El superordenador procesa lenta y detenidamente toda la información disponible y llega a la conclusión de que la respuesta definitiva a los grandes interrogantes de la existencia es 42. Sí, el número 42
Imagen promocional de la adaptación televisiva de la Guía del autoestopista galáctico que prepara Disney
En uno de los mejores chistes de la literatura contemporánea, una raza de seres hiperinteligentes y multidimensionales diseña un superordenador llamado “Pensamiento profundo” para que descubra cuál es el sentido de la vida, del universo y de todo lo demás. El superordenador procesa lenta y detenidamente toda la información disponible y llega a la conclusión de que la respuesta definitiva a los grandes interrogantes de la existencia es 42. Sí, el número 42. “Pensamiento profundo” dice a sus creadores que si para ellos eso carece de sentido es porque, en realidad, no saben cuál es la pregunta definitiva acerca de los grandes misterios de estar vivo. El enigma no es tanto la respuesta como la pregunta, les dice.
Ante la perplejidad de sus creadores, “Pensamiento profundo” les ofrece crear un ordenador, si cabe más potente, para descubrir cuál es esa pregunta. Esa sofisticadísima herramienta es el planeta Tierra, y los humanos no somos más que parte del inmenso experimento. La mala suerte hace que unos aburridos burócratas, por un malentendido administrativo, destruyan la Tierra justo antes de que esta llegue a una conclusión acerca de la pregunta cuya respuesta es 42.
A pesar de nuestra preferencia cultural por los números redondos, esta semana toca celebrar nada menos que el 42.º aniversario de 'Guía del autoestopista galáctico. Creación del genial Douglas Adams, el 8 de marzo de 1978 se estrenó en Reino Unido como obra radiofónica y no tardó en convertirse en cinco novelas (tras la muerte prematura de Adams, se le sumó una más escrita por otro autor), una serie de televisión, un videojuego y una película (protagonizada por el “hobbit” Martin Freeman y Zooey Deschanel). Todos esos formatos han llegado a un número inusitado de personas: se calcula que solo de las novelas se han vendido más de catorce millones de ejemplares. En España, las ha publicado la editorial Anagrama. Hay pocas cosas más divertidas en el universo.
Adams cogió los temas propios de la ciencia ficción de la época —el miedo al apocalipsis, las dudas existenciales en entornos hipertecnológicos, la coexistencia de razas pensantes, los conflictos políticos de un universo donde la Tierra es solo un planeta más—, les quitó cualquier clase de solemnidad y los contó con los mejores recursos del humor británico. El presidente galáctico es Zaphod Beeblebrox, un guaperas de tres brazos y dos cabezas cuyo papel político al frente de la galaxia consiste en distraer a la gente para que no preste demasiada atención a quienes de verdad toman las decisiones trascendentales. Hay un robot depresivo que se encarga de trasmitir a sus compañeros de aventuras la posibilidad, siempre cierta, de que todo acabe mal. Arthur Dent, el protagonista terrícola, que antes de convertirse en viajero espacial trabajaba en la radio local de un pueblo inglés, no quiere más que tomar el té tranquilamente y vive con desesperación no ya la consumada destrucción de la Tierra, sino la de sus apacibles costumbres. La otra protagonista terrícola, de la que inevitablemente Dent se enamora, se llama Tricia McMillan, pero adopta el nombre de Trillian Astra porque, quieras que no, suena mejor a la hora de ir en una nave espacial que recorre el espacio. Ah, y el artículo más útil para viajar de manera segura por ese universo es una simple toalla, que a fin de cuentas tiene muchas más utilidades que la de secarse en el baño.
Más allá del divertidísimo humor de las novelas, Adams supo dotarlas de una rara y ligera profundidad
Más allá del divertidísimo humor de las novelas, Adams supo dotarlas de una rara y ligera profundidad. Tal vez sea absurdo pensar que la respuesta a nuestras angustias sea el número 42, pero Adams transmite bien que en la vida quizá lo más importante no sean las respuestas, sino saber hacer las preguntas correctas. La “Guía del autoestopista galáctico”, además del título de la primera novela de la serie, es el de un libro que aparece en el argumento: una obra enciclopédica sobre los diferentes rincones de la galaxia, cuyo fin es informar al visitante de idiomas o costumbres desconocidos, una metáfora elocuente de nuestros miedos ante la vastedad del mundo, y también de la atracción que sentimos por lo desconocido. En algún momento, Dent piensa que el único mensaje que Dios debería transmitir a su creación es “Lamentamos las molestias”. Es posible que la Tierra tan solo sea el experimento caprichoso de una especie obsesionada por dominar el conocimiento existente —tendrán que leer las novelas para saber cuál es esa especie—, pero sus incomodidades se ven superadas por su extraordinaria belleza. Y el lema de la guía original es el mejor consejo para la vida: “Que no cunda el pánico”.
Yo entré en este universo de manera invertida cronológicamente: primero vi la película, luego leí las novelas; más tarde, por curiosidad, escuché los programas de radio. Con motivo del aniversario, la BBC los ha recuperado y ha emitido programas especiales que se pueden oír a través de su web (hay fragmentos de la serie televisiva original en YouTube). Sospecho que cualquier orden es válido para disfrutar es esta extraña y desopilante historia de personas que quieren conocer la verdad de la existencia y, al mismo tiempo, disfrutar de una vida tranquila. Y que, entre viajes interespaciales, idiomas incomprensibles (a no ser que uno se meta un pez traductor en la oreja) y seres extravagantes, descubren que es imposible hacer las dos cosas al mismo tiempo. Eso, aún sabiendo que la respuesta a todo es 42. Hace 42 años de ese descubrimiento. Y esa es exactamente mi edad actual. Me lo repito con frecuencia: “Que no cunda el pánico”. Y me cojo muy fuerte a mi toalla.
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ Vía EL CONFIDENCIAL
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