No hay una única respuesta a esa pregunta. La manera corta de contestarla es: en su televisor, es el presidente del Gobierno, y los presidentes y jefes de Gobierno del resto de Estados miembros
Bandera europea, durante una manifestación pro-UE en Londres. (Reuters)
¿Dónde está Europa? Esa ha sido una de las preguntas más repetidas por muchos ciudadanos, observadores y analistas durante las últimas semanas a medida que la crisis del coronavirus se iba desarrollando con todo su potencial.
No hay una única respuesta a esa pregunta. La manera corta de contestarla es: en su televisor, es el presidente del Gobierno, y los presidentes y jefes de Gobierno del resto de Estados miembros. La parálisis europea es la suma de la inacción de los 27 países que componen el club. Aunque se les ha podido acusar de cierta lentitud o torpeza en las últimas semanas, las instituciones europeas ya han pisado el acelerador. Quien no lo ha hecho han sido los jefes de Estado y de Gobierno reunidos en el Consejo Europeo.
Descoordinación nacional
La torpeza y falta de cooperación han llegado desde los asuntos más simples y aparentemente fáciles de acordar hasta los temas más complejos. Las capitales y sus expertos fueron incapaces de coordinarse de manera efectiva en los primeros compases de la enfermedad, ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo en los criterios para detectar el virus en los grupos de trabajo del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades. Los técnicos europeos, ante la falta de intercambio de información, no eran capaces ni siquiera de contestar qué países estaban realizando controles y qué tipo de controles.
La UE, como ente complejo y gaseoso, cuyas instituciones afrontan esta situación sin competencias en materia sanitaria, es, en cualquier caso, la señalada como culpable por esa falta de coordinación. Pero la realidad es que es mayoritariamente culpa de los Estados miembros. Han sido las capitales las que se han negado a mostrar una solidaridad real con Italia, las que no respondieron, ni una, a la llamada de la Comisión Europea para prestar apoyo a las autoridades italianas, las que no han enviado doctores ni ayuda. Fueron Francia y Alemania las que, en plena crisis con una Italia que necesitaba material médico urgente, decidieron prohibir a sus firmas las exportaciones de dicho material a otros socios europeos. Concluyendo: han sido los Estados miembros los que han golpeado y resquebrajado la solidaridad europea, uno de los principales valores europeos.
Solo ahora, semanas tarde y tras días de una imagen de egoísmo total, Italia ha recibido “importantes suministros médicos” por parte de Alemania. “No lo olvidaremos”, ha escrito el ministro italiano de Salud. Pero más allá de estos gestos, sigue sin haber un mensaje de solidaridad europea real bien asentado. En un discurso histórico este pasado miércoles, la canciller alemana no mencionó ni una ocasión Europa ni el resto de socios.
Esa desconfianza, el “sálvese quien pueda”, esa actitud egoísta que durante los últimos días han mostrado las capitales ha recordado a lo peor de la crisis económica y del euro, a los peores sentimientos de la crisis migratoria de 2015. Muchos, conscientes de que la Comisión Europea poco podía hacer en estas circunstancias, se han preguntado dónde estaba al menos el liderazgo moral y político de Bruselas.
Falta de liderazgo
Hay consenso en la capital comunitaria en que a la Comisión Europea le ha faltado garra política en los últimos días, liderazgo moral, un mensaje más alto y más claro que implicara a los Estados miembros. Lo cierto es que aquí, otra vez, la culpa vuelve a las capitales, a los jefes de Estado y de Gobierno. Si Ursula von der Leyen tenía una cualidad cuando fue elegida presidenta de la Comisión Europea por parte de los líderes es que la alemana parecía cumplir con todos los requisitos para construir un Ejecutivo comunitario que trabajara para los Estados miembros y sus prioridades, no para ser política y perseguir una agenda europea que, en ocasiones, genere incomodidad en las capitales.
Tras cinco años de Jean-Claude Juncker, un líder irreverente y carismático que también cometió muchos errores, pero que utilizó su rol para contrarrestar a las capitales en muchos aspectos, los jefes de Estado y de Gobierno querían alguien que montara menos ruido. Y es lo que han tenido. Von der Leyen ha podido ser lenta, no ha empujado a los países a actuar y no ha sido política en la crítica a las capitales por su falta de solidaridad porque cumple con lo que los líderes esperaban de ella. De nuevo, la UE es, en última instancia, su voto en las elecciones nacionales.
Pero incluso así, con un liderazgo débil y demasiado a disposición de la voluntad de las capitales, el Ejecutivo comunitario se ha movido y lo ha hecho relativamente. Durante el último fin de semana Thierry Breton, comisario de Mercado Interior, logró que Alemania y Francia levantaran el veto sobre las exportaciones de material médico, y los técnicos de la Comisión Europea ha rebañado el presupuesto europeo para sacar 37.000 millones de euros no ejecutados que Bruselas enviará a las capitales para hacer frente a las consecuencias del virus, para invertir en sanidad y paliar los efectos sobre el mercado laboral. España recibirá más de 4.000 millones de euros de ese fondo. Bruselas está yendo tan lejos como puede.
Pero es cierto que a Von der Leyen le falta capital político y autoridad, la situación es caótica, evoluciona cada día y en estas circunstancias las capitales no están escuchando a Bruselas. El mejor ejemplo es el cierre de fronteras. La presidenta de la Comisión Europea aseguró que cerrar las fronteras internas de la Unión no era una medida efectiva, y solo horas después países como Dinamarca o Polonia anunciaron controles, y se sumó Alemania durante el fin de semana.
Este lunes, Von der Leyen, en esa voluntad por moverse, por ser efectiva, anunciaba una propuesta de la Comisión Europea para cerrar las fronteras exteriores de la UE con el objetivo de evitar que se continuaran cerrando fronteras internas de la Unión para así salvar Schengen, la libertad de movimiento y el Mercado Interior, para prevenir que haya cortes en las cadenas de suministro y que, por ejemplo, pueda producirse desabastecimiento en las tiendas. La respuesta: España cerró fronteras con Portugal y Francia solo unos minutos después del anuncio.
“Se ha sido un poco injusto con la Comisión, que, si no ha estado liderando, ha estado a la altura de las circunstancias, dentro de sus limitadas capacidades”, señala Enrique Feás, investigador del Real Instituto Elcano, aunque admite que Von der Leyen, al menos hasta el momento, ha demostrado no tener el empaque político que se podía esperar de otros líderes europeos.
La hora del bazuca económico
El coronavirus tiene una cara económica que, además, es crucial para que la otra cara, la sanitaria, pueda seguir luchando y manteniendo su pulso contra el virus. Desde los primeros compases de la crisis muchas voces pidieron en Bruselas una respuesta coordinada a nivel europeo, una propuesta impulsada especialmente por Francia e Italia. Todavía se está lejos de ese punto. El Eurogrupo celebrado esta semana y el Consejo Europeo telemático que también se ha producido este martes señalan en otra dirección: grandes medidas a nivel nacional apoyadas desde Bruselas con una manga ancha en la supervisión de las normas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
También se ha señalado a la Comisión Europea y al Banco Central Europeo (BCE), asegurando que se podía hacer más. El Ejecutivo comunitario ha rebañado el presupuesto europeo y ha sacado 37.000 millones de euros no ejecutados que ahora volverán a las capitales para hacer frente a la inversión en el sistema sanitario y suavizar el impacto sobre el mercado laboral, y los analistas creen que, por el momento, Bruselas está llegando a su límite de acción.
“La Comisión Europea presentó un plan el pasado viernes intentado sacar euros de debajo de las piedras, buscando cualquier instrumento y cualquier posibilidad de fondos no ejecutados para ayudar. Todavía le queda algo de margen, pero valoro muy positivamente el esfuerzo”, señala Jonás Fernández, eurodiputado del PSOE.
Y el BCE, que desde el jueves pasado estaba siendo torpe en la comunicación, cometiendo errores continuos y dando la sensación de que no se comprometía con los instrumentos que salvaron la Eurozona de la anterior crisis, respondió en la madrugada del miércoles al jueves a todas las dudas sacando la artillería pesada: un programa de compras de 750.000 millones de euros hasta finales de año o incluso más allá. En total, durante 2020, el BCE va a gastarse 1,11 billones de euros. El eurobanco ha actuado con total contundencia, asegurando, en palabras de su presidenta, Christine Lagarde, que "no hay límites" para el compromiso del BCE con el euro. Un mensaje que los mercados han entendido perfectamente.
¿Y ahora? Pues, de nuevo, la pelota pasa al tejado de los Estados miembros. Con el BCE haciendo su parte y la Comisión haciendo lo que puede les toca a los países coordinar una respuesta fiscal europea que pueda terminar de apuntalar las medidas que han sido tomadas por las instituciones europeas.
Y aquí todos los ojos miran a Alemania. Hay muchos instrumentos disponibles, pero Angela Merkel, canciller alemana, tiene que decir que sí. En las últimas horas del martes muchos se ilusionaron con la posibilidad de que la canciller hubiera aceptado la posibilidad de explorar eurobonos ante la crisis del coronavirus. La realidad es que Merkel, quien dijo que no vería los eurobonos hechos una realidad “mientras viva”, no dio la luz verde a que se explorara esa posibilidad. Dijo que un activo financiero mutualizado, un 'coronabono', como lo bautizaron los franceses, sería enormemente problemático para Berlín. Pero al menos no es un no tajante, aunque tampoco es un sí.
En cualquier caso, muchos de los expertos y analistas coinciden en que una suma de medidas nacionales no va a ser suficiente para enfrentarse a los efectos económicos del coronavirus, y que para frenar la sangría será necesaria una respuesta fiscal europea. Y este debate no es como el de 2008: no se está ante un shock asimétrico, y el debate moral no es el mismo, porque no se está ante países que han tenido políticas económicas irresponsables, sino una pandemia que afecta a todos por igual. No se pierden solo empleos, se pierden vidas. Y los expertos tienen esperanzas que este cambio de escenario ablande la negativa de los más ortodoxos ante determinadas medidas.
Aquí una de las piezas claves es el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), el eurofondo de rescates que todavía tiene una capacidad de crédito de 410.000 millones de euros. Fernández es una de las principales voces que pide que se dé un rol al Mecanismo. “Lo que nos queda ahora desde la perspectiva macro es la activación del MEDE con un programa especial de compra de deuda en mercado primaria sin condicionalidad”, señala el eurodiputado.
El uso del MEDE es, en cualquier caso, problemático, no solo para los países del norte, sino también para los sureños que sufren las heridas psicológicas de la crisis. Para usar todo el potencial de la UE, los Estados miembros que pidieran una línea de crédito precautoria tendrían que someterse a una condicionalidad, aunque fuera mínima, y un memorando. Todo esto es lenguaje tóxico en los países del sur de Europa y podría empeorar todavía más la imagen ya negativa que sus ciudadanos están recibiendo estos días.
Por eso Gregory Claeys, experto de Bruegel, un 'think tank' económico de Bruselas, apuesta por una opción que evitaría todo ese problema de imagen: que todos los Estados miembros pidieran una línea precautoria al MEDE simultáneamente y con un memorando de entendimiento idéntico para todos los países. Si todos se meten en el barro será más difícil que haya un estigma.
Instituciones ‘federales’ vs. Estados miembros
Una de las principales conclusiones de esta crisis es, por tanto, que las instituciones europeas que se entienden como más “federales”, la Comisión Europea o el Banco Central Europeo, por ejemplo, están yendo mucho más por delante, siendo más resolutivas y útiles para los ciudadanos que el Consejo Europeo, el órgano en el que están los Estados miembros, que va lento, torpe, muy por detrás. En cierto modo es normal que sea el Consejo Europeo el que vaya más lento, porque los procesos de decisión son radicalmente distintos.
El BCE “está dando una lección, yendo por delante del Consejo”, señala Feás, que lanza un mensaje de urgencia hacia los líderes europeos, que se vuelven a reunir vía digital la próxima semana: “No podemos permitirnos pasar una semana más a ver qué hacemos”, asegura el experto.
Las culpas hay que repartirlas, y a la pregunta de dónde está la UE en la crisis del coronavirus, la respuesta final es: paralizada por las capitales. “Son unos pocos países los que están llevando a la UE a ser insignificante”, asegura Feás, que recuerda que, otra vez, “donde más se refleja el egoísmo es en el Consejo, que es el órgano todopoderoso de la UE. Es injusto que se señale a la UE cuando el resto de instituciones están a la altura”, critica.
¿Qué UE saldrá de aquí?
Es imposible saber qué Unión Europea saldrá de esta crisis porque la situación cambia continuamente, y solo seremos conscientes del impacto que está teniendo sobre la opinión que los ciudadanos europeos. Los primeros indicios no son nada positivos: Italia, el mayor caldo de cultivo euroescéptico en estos momentos, se ha sentido sola, aislada y abandonada por sus socios. Todavía se está a tiempo de reaccionar, como ha demostrado Alemania al prestar ahora ayuda a Roma.
Gran parte de cómo los ciudadanos perciban a la UE tras esta crisis dependerá de la respuesta económica que ofrezca el club comunitario. Ya empieza a ser tarde para una coordinación en materia de salud, y para que se pueda luchar de manera efectiva contra el virus, pero los Veintisiete tienen que sacar músculo económico conjunto para hacer frente a sus consecuencias y ayudar a que sus sistemas sanitarios sigan funcionando.
Lo que es seguro es que la UE se enfrenta a una crisis a gran escala. Un enorme reto económico, político y de legitimidad que puede, en muchos escenarios, dañar al proyecto europeo, y en unos pocos casos puede ayudarle a salir reforzada de esta crisis. El valor europeo fundamental es la solidaridad, y es precisamente la solidaridad europea la que más está sufriendo en estos momentos.
Fernández señala que el resultado de este trance será positivo para la Unión en la medida en la que los ciudadanos sean conscientes de que la crisis habría sido mucho peor sin la existencia de la Unión Europea. Por su parte, Feás asegura que “es muy pronto” y “todo depende de lo que se haga estos días”. “Cada día equivale a cinco años del proceso europeo”, explica el experto, para intentar ilustrar la velocidad a la que se producen los acontecimientos.
NACHO ALARCÓN Vía EL CONFIDENCIAL
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