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jueves, 12 de marzo de 2020

Por la unidad nacional contra la pandemia

PSOE y PP tienen la mejor ocasión de su historia reciente para sentarse a negociar un plan de Estado


 

JAVIER LIZÓN / EFE



Ha dejado de tener sentido informar de la política, de la economía, de la sociedad española en general al margen del coronavirus. Lo mismo ocurre en otros países: no por nada la OMS ayer reconoció a esta emergencia global la categoría oficial de pandemia. Ante la envergadura del desafío, las categorías tradicionales para enjuiciar la actualidad ceden -y han de ceder- a la necesidad de aunar fuerzas para combatir la peor amenaza para la salud y la prosperidad de los españoles en mucho tiempo. A este propósito deben consagrarse las autoridades políticas tanto como la sociedad civil y el tejido empresarial. Y lo cierto es que, por desgracia, el colosal test de estrés que va a suponer la propagación de esta enfermedad no nos encuentra en las mejores condiciones.
España, empezando por su capital, hoy se halla sumida en plena fase de expansión pandémica. Vienen, como dijo Sánchez, "semanas difíciles", y sabemos ya que su lentitud de reflejos y la histórica irresponsabilidad de alentar las manifestaciones masivas del 8-M -sumada a la irritante persistencia en el error cuando el mismo lunes el Ministerio de Sanidad todavía trataba de oponerse a la decisión de la Comunidad de Madrid de cerrar los colegios- va a hacer más difíciles las próximas semanas de lo que podrían ser. Habrá tiempo de pasar facturas políticas a este Gobierno disfuncional, que no nació de una correlación de fuerzas sino de debilidades y que sobrevive hipotecado por las exigencias de sus coaligados populistas y de sus socios independentistas, razón de que no sea capaz no ya de aprobar unos Presupuestos, sino ni siquiera de redactar un anteproyecto de ley feminista consensuado. Pero la pandemia está aquí y este Gobierno deberá aparcar su obsesión con la propaganda para probarse en la gestión real de una emergencia de primer nivel.
Dicen que toda crisis encierra su oportunidad. Y la crisis del coronavirus podría -debería- obrar el milagro de la superación de la polarización en aras del bien común. Es obvio que el programa económico consensuado por PSOE y Podemos, si ya pecaba de falta de realismo y de demagogia clientelar, ha saltado por los aires. El FMI avisa de que la pandemia golpeará los sectores estratégicos de la economía española como el turismo y la hostelería. Las circunstancias extraordinarias obligan a gastar en medidas que realmente contribuyan a paliar los efectos de la parálisis causada por el virus, y que se beneficien de los fondos europeos anunciados a tal efecto y de una eventual flexibilización del objetivo de déficit; pero al mismo tiempo será inevitable ahorrar en todo aquello que resulte superfluo, incluyendo las partidas programadas por Sánchez para satisfacer la voracidad extorsionadora del nacionalismo. PSOE y PP tienen la mejor ocasión de su historia reciente para sentarse en una mesa de negociación presupuestaria -esta sí, legítima- y acordar juntos un plan de choque y unas cuentas de Estado presididas por el interés general y la sensatez fiscal en tiempos de recesión. Haría falta un grado de sectarismo profundamente desmoralizador para no hacerlo en esta situación.
Parece razonable que las elecciones vascas y gallegas sean suspendidas, pese a la falta de precedentes y el vacío jurídico al respecto. Ni es concebible una campaña sin mítines o reuniones públicas ni es realizable el acto mismo de votar en un colegio sin exponer a los propios votantes. Por lo demás, esta y otras medidas drásticas de aislamiento que están por llegar deben aceptarse con civismo y responsabilidad individual. España se juega mucho en el envite. Los españoles han conocido en las últimas décadas un ensanchamiento sin precedentes de sus derechos; ha llegado la hora de recordar también sus deberes. Los que todo ciudadano contrae con la comunidad a la que pertenece y de la que depende.

                                                                                        EDITORIAL de EL MUNDO
 

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