La obsesión de la cúpula de la UE y de los gobiernos nacionales es que no se repita lo sucedido en 2015. Y ese encasillamiento provoca que los escándalos morales tengan poco efecto
Un inmigrante en la frontera entre Turquía y Grecia. (Reuters)
El novelista Philip Roth escribió que la historia, aunque parezca un proceso a largo plazo, suele ser muy repentina. Los europeos entendieron muy bien el significado de esta frase en 2015, cuando de repente cientos de miles de inmigrantes consiguieron entrar en el continente. Y, desde entonces, cualquier tensión en la frontera de la UE lleva a establecer rápidas comparaciones con aquella crisis de los refugiados.
Con la explícita intención de que no se repita lo sucedido en 2015, el martes pasado las principales autoridades de la Unión Europea —Ursula von der Leyen, David Sassoli y Charles Michel— fueron a la frontera de Turquía con Grecia. Allí, miles de refugiados intentaban cruzar hacia Europa después de que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, levantara los controles y les permitiera el paso. La apertura de la frontera era una represalia porque la UE no había apoyado a Turquía después de que más de treinta soldados turcos fallecieran en Idlib, una provincia de Siria, bombardeados por el ejército del país.
Las autoridades griegas estaban desbordadas y sus fuerzas de seguridad trataban a los refugiados como delincuentes peligrosos, aunque muchos fueran acompañados de niños. “Es importante estar hoy aquí con vosotros y deciros que las preocupaciones de Grecia son nuestras preocupaciones”, dijo von der Leyen dirigiéndose a las autoridades griegas. “Como europea, hoy estoy aquí a vuestro lado". La UE ya ha prometido 700 millones de euros a Grecia y ha aportado barcos y helicópteros para frenar la llegada de refugiados. Hasta el momento han entrado 24.000 personas.
El pasado es el presente
La obsesión de la cúpula de la UE y de los gobiernos nacionales es que no se repita lo sucedido en 2015. Ese año, más de un millón de refugiados que huían de la violencia en Siria, Afganistán, Irak y otros países llegaron a Europa a través de Turquía, Albania, Grecia e Italia, principalmente. Angela Merkel concedió asilo a muchos de ellos en Alemania, lo que provocó un enorme conflicto político que dio pie al auge de la derecha autoritaria de Alternativa por Alemania.
Italia, donde durante ese año y el siguiente se produjo un goteo constante de migrantes que llegaban por mar, se sintió abandonada por la UE; en las siguientes elecciones, en 2018, la Liga de Salvini se convirtió en el principal partido de la derecha italiana. Hungría se negó a aceptar la cuota de refugiados asignada por la UE y el partido gobernante, el Fidesz de Viktor Orbán, convirtió el rechazo a la inmigración y la conservación de lo que llama “cultura cristiana” en su máximo emblema ideológico.
En 2015, en Europa se estaba cerrando la crisis del euro —aunque seguía abierta en Grecia, que tuvo que crear improvisados campos para los refugiados— cuando sobrevino este nuevo 'shock', que mezclaba cuestiones morales, logísticas e identitarias. Y que con el tiempo marcó más el destino político de la UE que la propia crisis económica.
“Mayorías ansiosas temen que los extranjeros estén apoderándose de sus países y amenazando su forma de vida, y están convencidas de que la crisis actual está provocada por una conspiración entre élites de mentalidad cosmopolita e inmigrantes de mentalidad tribal”, escribió Iván Krastev, el intelectual búlgaro que ha comprendido mejor que nadie las ansiedades de la Europa posterior a estas dos grandes crisis.
Hoy las dos crisis que conviven son la del coronavirus y la de los refugiados. Y la UE no quiere repetir los errores de 2015. En 2016, la entrada de refugiados se frenó drásticamente gracias, en parte, a un acuerdo con Turquía: la UE entregaría 6.000 millones de euros al Gobierno de Erdogan para que se hiciera cargo de los refugiados y, a cambio, este no les permitiría pasar a Europa. Ahora, lo que pide Erdogan para volver a contener el flujo de migrantes es el apoyo de la UE en la guerra de Siria, que enfrenta a Turquía con Rusia. Moscú está del lado de Bashar al-Asad, el dictador del país desde 2000.
El precio del chantaje de Turquía
El primer ministro de Grecia, Kyriakos Mitsotakis, dijo el martes: “Esto ya no es un problema de refugiados. Esto es un escandaloso intento de Turquía de utilizar a gente desesperada para promover sus intereses geopolíticos […]. Las decenas de miles de personas que intentaron entrar en Grecia en los últimos días no procedían de Idlib sino que han estado viviendo en Turquía durante mucho tiempo”. Pero la UE no quiere repetir la estrategia de pagar a Erdogan, al menos no por ahora.
Entonces, ¿qué debe hacer? Von der Leyen afirmó al tomar posesión de su cargo que la Comisión comprendía la necesidad de desempeñar una estrategia geopolítica en un mundo que se está volviendo a dividir en bloques. Eso significaría decidir una estrategia en Siria y apostar por ella, incluso si eso supone implicarse militarmente y enfrentarse de manera explícita a Rusia. Pero es muy improbable que la UE dé ese paso. Incluso los más críticos con la política de rechazo de los refugiados rehuyen esa posibilidad.
Otra opción sería, simplemente, acoger a los refugiados de acuerdo con la legislación vigente y dedicar recursos a su integración. Pero, como decía, si las autoridades de la UE tienen un objetivo claro es no repetir el caos de 2015 y provocar un nuevo auge del autoritarismo contrario a la inmigración, que hoy está mejor articulado que entonces y cuyo discurso ya ha contagiado a buena parte del espectro político.
En su visita a Grecia, las autoridades europeas dejaron claro que la frontera de Grecia con Turquía es también una frontera exterior de la UE y que van a protegerla. Esa, parece, será su única estrategia. Gerlad Knaus, presidente del think tank European Stability Initiative, que ayudó a cerrar el acuerdo con Erdogan en 2016, afirmó que “esto es el sueño de Donald Trump y es la Unión Europea la que lo está llevando a cabo. Este podría ser el año en el que muera el apoyo de la UE a la Convención sobre los Refugiados de Naciones Unidas”.
Eso sería una desgracia. Pero cuesta imaginar a una UE unida en torno a otra alternativa. Y las apelaciones a las obligaciones morales volverán a fracasar, como con frecuencia lo hacen en política. Sea como sea, hoy resulta un poco menos creíble que la UE tenga intención real de ser una fuerza geopolítica, una que cuando sea necesario se enfrente, no ya a grandes potencias como Estados Unidos o China, sino a tiranías medianas como Turquía o Rusia.
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ Vía EL CONFIDENCIAL
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