SEAN MACKAOUI
"Confianza", reclamó el presidente del Gobierno a los españoles tras su pacto con Bildu, partido definido por el Tribunal Supremo como "testaferro de ETA". Sin embargo, como subraya la prestigiosa pensadora Onora O'Neill, "la confianza es valiosa cuando se deposita en quienes son merecedores de ella, pero dañina cuando se concede a quienes no son confiables". Los trabajos sobre confianza y política de esta profesora de la universidad de Cambridge son referencia. En ellos desafía la generalizada asunción sobre la obligación de intentar restaurar siempre la confianza dañada. Primero es preciso juzgar si la persona merece dicha confianza. La formación de ese juicio exige valorar la evidencia objetiva sobre la competencia, honestidad y fiabilidad de quien reclama confianza. En ausencia de competencia, honestidad y fiabilidad, lo inteligente no es otorgar confianza, sino negarla. O'Neill lo ejemplifica con la estafa de Madoff: miles de inversores arruinados por una confianza indebida. Ante la crisis de confianza que sufre el presidente del Gobierno, sería "estúpido" y "costoso", en los términos de O'Neill, seguir confiando o intentar restablecer la confianza en quien ha convertido la mentira en una constante política. Como recuerda O'Neill, el engaño es el enemigo de la confianza, y la trayectoria de Sánchez lo confirma.
En un país polarizado ante la mayor crisis política, sanitaria y económica de nuestra historia reciente, muchos ciudadanos eluden un juicio racional imprescindible para decidir en quién confiar. Lo sustituyen por actitudes influenciadas por sus propios prejuicios y motivaciones que con frecuencia ignoran la abundante evidencia objetiva sobre la incompetencia del presidente, su falta de honestidad y fiabilidad y, en consecuencia, la del Gobierno. Ahí encaja la manipulación demoscópica de Tezanos, pues sus encuestas pretenden reemplazar con actitudes fabricadas la desconfianza que genera un análisis riguroso de la gestión gubernamental. El pacto del PSOE con Bildu es otra prueba más que nos obliga a no confiar en el Gobierno.
La ministra Calviño evidenció la incompetencia de Sánchez al denunciar que la derogación de la reforma laboral pactada con los testaferros de ETA sería "contraproducente y absurda". El pacto expone la preeminencia del interés partidista por encima de los intereses de un país que necesita a toda costa el apoyo de la Unión Europea, que en buena lógica jamás confiará en un Gobierno que dinamita el diálogo social, político e institucional. La pactada concesión de privilegios económicos a Navarra y País Vasco aúna incompetencia y deshonestidad. El presidente del Gobierno vuelve a incumplir su compromiso de no pactar con Bildu y a mentir sobre el contenido de un acuerdo del que no se ha retractado. Suma la deshonestidad de atribuir al Partido Popular la responsabilidad por el pacto siguiendo la lógica del maltratador: el presidente nos maltrata pactando con quienes legitiman el terrorismo porque nos quiere. El comportamiento de Sánchez refleja la misma "evasión estratégica" mantenida a lo largo de la crisis. Así describen Hart y Boin la transferencia de culpa con la que algunos gobiernos intentan encubrir su ineptitud durante las crisis.
El Gobierno erró al minimizar el riesgo del COVID, demorando así su respuesta e hipotecando la reacción al renunciar a la prevención. Su actitud reactiva en lugar de preventiva determinó en gran medida una gestión repleta de incompetentes decisiones, cambios de criterio, incumplimiento de objetivos en relación con la provisión de material sanitario, test, estudios serológicos eficientes, rastreos, y desprotección de grupos de riesgo como los ancianos. Aun asumiendo la imprevisible magnitud de la crisis, el Gobierno elude su responsabilidad ignorando, por ejemplo, que la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 contempla el riesgo de pandemias con consecuencias como la que sufrimos. Por ello exige la estrategia reducir la vulnerabilidad de la población, desarrollar planes de preparación y respuesta, y una buena coordinación de todas las administraciones implicadas. La imprevisión abocó a un estado de alarma en el que se han suspendido derechos fundamentales que solo pueden suspenderse en un estado de excepción. Además se ha abusado del estado de alarma, como denunció, entre otros, el magistrado Manuel Aragón, aprobándose decretos leyes sin relación con la crisis sanitaria y órdenes ministeriales que burlan el control parlamentario.
Ante la complejidad de la crisis, el Gobierno, en lugar de asumir con humildad su incapacidad y buscar la colaboración de la oposición, la ha estigmatizado agravando la polarización política y social. En esa estrategia de confrontación el pacto con Bildu evidencia otra irresponsable táctica: la reivindicación del crédito mientras se elude la culpa. El Gobierno justifica la deshonestidad e incompetencia del acuerdo presentándose como guiado por un honorable fin, salvar vidas, al tiempo que culpa al PP de su firma. La manipuladora falacia deriva en una reversión de la atribución de culpa reivindicando también para Bildu el crédito: el PP desea que la gente muera, mientras que los testaferros de ETA, que han alentado y todavía justifican el asesinato, salvan vidas.
Este deshonesto encuadre repetido por Sánchez y otros dirigentes del PSOE agudiza la estigmatización de la oposición que la propaganda gubernamental reproduce. Como Goffman previene, el estigma persigue desacreditar al individuo, disminuirlo e incluso inhabilitarlo. "El Gobierno busca aislar al PP con pactos con Cs y agentes sociales", reconocía el 8 de mayo El País a pesar de que Casado apoyara tres prórrogas del estado de alarma y se abstuviera en la cuarta. El diario de sesiones del Congreso acredita la injusta estigmatización de la oposición. Con falacias dicotómicas se deshumaniza a la derecha que "amenaza derechos", blanqueándose a los representantes políticos de ETA, identificados como defensores de los trabajadores a los que se agradece su abstención para sostener al Gobierno.
Ante la desconfianza lógica que el Gobierno provoca, este aviva la desconfianza hacia una oposición obligada a escrutar y controlar la acción gubernamental, especialmente cuando ha asumido poderes excepcionales. Las apelaciones a la unidad encubren exigencias de adhesión incondicional que el Gobierno no merece por deméritos propios. La oposición, como los medios de comunicación en una democracia mediatizada, está obligada a facilitar la rendición de cuentas democrática. A ello contribuye el periodismo vigilante, pero no el servil como el que critica el pacto con Bildu porque "da carnaza a los portavoces de la derecha", a la vez que lo justifica porque "nada de esto estaría pasando si el PP no se hubiera quitado de la ecuación".
La racionalidad obliga a no confiar en un Gobierno que estigmatiza a la oposición para activar el fanatismo de adhesión. Su propaganda incide en la estigmatización como elemento de cohesión entre fieles que también perciben la incompetencia y deshonestidad gubernamental. El "sesgo de negatividad" convierte el odio al enemigo en un cohesionador mayor que la debilitada confianza en el Gobierno. De ahí las abusivas alocuciones presidenciales en la televisión pública que intentan neutralizar la información negativa. La apariencia de transparencia no es condición suficiente para la confianza cuando sus discursos son prolijos en ocultamiento de información, confusión deliberada y mentiras. Sus constantes apelaciones emocionales pretenden el reagrupamiento en torno a la bandera utilizando a la nación como escudo, equiparando tramposamente la lealtad al país con la lealtad a su persona. Pero mientras Sánchez interpreta ante las cámaras su papel, sobreactuando la comunicación emocional y el victimismo, multitud de españoles sufren y han sufrido un desgarrador drama que es real. Ningún político decente sacaría pecho en unos momentos que exigen duelo. Del mismo modo que ningún político decente politizaría el dolor manifestándose como cuando España ganó el Mundial mientras miles de compatriotas están de luto. En esta grave coyuntura la política verdaderamente patriota y responsable exige desconfiar de quienes, en palabras de Alan Wolfe, prefieren las poses morales a la seriedad moral.
ROGELIO ALONSO* Vía EL MUNDO
- *Rogelio Alonso es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos.
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