalla?” (Job 38: 21-23).
“Hacia ese amor conduce la Providencia todas las cosas. Por eso quien cree en la Providencia no responde con la dejadez o la irresponsabilidad, sino con la inteligencia del amor” nos dice lúcidamente el padre José Granados.
Inteligencia del amor contra el pánico y la desesperanza
Es cierto que este virus es una amenaza para nuestra vida común. Como señala Granados, “por su culpa tenemos miedo a estar juntos, a orar y obrar juntos, nos aislamos. Así el virus nos hiere en el corazón de lo humano, que es la llamada a la comunión. Pero por contraste aprendemos a la vez el gran bien que está amenazado. Pues experimentamos que no tenemos vida si no es vida juntos”.
El virus pues desenmascara la mentira del individualismo y atestigua la belleza del bien común. Hace caer la soberbia de los tecnoentusiastas y de los transhumanistas que creen alcanzable, en un periodo muy cercano, la reversión del envejecimiento, la abolición del sufrimiento e incluso profetizan para los próximos años “la muerte de la muerte” para alcanzar la “salvación” a través de la “inmortalidad cibernética”. ¿Soberbios o ilusos? Seguramente, ambas cosas a la vez. La cosmovisión que quieren implementar a nivel mundial  sigue la vieja tentación del Edén: “Y seréis como dioses”.
En el texto del superior general de los Discípulos de los Corazones de Jesús y María cuyo discernimiento espiritual tanto bien puede hacer en estos momentos para serenar y pacificar nuestros corazones, y de este modo, tomar las medidas necesarias para santificar nuestras almas, se nos recuerda que “despertamos al amor porque sufrimos como propio el sufrimiento y la angustia de los otros... Vienen tiempos duros para muchas familias, para los ancianos, para los más frágiles. Y el dolor acrecentará entre nosotros las obras de amor al prójimo. La dificultad del contacto físico requerirá un amor inteligente, que invente nuevas formas de presencia. Los medios tecnológicos nos ayudarán a expresar esa cercanía y apoyo afectivo que, lejos de contagiar el virus, nos vacunan contra él”.
Desde el humanismo avanzado siempre hemos defendido que las tecnologías deben estar al servicio de las personas y no al revés. Pues bien, tenemos una gran ocasión para demostrarlo en esta situación de pandemia mundial. Como dice un amigo mío: “Love in action”. Tal vez el Espíritu Santo nos pone ante esta situación terrible, de gran tribulación, para empujar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a descubrir el rostro de ese Dios que ha querido responder al sufrimiento no con una teoría, sino con una presencia: sufriendo con nosotros.
Para los cristianos y para todas las personas de buena voluntad, esta pandemia mundial es una excelente ocasión para pensar si queremos volvernos hacia Dios, que es el manantial y cauce de todo Amor y así, de este modo, dejándonos guiar por la luz sobrenatural del Creador y mediante el don de discernimiento espiritual que nos otorga el Espíritu Santo, ser luz  del mundo y evangelizadores de la globalización.
                                                         ALBERT CORTINA
                                                         Publicado en Frontiere. Rivista di Geocultura.
 El

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