El error de Sánchez de aplazar a hoy la alarma se suma a la reacción tardía, la insolvencia y la descoordinación con las CCAA
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciando que se decretará el estado de alarma. EFE
Un mes después de que la epidemia hiciera su aparición en España y cuando la cifra de contagiados ya supera los 4.000, Pedro Sánchez anunció este viernes que decreta el estado de alarma en todo el país para combatir el coronavirus. Se trata de una medida constitucional, reglada y acorde al riesgo para la salud pública que entraña una pandemia de estas características. Este periódico ya advirtió este viernes de la necesidad imperiosa de recurrir a los instrumentos que contemplan las previsiones constitucionales para frenar la expansión de la enfermedad. El problema es que esta medida llega tarde y mal, teniendo en cuenta que el presidente del Gobierno pospuso la aprobación del decreto que la desarrolla al Consejo de Ministros de este sábado. Lo hace forzado a raíz de la extensión de la epidemia, la inquietud social desatada y la asunción de medidas más contundentes -como la declaración de emergencia en el País Vasco- a escala autonómica. El Gobierno ha pasado en apenas cinco días de jalear la asistencia a la manifestación del 8-M -pese a que la UE desaconsejó multitudes seis días antes- a pedirle a la población que se quede en casa y limite al máximo el contacto social. El estado de alerta llega, además, después de que Sánchez presentara un plan de choque insuficiente para mitigar el golpe que ya está notando la economía. La gestión de la crisis del coronavirus está revelando las carencias de un Ejecutivo de coalición bisoño y sin solidez. La improvisación y la incompetencia que muestra Sánchez eleva la incertidumbre entre una ciudadanía desconcertada y asustada.
Resulta desesperanzador para la ciudadanía la descoordinación entre el Estado y las comunidades autónomas
Hemos repetido durante los últimos días la exigencia de unidad frente al coronavirus. Ello no es óbice para evaluar de forma crítica la labor de un Ejecutivo desbordado que envía señales contradictorias sin apenas solución de continuidad. El PP, aunque reprochó la tardanza en la adopción de iniciativas, garantizó su apoyo a la declaración del estado de alarma. Sánchez debería convocar a un acuerdo de país, con reflejo en un plan de Estado sanitario y en la elaboración de unos Presupuestos capaces de inyectar liquidez y salvar la actividad productiva. Todo ello se vuelve cada día más urgente como consecuencia del agravamiento de la crisis. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró este viernes a Europa el epicentro de la pandemia. España es, después de Italia, el país europeo que registra la tasa de mortalidad más alta, afectando de forma especial a personas mayores o con patologías severas previas. Las previsiones del Gobierno es que la semana que viene haya 10.000 afectados en nuestro país. Ante esta coyuntura, y teniendo la oportunidad de aprender de los errores de países como China o Italia, no se entiende la dilación en la toma de medidas y la insistencia de las últimas en restar importancia a la virulencia del desafío. De igual manera, resulta desesperanzador para la ciudadanía la descoordinación entre el Estado y las comunidades autónomas a la hora de dar los pasos adecuados. Mientras la Comunidad de Madrid decretó el cierre de establecimientos de hostelería, Murcia ordenó el confinamiento y Cataluña aisló a varias localidades, una medida de dudoso encaje constitucional. Sánchez tiene ahora el reto de gestionar el estado de alarma con la eficacia que hasta ahora no ha demostrado. La ley permite al Gobierno, con la modulación que considere necesaria, tomar las riendas para restablecer la normalidad, restringir los movimientos, articular un mando único y hacer un uso especial y temporal de los recursos tanto públicos como privados. Si se extendiera más de 15 días, precisaría de la autorización del Congreso para alargarlo, extremo asegurado tras confirmar Casado su respaldo. Sánchez tiene la obligación de ser transparente y adoptar medidas contundentes y con determinación. Solo así podrá frenarse la propaganción de la epidemia y, de esta forma, evitar el colapso de los servicios públicos.
Los líderes políticos no se forjan en la prosperidad, sino en la tragedia. Merkel no ha minimizado la gravedad de la pandemia del coronavirus y Macron ha propuesto a la UE reforzar el control del espacio Schengen e incluso cerrar fronteras en zonas de riesgo. Trump declaró la emergencia nacional. Sánchez, con un mensaje sobrio rayano en el sollozo, se dirigió a los españoles como "compatriotas" pero no logró infundir confianza en su declaración institucional de este viernes. Hace falta coraje y convicción, además de elevadas dosis de solvencia política. España necesita saber que quien está al mando no es un presidente que va por detrás de los acontecimientos, sino un líder que no titubea ni para explicar a los ciudadanos la realidad en toda su crudeza ni para ejecutar las medidas oportunas -por muy duras que sean- al amparo de la legislación vigente.
EDITORIAL de EL MUNDO
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