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miércoles, 24 de junio de 2020

Homenaje a George Orwell

El autor subraya la imaginación y la clarividencia de Orwell y analiza cómo hace ya ocho décadas en sus principales obras previó fenómenos y situaciones que en la actualidad nos son tan conocidos.


 

Javier Olivares

A finales de este mes se cumplen 117 años del nacimiento de Orwell y en enero se cumplieron los 70 desde su muerte de tuberculosis a los 46 años. A pesar de lo prematuro de su muerte y de lo difícil de su vida, Orwell (nom de plume del británico Eric Blair) fue uno de los mejores novelistas del siglo XX y sin duda uno de los más auténticos. Hombre de izquierda, muchos dirían de extrema izquierda, fue odiado y vilipendiado por la Comintern (la Internacional Comunista) porque, seguramente sin haber leído a Antonio Machado, Orwell creía que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, porque se negaba a pensar con el rebaño, por progresista que éste fuera, porque en tan poco tiempo, vivió, vio y pensó mucho más que "un hombre al uso que sabe su doctrina", y porque, si viviera hoy, estaría ridiculizando diariamente el pensamiento políticamente correcto. Orwell trataba de ver la realidad, no de repetir lo que pensaban otros: por ejemplo, estaba escandalizado de que Stalin, ese "asesino repugnante" que había pactado con Hitler al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, se hubiera convertido dos años más tarde en aliado de las democracias en la guerra contra quien fue su compinche, y que todos sus crímenes se olvidaran en aras de la lucha contra el nazismo. Era característico que no sólo le calumniaran los comunistas ingleses, sino que también estuviera bajo vigilancia de la policía inglesa por sus ideas políticas.
La vida de Orwell fue tan extraña y original como él mismo. Procedía de una rica familia terrateniente, pero durante toda su vida pasó estrecheces. Como él decía, procedía de una familia "de clase baja, alta y media". Su madre tuvo que conseguir que le rebajaran la matrícula escolar para poder mandarle a un buen colegio. No fue un gran estudiante y tampoco destacó en la universidad, de modo que su familia, que tenía conexiones con India, donde él nació, le encontró un trabajo de policía en Birmania, empleo que desempeñó durante unos cinco años y cuya experiencia reflejó en su primera novela, excelente aunque poco leída en España, Burmese days (Los días de Birmania), donde ya despliega sus dotes satíricas e iconoclastas. La novela es una requisitoria contra el Imperio Británico y sus agentes, pero sin caer en el maniqueísmo. La doblez y el servilismo de la sociedad local también están reflejados con la mordacidad en él habitual: entre ironías e idilios interraciales, no deja títere con cabeza. Como en adelante sería típico de su autor, humor e indignación se mezclan inextricablemente en esta original y exótica novela.
Cansado de su empleo en Birmania, renunció a él y volvió a Inglaterra, donde desempeñaría trabajos ocasionales mientras iniciaba su carrera de escritor. Fue crítico literario en revistas, dio clases en colegios; durante dos años fue vagabundo en Londres y París, desempeñando trabajos humildes, como camarero, pinche de cocina, u ordenanza en un hotel; luego estuvo empleado en una librería londinense. Entretanto, fue publicando novelas y reportajes con éxito moderado. Los grandes triunfos los cosechó al final de su vida.
Su gran aventura la vivió en España. Se casó en Londres a principios de 1936. Unos meses después estalló aquí la guerra civil y Orwell decidió venir, primero como corresponsal de guerra, después como soldado para defender a la República contra el fascismo. Pensando que eso le ayudaría a insertarse en el ejército republicano, se inscribió en el pequeño Partido Socialista Internacional inglés, cuyo aliado español era el POUM, comunista no estalinista, vagamente relacionado con el trotskismo. Encuadrado en un batallón de este partido, fue enviado al frente de Aragón. De permiso en Barcelona, Orwell asistió al drama de mayo de 1937, guerra en la guerra civil, que enfrentó al Partido Comunista contra el POUM y los anarquistas. El fin de la cruenta escaramuza dio paso a una despiadada y mendaz persecución donde la paranoia de Stalin se extendió de Rusia a España. Paralelamente a los tristemente célebres juicios de Moscú, en los que Stalin liquidó a sus rivales bolcheviques inventando pruebas inexistentes, los comunistas españoles, aleccionados por los rusos, acusaron falazmente a los líderes del POUM de ser espías de Franco. Como no había pruebas, los torturaron hasta la muerte para que firmaran falsas confesiones. Así murió Andrés Nin, el más conocido de ellos, precisamente formado en la URSS. Nin no firmó, pero la máquina propagandística de Stalin no se detuvo por eso. Orwell, herido grave en el frente por una bala que le atravesó el cuello, vio cómo sus compañeros eran desaparecidos por una policía infiltrada de comunistas: los ingenuos idealistas extranjeros que se jugaban la vida para salvar a España del fascismo fueron acusados de ser agentes de Franco y despachados de un tiro en la nuca en la Cárcel Modelo. Orwell, convaleciente, pudo escapar gracias a la perspicacia de su esposa y a la ayuda del consulado británico. Un año más tarde contaba su aventura en uno de sus libros más célebres: Homenaje a Cataluña, que debiera ser lectura obligada en todos los colegios de España (y, especialmente, de Cataluña).
La aventura española marcó a Orwell para el resto de su vida. Nunca renunció a sus convicciones políticas, pero tampoco a sus principios éticos. Había visto con sus propios ojos cómo puede corromperse la idea socialista hasta convertirse en una máquina de destrucción humana, moral y material. Gran parte de su trabajo en adelante se dedicó a denunciar lo que había visto, y a poner en guardia al público acerca de lo que él creía que podía ocurrir en un mundo estalinista, es decir, totalitario. Sus dos libros más conocidos a este respecto son Rebelión en la granja (Animal farm) y 1984. El primero es una fábula: en una granja inglesa los animales, dirigidos por los cerdos, que son los más listos, se sublevan y expulsan a sus amos. Los cerdos, cuyo líder se llama Napoleón y es una especie de Lenin porcino, prometen la revolución y una vida mejor, libres ya los animales de la tiranía de los humanos. Repelen intentos de los antiguos amos de recuperar la granja y la revolución triunfa. Pero al cabo de unos años, la vida de los animales sigue como antes, no ha mejorado, aunque ahora los que mandan son los cerdos. En 1984 ha triunfado la revolución comunista en el mundo de los humanos y el supremo dictador recibe el cariñoso nombre de Gran Hermano. (¿Les suena? Todo se trivializa). El nivel de vida en 1984 es bastante miserable, pero los altavoces y las pantallas de televisión repiten sin cesar sus descripciones de los éxitos increíbles de la nueva economía y los encantos de la nueva convivencia. La nueva normalidad, vamos. Seguro que también les suena.
Impresionan la imaginación y la clarividencia de Orwell. Ya hace 80 años previó la fuerza de los medios de comunicación, no los escritos, sino los visuales y auditivos, la radio y, sobre todo, la televisión. También previó la simplificación y tergiversación del lenguaje, lo que él llamó newspeak (nueva habla) y doublespeak (habla doble o antinomia). Lo primero, una simplificación infantil del lenguaje, es hoy muy frecuente y contribuye al pensamiento en rebaño, a la repetición de frases hechas, e ideas enlatadas, como, por ejemplo (viva la contradicción): "Unidos venceremos al virus; mantengan la distancia de separación". O: "Hemos salido más fuertes". ¿Ah, sí? Hemos perdido unas 45.000 vidas; hemos demostrado que no sabemos o no queremos contar; aunque es indudable que hemos tenido altísimas tasas de mortalidad y de letalidad. Muchas familias y empresas se han arruinado; las colas para recoger comida gratis dan la vuelta a la manzana. La deuda pública y el desempleo se han disparado. La recuperación tardará años y exigirá fuertes sacrificios. Las denuncias y los pleitos se multiplican y la perspectiva es que durarán años y provocarán odio, miedo y desesperación. ¿Esto es ser más fuertes? Esto es lo que Orwell llama doublespeak: la libertad es esclavitud; la dictadura es democracia; la ignorancia es educación; la debilidad es fuerza.
En el último capítulo de Rebelión en la granja, los cerdos se ponen de pie, se visten, y se codean con los granjeros vecinos. Orwell nos muestra así cómo la revolución puede convertirse en la vía de ascenso social para líderes revolucionarios como el cerdo Napoleón: prefigura casos como el de los Ceausescu en Rumanía; los Castro en Cuba; los Kim en Corea; los Chávez-Maduro en Venezuela; o, por ejemplo, los Iglesias en España. No puede negarse que Orwell era un verdadero visionario.

                                                                         GABRIEL TORTELLA*  Vía EL MUNDO
*Gabriel Tortella es economista e historiador. Y autor, entre otros libros, de Capitalismo y revolución y Cataluña en España (con J.L. García Ruiz, Clara E. Núñez y Gloria Quiroga), ambos publicados por Gadir.

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