«The son of man» («El hijo del hombre»), 1946, de Rene Magritte.
“El aburrimiento es la explicación principal de por qué la historia está tan llena de atrocidad”.
Fernando Savater
Fernando Savater
A nivel mundial, existe la sensación que la democracia ya no encarna la esperanza. Se percibe estancada. Existen indicios de que ha iniciado un deterioro que debería encender las alarmas de la rectificación. Los primeros síntomas de dicha enfermedad se observan en una suerte de degradación institucional en medio de la indiferencia ciudadana. Dichos síntomas conforman un síndrome que ha sido bautizado como “posdemocracia” por Colin Crouch:
«El concepto de democracia no ayuda a describir aquellas situaciones en las que el aburrimiento, la frustración y la desilusión han calado tras un momento democrático; cuando poderosos intereses de minorías se han vuelto mucho más activos que la masa de gente común a la hora de lograr que el sistema político trabaje para ellos; cuando las élites políticas han aprendido a gestionar y a manipular las demandas populares; cuando a través de campañas de arriba abajo hay que convencer a la gente de votar». (Posdemocracia, p.35)
Los componentes formales de la democracia sobreviven en la posdemocracia, y aunque no se llegue a negar el conjunto de libertades, el contenido es muy diferente. Existe la amenaza de que el régimen degenere en una farsa protagonizada por titiriteros atrincherados en la maquinaria electoral, y que este impida el paso de fuerzas renovadoras.
Miedo a la libertad
El bloqueo de las fuerzas renovadoras termina produciendo una mortal monotonía en la población. Un tedio que puede ser fácilmente manipulado por ciertos actores políticos. De esta forma, se siembran la semilla para que la posdemocracia se convierta en autoritarismo.
Antes las masas no tenían tiempo para aburrirse. Estaban ocupadas en sobrevivir, pero la industrialización, así como la posindustrialización, han permitido aumentar la productividad y disminuir el esfuerzo humano, lo cual implica mucho tiempo libre, el cual se convierte en ocio.
Jean-Marie Domenach indica que el aburrimiento de las masas es caldo de cultivo para las místicas totalitarias. Las masas se aburren. Los autócratas se nutren de ese aburrimiento. En la Francia del siglo XIX, Napoleón III ofrecía sacar a la gente de su tedio por medio de la promesa de recuperar la gloria del primer Napoleón. No solo los poderosos sueñan, también las clases oprimidas anhelan paraísos utópicos. Así se comienza a acariciar la peligrosa fantasía de tomar el cielo por asalto.
“El socialismo se presenta entonces como un ‘ideal’, como una ‘mística’, antes de ser una filosofía y, con Marx, una doctrina de acción, y lo seguirá siendo en una proporción considerable.” (Domenach, Propaganda política, p. 40).
En Filosofía del tedio, Lars Svendsen nos explica el proceso visto desde la historia de las ideas. Todo comienza con el movimiento romántico del siglo XIX. Dicho movimiento exacerba la proclama de la muerte de Dios. La consecuencia es que el sujeto pierde la trascendencia y queda desamparado en la búsqueda de un sentido de la vida que debe construir por sí mismo, pero que no logra edificar. De esta forma, para el hombre extraviado en la inmanencia, la vida cotidiana se convierte en una prisión. Hay que agregar que dicho prisionero busca escapar por medio de los cantos de sirena totalitarios.
El aburrimiento del futuro
Además de ser un gran maestro de la ciencia ficción literaria, Isaac Asimov hizo ejercicios futurológicos sorprendentes. En 1964 escribió un artículo donde predijo cómo sería el mundo dentro de cincuenta años, es decir, en 2014. Asimov imaginó un futuro en el que el hombre se encontraría rodeado de avances tecnológicos, como televisores en tres dimensiones, paredes y techos luminosos o comunicaciones audiovisuales. Acertó en muchas de esas predicciones tecnológicas, pero también lanzó una oscura profecía sobre la psicología de ese hombre del porvenir.
“Aun así, la humanidad padecerá una grave enfermedad, el aburrimiento, una enfermedad que se expande y crece más y más cada año. Esto tendrá serias consecuencias mentales, emocionales y sociológicas, y me atrevo a decir que la psiquiatría será de lejos la especialidad médica más importante para el año 2014. Los pocos que tengan la suerte de estar envueltos en cualquier tipo de trabajo creativo serán la élite de la humanidad, solo ellos harán algo más que servir a una máquina.” (Asimov: Una visita a la Feria Mundial de 2014).
Las predicciones de Asimov se basan en el crecimiento de la sociedad de la información, y en consecuencia, en los efectos de los nuevos entornos mediáticos sobre el deseo. Esto lo confirma por Orrin Klapp, quien exploró el impacto de la información en la calidad de vida de la cultura contemporánea. En su libro Overload and Boredom: Essays on the Quality of Life in the Information Society, Klapp argumenta que la sociedad de la información se ha vuelto aburrida a pesar de sí misma. Sostiene que la inundación constante de información ha llevado a nada menos que la pérdida de significado. La redundancia y el ruido, afirma el autor, han reemplazado la resonancia y la variedad en el mundo moderno. La sociedad de la información se ha vuelto entrópica en lugar de progresiva y ha resultado en un déficit en la calidad de vida.
¿Puede el ocio ser virtuoso?
Desde el punto de vista existencial, el aburrimiento es síntoma de la perdida de la dimensión trascendente del ser humano. Se ha caído en el tiempo y se ha olvidado la eternidad.
Joseph Pieper nos explica que el ocio tiene dos significados. En primer lugar, el ocio inmanente, el cual está dentro del tiempo, y, en consecuencia, da lugar al aburrimiento, el entretenimiento vacío, y, finalmente, al vicio.
El afán de entretenimiento nos hace olvidar al segundo significado del ocio, el trascendente, es decir, el tiempo libre para ponernos en contacto con la eternidad, así como con nuestra esencia íntima. En este caso, el ocio es la oportunidad para realizarnos como personas.
Solo teniendo en cuenta ese doble significado, se puede comprender la afirmación paradójica de Pieper: “No puede aburrirse sino aquel a quien falta el ánimo para el ocio”. (El ocio y la vida intelectual, p. 70).
La distinción entre dos tipos de ocio supone la distinción entre dos tipos de realidad: la apariencial y la verdadera. El gran desafío existencial es saber diferenciar. Es fácil equivocarse. Por eso, la realidad apariencial es donde se extravían las masas.
“Pensamos en esa misma realidad inflada y vacía de las cosas atrayentes que nace de la incapacidad de pensamiento y de sosiego, de reflexión y de ocio, y que por eso pide siempre novedades, que solo sirven para aquietar vanamente el aburrimiento público y que siempre tienen el aplauso y la participación de la multitud.” (Pieper: El ocio y la vida intelectual, p. 210).
Ese mundo apariencial está constituido por la realidad mediática, los deportes circenses, las novedades de la moda y los chismes de farándula. A esto se agrega las nuevas formas de matar el tiempo, como los videojuegos y las omnipresentes redes sociales. Siempre ha habido está distinción, pero las nuevas tecnologías, más el mayor tiempo libre, han hecho que nuestra época se vea en un peligro mayor con respecto a otras eras del pasado. Nunca la caverna platónica había ampliado tanto sus tentáculos.
Ese obscuro objeto del deseo
Si la era posmoderna tiene por infraestructura a la sociedad de la información, nos encontramos que el sujeto de esta era está caracterizado por estar sumido en la cultura del ocio; en consecuencia, su principal pulsión es procurarse divertimentos para matar el tiempo superfluo.
En otras palabras, el sujeto posmoderno está atrapado en la trampa del tedio vital, la cual solo puede ser evadida por medio de una constante búsqueda de estímulos sensoriales, lo único que parece resultar estimulante.
Pieper afirma: “También la hermana de la inquietud, la desesperación, alza su rostro de muerte.” (El ocio y la vida intelectual, p. 70). El significado trascedente del ocio nos lleva hacia las cosas importantes de la vida. Por otra parte, el ocio inmanente nos hace caer en la superficialidad, y eso nos conduce al vacío existencial.
La pérdida de la trascendencia tiene como resultado la desesperación, esa agonía que produce la ruptura de la verdadera comunión con nosotros mismos y con los demás. Eso implica que la relación con los semejantes no puede ser amorosa, sino agresiva. Por lo tanto, no es de extrañar tanta violencia gratuita en los medios y en el entretenimiento. En esta línea de pensamiento, Sartre glorifica el amor que desemboca en el sadomasoquismo. Por el contrario, Hannah Arendt nos alerta que la superficialidad y la desesperación conducen al fenómeno de la banalidad del mal.
La caída de la Unión Soviética y el desprestigio del comunismo, han dejado el terreno libre a un liberalismo político desprovisto de confianza y objetivos. Para evitar los peligros de la posdemocracia, el desafío de los líderes radica en recuperar el principio de la esperanza.
No hay lugar para el aburrimiento y la desesperación cuando se lucha por los valores democráticos al amparo de los principios éticos. Esto requiere una transformación espiritual. Lo confirma las palabras de Mahatma Gandhi: «El espíritu de la democracia no es una cosa mecánica que se ajusta por la abolición de formas. Se requiere un cambio de corazón».
Vía el blog PRODAVINCI
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